Manolo Rojas, quien lleva más de tres décadas haciendo reír al país, compartió una de sus anécdotas con el desaparecido cómico de la calle, Juan de los Santos Collantes Rojas ‘Tripita’, cuando lo llevó a su natal Huaral para trabajar en la plaza de Armas, pero terminaron en los calabozos de una comisaría.
“Nosotros trabajábamos en la Plaza San Martín, Parque Universitario y, a veces, en el jirón de la Unión, pero teníamos que estar alertas porque llegaba la policía y nos detenían. Nos había pasado tantas veces que decíamos en nuestras rutinas de chistes que teníamos la llave del calabozo y solitos nos encerrábamos después de actuar”, recuerda Manolo Rojas.
¿Cómo llevaste ‘Tripita’ a Huaral?
Nosotros trabajábamos juntos y un día le propuse ir a mi tierra, Huaral, con la promesa de que nada nos podía pasar porque ya estábamos hartos de estar corriendo cada vez que la policía aparecía y nos daban duro, así que le dije: “vamos a Huaral, nadie nos va a molestar, es mi pueblo, yo allá soy Dios”, y atracó.
¿Y cómo les fue?
Apenas llegamos lo llevé a mi casa para comer pato en ají y carapulcra, estaba feliz, emocionado y decía que por la comida se quedaba a vivir ahí. Por la noche fuimos a la plaza de Huaral y la gente se comenzó a reunir poco a poco, hasta que el ruedo era grande. Primero empecé yo y ‘Tripita’ iba de fondo para reventar y recolectar un buen dinero. Cuando empezó su show me fui al baño, en una pollería del frente, y cuando regresé a los minutos ya no estaba y la gente se estaba yendo.
¿Qué pasó?
La gente que aún estaba por ahí me dijeron ‘a tu amigo se lo han llevado, llegó la policía y lo detuvo’. Así que fui corriendo a la comisaría y hablé con el comandante, le dije que era injusta su detención porque no había hecho nada malo, era mi amigo y que yo era un huaralino, su anfitrión.
Entonces...
Me dijo: “por faltarle el respeto a la autoridad, usted también queda detenido”, y me llevaron al calabozo con ‘Tripita’.
¿Cómo se puso?
Apenas me vio me dijo ‘ya era hora de que vinieras a sacarme’. Fui sincero y le respondí: ‘maestro, he venido a hacerle compañía’. Cruzó los brazos, me miró fijamente y dijo: es la primera vez que caigo en cana con Dios.
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