Todo ocurrió la mañana del 5 de junio de 1880. Victoriosos los chilenos en el Alto del Alianza (26 de mayo de 1880) ocuparon Tacna y se apoderaron del ferrocarril.
Mediante esta vía establecieron el asedio de Arica donde solo una pequeña guarnición de mil 600 hombres quedó al mando de Francisco Bolognesi.
En estas circunstancias se da el diálogo entre Bolognesi y José de la Cruz Salvo, emisario de las tropas chilenas que exigían nuestra rendición.
A las 7 de la mañana, De la Cruz Salvo llegó a la casa de Bolognesi y luego de presentarse dijo: Señor coronel, una división se encuentra casi a tiro de cañón de la plaza... Lo sé -interrumpió el jefe peruano-, aquí somos mil 600 hombres decididos a salvar el honor de nuestras armas.
Permita usted, señor coronel, continuó De la Cruz Salvo, que le observe que la superioridad numérica de los nuestros es como de cuatro contra uno, que las mismas ordenanzas militares justifican en su caso una capitulación, y que estoy autorizado para decirlo en nombre del general en jefe del Ejército de Chile.
Está bien, señor mayor -repuso Bolognesi-, pero estoy resuelto a quemar el último cartucho.
El mayor chileno respondió: Lo siento, señor coronel. Mi misión ha terminado.
Bolognesi acompañó hasta la puerta al parlamentario y al transponer el dintel este volvió la cabeza, y dijo: Todavía hay tiempo para evitar una carnicería, medítelo usted, coronel.
Una vez más, Bolognesi contestó: Repita usted a su general que tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho.
Datos
Bolognesi advirtió que esta respuesta era personal y que debía consultar con sus oficiales. Después de hacerlo la conclusión fue: ‘Cuando menos sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón’.
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