Vuelve Xoana González en una de sus columnas más duras. Nos ha dejado sin palabras, sí, pero también debemos confesar que ahora la admiramos aun más. Adelante, Xoana, con tu nueva Xoana Love:
Bienvenidos, los que leen estas líneas, esta son sus llaves. Los acompaño para que se pongan cómodos, mientras nos dirigimos a la suite. Si me permiten, les voy contando un poco sobre la historia de las instalaciones...
UNO.
El 5 de diciembre se cumple un año. Ahora estoy averiguando cómo es eso de pedir que lo incluyan en la misa de la iglesia que está a dos cuadras de nuestro hogar, aunque no voy a misa hace décadas, pero no sé, que sé yo, si eso sirve de algo, lo intento.
"El embrión falleció". Fue lo ultimo que logré escuchar mientras me hundía en un oscuro y helado pozo sin fondo. Sentí literalmente como si me arrancaran el corazón del pecho.
El obstetra habló como media hora. La verdad es que perdí la noción del tiempo, solo mi cuerpo estaba ahí, en la frialdad del consultorio azul con olor a medicamentos. Solo mi cuerpo, el mismo que llevaba ya sin vida a mi principito. Mi mente vagaba en miles de sensaciones que me estaban atormentando. Un pensamiento tras otro como en una balacera, un sin fin de balas de cuestionamientos.
Falleció, dejo de latir, infarto fetal, estamos fuera de la copa. No había forma de que pudiera asimilarlo, ni con mil palabras diferentes que me lo expliquen. Así con lenguaje técnico o con las palabras más dulces que amerita el caso. Simplemente no lo entendía, me ganaba el llanto, y podía sentir cómo se escurrían mis sueños. Quería volar de esta tierra con el alma del bebé que estábamos esperando, hasta con el cuarto armado.
DOS.
A la semana de ese momento en el consultorio, nos estábamos casando. El vestido me quedaba inmenso porque bajé unos cuantos kilos. Kilos que me abandonaron, como también yo me abandoné en la cama. Me hacía llorar todo lo que lo habíamos soñado, hablado y acariciado.
Genaro, el de prensa de Rústica, me preguntaba por el DJ y los arreglos florales de la boda, la entrada de la comida y sobre los platos principales. Yo lo único que quería era volver a la idea original de casarnos los tres. Si no fuese por Rodrigo, de ese agujero no me levantaba más. No era mi intención levantarme tampoco.
En los meses siguientes, una tarde ventosa abrí la cajita con las cenizas, y automáticamente sin pensar en nada me acerqué por inercia a la ventana y las esparcí al viento. Sentí la necesidad de soltar al universo ese dolor encerrado en esa puta caja. Cuando la vi vacía, miré la copa del árbol que agitaba el viento, y sentí que yo también me había arrojado por la ventana. Me ahogaba. Me apretaba la garganta una angustia, que ahora no puedo plasmar en palabras. Pero fue necesario para avanzar. Poco a poco, planear y sobre todo aceptar.
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TRES.
Y yo que pensaba que la semana siete fue dolorosa. Esa semana cuando nos dijeron que el bebé venía con problemas, que el saco crecía pero el bebé no. Había anomalías en los latidos, taquicardia fetal y una deformación. Buscamos genetistas para saber qué tipo de malformación tenía más allá de la motora (de la que ya sabíamos) o cuánto sería la malformación en el sistema nervioso. Si venía con una pierna menos y vegetal... yo lo amaba con todo mi ser y no lo iba a abandonar. Lo iba a cuidar de por vida. Se lo decía todo el tiempo. Le di mi palabra que lo cuidaría siempre. Si era necesario vender todo lo que había logrado para darle una vida feliz lo iba a hacer sin pensarlo.
Si la semana siete fue dura, pensé, la semana 11 le ganó y se llevó por lejos todos los premios a la peor semana de mi vida. Cuando uno piensa que las cosas no pueden estar peor, ahí va la vida y te demuestra que sí, efectivamente se puede estar peor. Me destruyó.
En la semana 12 me hicieron un legrado. Entré al consultorio muda (como estuve días), con la mirada perdida en el mar infinito de la resignación. No sé por qué no me podía agarrar la anestesia si yo lo único que quería era estar dormida, ausente y lejana a todo.
Escuché como el médico pidió guantes talla 12 a una enfermera. Él especuló con otra enfermera, y luego la pinza mariposa. Recuerdo hasta el sonido de la gota que retumbó en el lavatorio de ese lugar. Una gota cada seis segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, plop, otra gota. Conté un río.
Era la macabra melodía de las herramientas metálicas y frías en su labor de extirpar del cuerpo y del alma lo fallecido. Les contaré que si había que sacar un cuerpo muerto de esa habitación era el mío. Hace unos días habíamos muerto ambos, o mejor dicho, los tres. Rodrigo se hacía el fuerte, pero no pudo evitar llorar. En ese momento no pude abrazarlo.
CUATRO.
Dicen que el amor todo lo cura y es verdad. El dolor no desaparece ni con la fuerza de un huracán que intenta desarraigar de raíz lo que uno llega a sentir, pero uno aprende a convivir con eso. Me queda el sabor amargo de que ni siquiera te pude conocer, y una tristeza más grande que el agujero de la capa de Ozono, entender que es parte de la vida.
Pero el amor es un milagro y hace milagros. El amor hace que de a pocos un día llores menos, cada vez menos, y que de ahí para llorarlo de vez en cuando, exista una puerta con siete llaves en el hotel de cinco estrellas de mi mundo.
En uno de los cuartos más lujosos. "Las suites de mis muertes" se llama este piso. Se puede escuchar el ruido del ascensor adelantando que ya llegamos. Cada puerta guarda un secreto que solo las personas más cercanas conocen, y que yo me voy animando a abrir, lunes a lunes con ustedes.
Así que bienvenidos, esta es su llave, los acompaño para que se pongan cómodos. Yo conozco las paredes de cada habitación de memoria. De eso están hechas. En mis silencios de soledad solo hay gritos desesperados. En estos infiernos encantadores solo hay gemidos, pero ya no soy la que arde ni mucho menos la que muere lento.