Bodeguero José Miguel. Foto: difusión
Bodeguero José Miguel. Foto: difusión

Un aviso lo cambió todo. Hace diez años, José Miguel atravesaba un momento difícil: su hija estaba por nacer y no tenía dinero en el bolsillo. Mientras caminaba, pensando cómo cambiar su amarga realidad, se topó con un cartel en un mercado de San Martín de Porres que decía ‘se alquila puesto’. En ese instante, supo que no podía desaprovechar la oportunidad.

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Hasta entonces, había trabajado como ayudante de cocina, en servicio técnico y en un call center, así que emprender con una bodega era toda una locura. Habló con su mamá, quien, sin cuestionarlo, accedió a ayudarlo. Así empezó esta aventura, como él la llama entre risas.

Durante el primer año, José Miguel no conoció el descanso: trabajaba de 7 de la mañana a 11 de la noche, y muchas veces las jornadas se extendían hasta la madrugada, cuando aprovechaba para hacer el inventario y ordenar.

“El negocio era completamente nuevo para mí, pero tenía esas ganas y esa fuerza que me daba mi hija para no rendirme”, afirma.

Bodeguero José Miguel. Foto: difusión
Bodeguero José Miguel. Foto: difusión

Lo primero que compró fueron abarrotes: leche, azúcar, fideos, huevos y gaseosas. Pero ahora, diez años después, su oferta es mucho más amplia: vende pollo, embutidos, frutas, verduras e incluso alimentos para mascotas, todo bajo el sistema de autoservicio.

Hoy, su negocio es más grande y está convencido de que el secreto del éxito está en la atención personalizada.

“Mi idea siempre fue darles un buen trato a las personas, atenderlas como se merece o darles una yapa. Ellas son parte fundamental del negocio”, aclara.

Para fidelizar a su clientela, entrega obsequios en fechas especiales, organiza sorteos y, a sus compradores más antiguos, les entrega un regalo por su cumpleaños. Es su forma de agradecerles y reafirmar que emprender fue la mejor decisión de su vida.

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