Cada noche es una aventura confusa donde se mezclan la verdad y la fantasía, las palabras y los hechos; con los deseos y mandatos, mis infiernos y mis anhelos.

Oscilando entre locura y cordura; la barrera que las separa tiende a distraerse e irse por ahí vagando por las calles mientras en mi mente se mezclan mis ambivalencias.

Emociones insensatas que le dan sentido a mis conductas injustificables para la mirada ajena. Soy la misma que avanza y la misma que me pongo trabas a la vez.

Me atormenta y me envenena, oscurecen los más hermosos amaneceres, mi mente sucumbe ante mis grietas de recuerdos de angustia.

Oculta tras la niebla del olvido, me asaltan al transitar caminos prohibidos por la mujer que ya sufrió y aprendió, ella con su voz desbordada de dulzura me guía suavemente por el sendero del descanso, pero de algún macabro y siniestro lugar, siempre me atrae y me seduce revelar el misterio de mis tormentas, aquello juega perversamente con el dominio que ejerce sobre mí, hasta el límite hiriente y cedo al peligroso juego que me propone mi inconsciente.

De repente las defensas ceden y dan paso a ser descubierta la precaria habitación de pánico donde me he refugiado y hasta recluido horas o años.

Quitar el velo y vislumbrar entre las sombras a la niña que sufre, quizás para alcanzarle una linterna e invitarla a que salga de ese padecimiento o solamente para darle un abrazo y que junte valor para salir sola.

Se puede sentir como se estruje mi alma, a la altura del estómago, como se tensan las manos aparentando los puños, tronando los dientes aguantando el impacto de entrar a mi zona oscura de recuerdos. Para después dar lugar a las nuevas sensaciones corporales: Se aflojan las piernas y me permito caer sabiendo que ante estos laberintos no soy más que una enfermiza incondicional que disfruta cada paso y regreso a los momentos turbios para repetir en mi mente una y otra vez las escenas de la obra más dolorosa, y me regocija ver que la creadora y directora del títere de lo que fui, era mi lado inconsciente que elige repasar cada acto buscando eso que me hizo daño.

Me quedo horas hipnotizada escuchando esa niña imaginaria de mirada franca y sonrisa inocente, que se siente con derecho a cuestionarme, en el fondo sabe que puede contenerme por eso presiona, que le cuesta aceptar que la han dejado sola.

La condena perfectamente aceitada como las agujas de un reloj de repetir patrones hasta aprender o hasta llegar a la niña de alma rota al final del túnel y entender que no somos libres sino el producto de nuestros traumas infantiles, que nos guían ciegamente por los senderos que creemos que elegimos.

Una irreverente y sigilosa conducta perpetua que apenas somos conscientes. Así vamos ingenuamente creyéndonos libres siendo un puñado de moléculas que estamos destinados a clonar nuestros patrones.

Es que lo que no se aprende, se repite.

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