Diosdado Gaitán Castro conoció desde niño la verdadera esencia de la Navidad: el abrazo de su madre y un amanecer con esperanza.
Diosdado, ¿cuál fue la Navidad que más te marcó?
La Navidad que más recuerdo fue una muy dura y, al mismo tiempo, la más luminosa de mi vida. Ocurrió en los años de la violencia en Ayacucho, cuando por necesidad tuvimos que emigrar a la quebrada de Pisco, a un pueblito llamado Pacra. El negocio nos fue muy mal, tan mal que mi madre tuvo que regresar a Ayacucho, donde el peligro y la muerte acechaban a cada instante, y yo me quedé solo en una tierra que no era mía para concluir mis estudios, haciéndome cargo de mi hermanito menor. Yo tendría unos 14 o 15 años y él apenas 9.
¿Debió ser difícil para un adolescente?
Sí. Logré terminar las clases, pero no podía volver con mi madre porque no había dinero. Hasta que, como pudo, ella me envió un pequeño monto y con eso emprendimos el retorno. Viajamos un 24 de diciembre, por la tarde-noche, rumbo a nuestro Ayacucho querido y añorado. Justo a las doce de la noche, el conductor detuvo el bus. Dio un lindo mensaje sobre la Navidad y la tristeza de no poder estar en familia, sacó un poco de champán y lo compartió en vasitos descartables. Brindamos todos y el viaje continuó.
¿Qué pasó después?, ¿viste a tu madre?
Recuerdo que mi hermano dormía profundamente. Yo, en cambio, vencido por la soledad, la pobreza y la ausencia de mi madre, lloré en silencio, sin que nadie pudiera consolarme. De tanto llorar, me quedé dormido, hasta que una voz me despertó: “Ya llegamos”. Bajamos en un lugar llamado Tambo del Sordo, a unos 60 kilómetros antes de Ayacucho. Ahí estaba mi madre esperándonos. Recién entonces entendí la Navidad: no fue una noche de luces, sino un amanecer con esperanza y el abrazo de mi madre. Esa es la Navidad que nunca olvidaré.
¿Pedías juguetes?
De niño siempre soñé con tener un chachicar. Nunca lo tuve. Una tía alguna vez nos regaló uno muy viejo, pero más que alegría nos causaba frustración, porque no funcionaba bien, se rompía a cada rato. Aun así, ese era el juguete que yo anhelaba. También soñé con tener una bicicleta, como cualquier niño, y quizá un televisor para la casa. Pero nada de eso llegó en mi niñez. Eran tiempos difíciles y uno aprendía a soñar con cosas simples, aunque no siempre se hicieran realidad.
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