Hace unos días una congresista decía que las mujeres no debían decir una cosa y otra, para que no les peguen. Jamás escuché un absurdo tan vergonzoso. ¡Y créanme que escucho muchos absurdos todos los días! Ahora, no soy de los relatos con moralejas, pero haré una salvedad esta vez. El tema es serio y debemos combatirlo desde todos lados: no te dejes pegar, no te lo mereces; no te calles, denuncia al maldito a las autoridades.
Por ello, como veo que esto de escribir mis dolores me sana hablarlo, seguiré en esta sintonía con algunas columnas más, aunque admito que extraño las más cómicas y alegres. Pero hoy abriré una puerta que duele y me avergüenza. Es que nunca pensé que eso me podía llegar a pasar a mí, siempre pensé que solo le pasaba a mujeres débiles y sin carácter. Incluso, tenía en mi mente un plan armado por si alguna vez algún hombre me quisiera levantar la mano ¡Qué ilusa era!
Hasta que no pasas la línea de las que fueron víctimas de violencia, jamás piensas que te pasará y lo peor es que jamás tu mundo volverá a ser igual.
Siempre fui una mujer fuerte y autosuficiente, valiente, aunque mi mamá reemplazaría esa palabra por 'inconsciente de los riesgos' y que podía con todo y que a mí eso no me pasaría. Hasta qué pasó.
La línea se cruzó. El respeto y el amor morían en cada golpe salpicado de machismo, que se encargaban de perturbar mi mente. Desangrándose de angustia, mi autoestima estaba por los suelos mi cuerpo, mi alma y lo que quedaba de mi corazón ya estaba destruido.
Pensar que la misma persona que me decía 'te amo' y prometía cuidarme, horas después pateaba mi estabilidad emocional, golpeaba mi confianza en la gente y empapaba mis pecas de niña que aún conservo. Retumba hasta el día de hoy los gritos y la sensación de náuseas al escupir sangre, ese sentimiento de asco en lo más profundo de mis infiernos. Ahí está todavía ese recuerdo, cuando en mis noches de masoquista, esas que tienta vagar por la cornisa entre lo repugnante de uno, decido pasearme por mi zona oscura.
Solo espiar por la cerradura de esta puerta me causa escalofríos, pero hoy elijo abrirla por completo, aceptar y enfrentarme a que la súper Xoana que pensé que era no existía. Al fin al cabo, soy igual de vulnerable que cualquiera, es el día de hoy que me invade un miedo absurdo y paralizante cada vez que un hombre revolea una silla o grita. Sé que es un problema mío y lo controlo; y sobre todo disimulo muy bien.
Me queda sentir vergüenza por no verlo venir, tomar precauciones y cuidarme; sobre todo alejarme de gente así. Puedo estar en el frío suelo, abatida por la situación, pero sé que no quiero eso para mí así que solo queda levantarse y alejarse, juntar lo poco que queda de uno, así sea lo que llevas puesto y largarse.
Nos vemos el próximo lunes. Mira aquí todas mis columnas.