PERUANO QUE SE RESPETA. Cada diciembre, Julio Arroyo deja de ser solo músico y diseñador gráfico para convertirse en Papá Noel. Y no uno de vitrina ni de centro comercial, sino de los que caminan cerros, cargan bolsas pesadas y suben por caminos donde a veces no hay ni escaleras.
Este 20 de diciembre volverá a hacerlo. Llevará la magia de la Navidad a los niños del cerro Laderas de Chillón, en Puente Piedra. Su historia no es de ahora, sino de hace dos décadas.
Todo comenzó en diciembre de 2004. Acababa de salir del cine con su hijo de siete años, luego de ver una película navideña. En el camino, su pequeño le preguntó: “¿Todos los papás del mundo son Santa Claus?”. Julio respondió que sí.
Poco después, juntó un poco de dinero, se mandó a hacer el característico traje de Santa Claus, compró una peluca, barba blanca y unos botines negros. Así, cargado de regalos sencillos, subió a su moto para repartirlos entre la chibolada de su barrio, sin saber que ese gesto marcaría su vida para siempre.
“Recuerdo que un niño me recibió el regalo y me dijo: ‘En mi casa tengo regalos más chéveres’. Eso fue como un baldazo de agua fría, y ahí entendí que ellos no necesitaban estos regalos. Tenía que ir donde los niños olvidados, a esos sitios donde nadie llega”, rememora.
Allí empezó su verdadera tarea. Cada mes de diciembre, visita asentamientos humanos y zonas lejanas de la ciudad, que muchas veces no tienen servicios básicos, como agua y desagüe, para dar alegría y juguetes a todos los chicos del lugar.
Esta labor no la hace solo. Su mamá y su hermana lo apoyan comprando los regalos, forrando y acomodándolos con cuidado durante semanas. Las donaciones provienen de clientes, amigos, vecinos y familiares que confían en su solidaridad y desprendimiento. “Nada de esto sería posible sin la gente que apoya. Y cuando no llegamos a la meta, pongo de mi bolsillo”, revela.
Vestirse de Papá Noel le cambió la vida. “He conocido realidades muy duras. Gracias a este traje que me acompaña desde hace 20 años, entendí el verdadero significado de la Navidad: dar alegría a quienes más la necesitan”.
Antes del traje navideño, estuvo la música, otra de sus grandes pasiones. Arroyo empezó cantando música criolla, con el grupo musical de su familia. Con los años llegaron los karaokes, donde su voz empezó a hacerse conocida.
“Había enamorados que me pedían que cante y me regalaban una jarra de cerveza”, recuerda entre risas.
Hoy es cantante en su orquesta El Son del Arroyo, con la que anima eventos y fiestas al ritmo de rock en español e inglés, aunque tampoco faltan géneros como salsa, cumbia y merengue. Su hijo a veces participa en la orquesta digital, pero él —afirma— sigue siendo la voz principal.
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