Fabiola Saavedra Castro (28) encontró su verdadera vocación cuando apenas tenía 8 años, mientras jugaba con sus muñecas: las peinaba, les cortaba el cabello y hasta les pintaba uñas imaginarias. A ojos de sus amiguitas de barrio, ella tenía el don para embellecer a las muñecas tanto así que no pasó mucho tiempo para que las Barbies, Bárbaras y Alicias de toda la cuadra, desfilarán por su improvisado salón de belleza.
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Pero no solo las muñecas pasaron por sus manos. Más de una de sus amiguitas se atrevió a cortarse el cabello con Fabiola, quien se sentía una verdadera experta en belleza. Era reconocida, admirada y envidiada. Fue de esa forma que descubrió que su pasión era seguir haciendo peinados y cortando cabellos por el resto de su vida.
Fabiola nació en La Loma, un barrio pobre de Yurimaguas, en el Alto Amazonas (Loreto). Al terminar el colegio, no tuvo posibilidades de estudiar, así que buscó trabajo en aquello que siempre soñó. Empezó en un salón de peinados como ayudante de la dueña, sin más experiencia que los cortes y peinados a sus muñecas, pero con muchas ganas de aprender. Allí limpiaba y barría los cabellos que caían, esperando la oportunidad para coger las tijeras y demostrar su habilidad.
Pero el tiempo pasó y esa oportunidad nunca llegó. Trabajó en varios salones de belleza, pero siempre como ayudante. “Fue muy duro”, admite Fabiola, quien tenía 20 años, 2 hijos pequeños (Hermenegildo y Basthian) y una madre a quien sostener.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
El sueldo de “ayudante” no le alcanzaba, pero tuvo la oportunidad de afiliarse a Juntos, un programa social del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social que entrega a sus familias usuarias un abono, siempre y cuando estas cumplan con enviar a sus hijos al colegio y llevarlos a la posta para que accedan al paquete integral de salud.
Allí recibió, además de los abonos, charlas de educación financiera que la sensibilizaron en la importancia del ahorro. Fue así que empezó a juntar una parte del dinero que recibía de Juntos para invertirlo no solo en la educación de sus hijos, sino también en la suya.
Poco tiempo después decidió estudiar y se matriculó en el Centro de Educación Técnico Productiva (CETPRO) de su natal Yurimaguas, en donde siguió la carrera de peluquería y cosmetología. Luego de 2 años de estudio, pudo perfeccionar sus conocimientos y aprendió sobre marketing, finanzas, márgenes de ganancia y habilidades personales, para poder iniciar su propio negocio.
Contagiada por el espíritu emprendedor innato de los peruanos, acondicionó un pequeño espacio en la sala de su casa, para transformarlo en su soñado salón de belleza, en donde hacía cortes, peinados y maquillajes para los vecinos de su barrio en Las Flores.
“Empecé con una silla de plástico prestada y un espejo fiado de la vidriería del barrio, pero estaba feliz porque cumplía mi sueño”, dice y agrega que ahora no solo corta el cabello y hace peinados, sino que también brinda los servicios de tinte, manicure y pedicure.
Han pasado 20 años desde que Fabiola les cortaba el cabello a sus muñecas y 4 desde que lanzó su propio emprendimiento. Ahora tiene 3 sillas de peluquería, muchos espejos, tijeras y peines y ya piensa en abrir un nuevo salón de belleza en otro barrio de Yurimaguas.
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