
Los propósitos de Año Nuevo suelen fallar porque se formulan desde la motivación momentánea y no desde la forma en que el cerebro crea hábitos.
La neuropsicología muestra que necesitamos metas pequeñas, repetición y recompensas inmediatas para sostener cambios.

Transformar un propósito en hábito implica diseñar rutinas, anticipar obstáculos, ajustar el entorno y celebrar avances.
La constancia pesa más que la fuerza de voluntad. Los hábitos se consolidan cuando son realistas y medibles, no cuando buscan resultados extremos.
Cada pequeño paso activa circuitos cerebrales que fortalecen la conducta y permiten sostener cambios profundos. Así, los propósitos dejan de ser presión y se convierten en elecciones diarias que transforman la identidad.
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