En ocasiones notamos que nuestros miembros (manos, pies, brazos o piernas) continúan adormecidos después de habernos despertado, o que ni siquiera nos hemos dormido y sí lo han hecho ya nuestras

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La sensación es extraña y molesta, pero normal. Tras el entumecimiento sentimos unos pequeños pinchazos y luego un incipiente hormigueo nos avisa de que el miembro entumecido estará listo en breve para obedecer nuestras órdenes.

Para entender este comportamiento de las extremidades debemos saber que los nervios de nuestro cuerpo son los responsables de todos nuestros movimientos y sensaciones.

Por nuestro sistema nervioso circulan los mensajes que se dirigen al cerebro o vienen de él.

Para mover un brazo, por ejemplo, el cerebro envía la orden que, a través de la espina dorsal y los nervios del miembro correspondiente, pone en funcionamiento el músculo.

Foto: ¡Stock.
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Entonces, si hemos dormido con algún miembro aplastado bajo el cuerpo o hemos estado descansando con un codo o una rodilla doblados durante demasiado tiempo, puede darse la situación de que los miembros de ese nervio queden temporalmente afectados por la presión, al no recibir suficiente irrigación, y no sean capaces de responder durante unos instantes.

Al desaparecer el problema y restablecerse la circulación sanguínea, los mensajes del cerebro pueden volver a transitar con normalidad, los nervios se estiran hasta recuperar su forma original y los miembros ‘se despiertan’.

También, si permanecemos sentados mucho tiempo y además, doblamos las piernas, impedimos que la sangre circule correctamente por nuestras extremidades.

Eso provoca el hormigueo, es lo que conocemos coloquialmente como piernas dormidas, y lo que los especialistas llaman parestesia. Esta sensación es temporal y tiene su causa más común en malos hábitos posturales.

Foto: ¡Stock.
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¿Qué otras causas producen adormecimiento?

El adormecimiento de manos, pies, brazos o piernas pueden deberse a otras causas, además de las malas posturas que adoptamos.

Según el portal médico ‘Medline Plus’ puede deberse a la presencia de una hernia discal, presión en nervios periféricos, problemas de columna, falta de riego sanguíneo por ateroesclerosis o inflamación de un vaso.

La diabetes, el hipotiroidismo, el síndrome del túnel carpiano y el proceso natural del envejecimiento también pueden provocar estos síntomas, entre otros factores.

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