El día que Roberto volvió a la casa de su familia en Pisco, trajo muchos regalos. Entre ellos, un majestuoso gallo llamado Caballero Carmelo, para su padre. Todos amaban a Carmelo. Un día, retan a Carmelo a una pelea de gallos y, a pesar de la negativa de la familia, el padre de Roberto acepta la apuesta. Carmelo debe enfrentar a Ajiseco, un gallo más joven y experimentado. La pelea fue un 28 de julio.
“'¡Cien soles la apuesta caballeros, hagan sus apuestas!' (...) La mayoría de las apuestas eran a favor del adversario del Carmelo. Se inició la pelea. El Ajiseco hizo el primer ataque, su fuerza de pelea se hizo notar considerablemente en el Carmelo y en una de sus piernas se dejaba ver un hilo de sangre que corría hacia el piso; sin embargo, el Carmelo aún no estaba vencido. Como soldado herido, atacó de inmediato y dejó muerto al Ajiseco al instante. ‘Viva el Carmelo!’ se oía de la muchedumbre. Halagos y gozos; sin embargo, nuestro Carmelo no estaba bien.
Tras dos días de la pelea, estuvo sometido a todo cuidado. Le dábamos maíz, pero el pobre no podía comerlo ni incorporarse. Pasados unos días, el Carmelo se levantó, abrió sus brillantes y majestuosas alas y cantó, luego estiró sus bellas patitas y, mirándonos amorosamente, a los pocos segundos murió. Nosotros nos echamos a llorar.
Así pasó por nuestro mundo aquel amigo tan querido de nuestra niñez. Nuestro gran y valiente amigo, ‘El Caballero Carmelo’”.