No es que el destino se haya ensañado contigo, posiblemente estás cayendo en esta serie de hábitos que te alejan del equilibrio y la tranquilidad. Evalúa porque tú tienes la respuesta.
¿Eres perfeccionista? Todo tiene un límite, hasta aquello que parece una virtud. No hay nada de malo en querer mejorarse a sí misma, pero no tienes que vivir con la presión de que todo lo estás haciendo mal o a medias. Da siempre lo mejor de ti y siéntete orgullosa de eso pese a los resultados. Finalmente, te esforzaste.
¿Esperas demasiado de los demás? Las personas a tu alrededor son como tú, con fallos y aciertos, por qué serían perfectas todo el tiempo para ti o estarían a tu entera disposición. En lugar de esperar algo más de otra persona, llámese tiempo o atención, concéntrate en tus propias metas y en aquello que te hace feliz.
¿Te quejas constantemente? Esa actitud te puede hacer ver el mundo de forma negativa siempre. Sí, hay cosas que andan mal, pero cuáles son tus propuestas constructivas para revertir esos hechos. Que la queja no te conduzca al inmovilismo. Tú tienes el control de tu vida y puedes mejorar aquello que hoy te desagrada.
¿Te encanta suponer? Con pensamientos constantemente tejes telarañas acerca de las circunstancias que te rodean. Por ejemplo, si tienes un altercado con alguien, sacas conclusiones que satisfaga la necesidad que tiene tu mente de justificar, explicar y comprender todo. El problema es que cuando terminas de contarte la historia, das por sentado sentimientos y pensamientos en el otro que jamás te fueron compartidos.
¿Buscas la aceptación de los demás? Muchas veces para intentar caerle bien a otras personas te separas de tu personalidad para fingir ser otra persona. Pero si te sacas esa máscara y te muestras tal cual eres, seguramente la gente te aceptará aún más porque tu autenticidad te hace especial.
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