El miedo suele ser un compañero que no disimula su presencia. Tuve que acostumbrarme a muchas cosas que ni me gustaron en mi vida, con esta frase me adentro a un mundo oscuro, el juego ha comenzado, he movido el peón de mi ajedrez mental abriendo la puerta del dolor, del otro lado del tablero mi intento de buscar lo positivo de la vida también juega sus fichas, aunque a veces le dejo ganar; otras en cambio gana mi lado macabro, que me sacude violentamente dejándome sin aire, otras veces intento desesperadamente desprenderme de todo pensamiento atrincherándome en la nada misma.
Ante un jaque mate de mi propio oponente (que siempre es uno mismo), confieso que tengo miedo de mis recovecos que solo por placer me adentro por momentos, esos, donde no hay proyectos, ni sueños, ni futuro.
Esta guerra interna en donde el grito suplicante me hiela la sangre, Contra la fuerza de mi delirio hiriente posee una contundencia feroz. El silencio pesado y contradictorio invade la habitación y acurrucada, puedo no sentir. Se detiene el tiempo no hay angustia, ni dolor, no se siente ni frío ni calor, da lo mismo todo.
Como si se activara mi cuerpo a un mecanismo de defensa, donde las noticias así sean negativas ya no pegan. Y si lo hacen no hay sentir. De otro modo sería insoportable. Mi ansiedad descansa apretada entre mis manos, ya no me arrastra.
Hacer mil cosas por día no es una virtud, es una obsesión, que intente alejarla, mientras más intento con más fuerza sigue latiendo, un síntoma que no puedo abandonar, que me posee hasta usurpar mi día.
El sueño va nublando mi mente de por sí inestable, ya paso un día más a esperar el alba donde la partida de ajedrez vuelve a comenzar en esta absurda comedia de ser yo o lo que queda de mí. Hasta tomar los antidepresivos que formalmente nos hemos amigado y cambian la realidad y la transforman en la ficción irreal e irresistible a estas alturas, desvaneciendo las migajas de mi esencia sensible.
REGRESAR A LA PORTADA DE TROME.PE