
El ‘nido vacío’ es esa etapa en la que los hijos se van de casa; una transición del ciclo vital que puede doler.
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Cuando los hijos parten, es normal sentir tristeza, ansiedad, desorientación y experimentar cambios en la relación de pareja.
Clínicamente, se observan tres focos: el duelo por la separación, los desajustes en la rutina (sueño, apetito, sentido del día) y la redefinición de la identidad más allá del rol parental.
¿Qué ayuda? La psicoeducación, validar las emociones y seguir un plan sencillo: cuidar la higiene del sueño, realizar ejercicio regular, reactivar intereses propios y establecer rituales de conexión con los hijos adultos sin caer en el sobre control.









