Habida cuenta de que aire que expulsamos procede del interior de nuestros pulmones, se encuentra aproximadamente a la temperatura corporal y, dejarlo salir sin interrupciones, con la boca abierta, es aire caliente, útil para empañar el cristal de unos lentes antes de limpiarlos o calentar las manos heladas de frío.
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La sola modificación de la abertura bucal le imprime más velocidad sin que hagamos ningún esfuerzo suplementario; así soplamos velas u obtenemos pompas de jabón.
Pero también baja su temperatura, lo que nos es muy útil para enfriar la sopa o calmar el escozor del alcohol en una herida.
La explicación es esta: cuando soplamos mantenemos la boca casi cerrada, de forma que el aire se ve obligado a salir por una abertura mucho más estrecha.
Y cuando un fluido con caudal constante pasa de un conducto de mayor sección a otro de menor, necesariamente su velocidad aumenta. y si la energía cinética, que viene determinada por la velocidad, aumenta, la energía determinada por el valor de la presión ha de disminuir forzosamente.
Al encontrarse fuera de la boca y a presión más reducida, el aire se expande. A este fenómeno de le llama “efecto Joule-Thomson”, según el cual si un gas se expande libremente, su temperatura disminuye, pues la distancia entre sus moléculas es mayor y su energía se diluye en un mayor volumen.
Por consiguiente, el aire del soplido tiene una temperatura inferior a la del aliento.
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