
Perder a una mascota es una de las experiencias más dolorosas que puede vivir quien la ha amado de verdad. Porque no se trata ‘solo de un animal’, se trata de un compañero de vida, que nos acompañó en silencios, alegrías y días difíciles.
El vacío que dejan no es físico, es emocional. Su ausencia se nota en la rutina, en el espacio que ocupaban, en los momentos que ahora duelen.
El duelo por una mascota es real y debe ser validado. A veces, la sociedad no lo comprende del todo, pero quienes han amado a un animal saben que el vínculo va más allá de las palabras.
No hay despedida fácil, ni forma perfecta de soltar. Solo queda el agradecimiento por todo lo vivido. Llorar está bien. Extrañar también. Pero lo más importante es recordar con amor, sabiendo que dimos lo mejor.

Con el tiempo, el dolor se transforma. No desaparece, pero se suaviza. Y queda lo más puro: la huella imborrable que dejaron en nuestro corazón. Porque una mascota no se va del todo.
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