Mi amigo, el Chato Matta, llegó al restaurante por un estofadito con carne de osobuco, papa amarilla, pasas, arroz graneadito y su jarrita de manzanilla al tiempo para la buena digestión. “María, la semana pasada no te terminé de contar mi historia con la espectacular Adelita, guapa, alta y vestida de negro, como la canción de The Hollies.
Me la presentó una trampita de Pancholón pero nunca le cayó el gordito. ‘Pancho no suma en tu vida -me decía-, deberías buscar otra clase de amistades’. De arranque me habló mal de mi hermano y de ahí la tarifé mal. Allí sacó su ‘mala entraña’, pero un hombre cuando está con la ‘cabeza caliente’ no entiende razones ni consejos.
¡Hasta estuve a punto de separarme de mi esposa porque llegaba seguido borracho de madrugada y eso provocó una crisis en mi matrimonio! Adelita te envolvía en la telaraña de sus caricias.
Pancholón intentó abrirme los ojos: ‘Chato, mi causa ‘Cara de pan’ ha visto a Adelita con un Cholón con harto oro en el cuello en un camionetón espectacular’. Esa noche me metí una botella de Cartavio con el abogado mujeriego. ‘Esa mujer es canalla, te está comiendo cerebro. Qué pasa, Chato, tú eres varón, callejero, de barrio, no vas a cambiar a tu señora, que es una dama, por esa rufla’, me repetía el gordito. Yo me negaba a creer que me estaba engañando.
Una noche, borracho, cometí el error de llamarla, encararle su infidelidad y decirle que Pancho me lo contó todo. Adelita demostró su ‘mala leche’ y contactó con un tío oficial de la Policía que le mandó a hacer un seguimiento a Pancho y lo intervinieron con su psicóloga en plena ‘faena’, en la madrugada en su carro, en la playa Los Delfines.
Felizmente Pancholón también tenía ‘padrinos’ y la libró, pero se enteró de dónde vino el golpe y le hizo la guerra. ‘Chato, Adelita te juega chueco, déjala. Cindy y su hermanita son de avance y son leales’. Por un tiempo volvimos a las andadas con las hermanitas. Hasta que un día manejaba mi Tico y un camionetón del año se me cruzó temerariamente. Era Adelita. ‘Deja ese juguete en una cochera y sube’.
Me llevó a un hostal en Miraflores y en la suite presidencial, en el jacuzzi, me la cantó clarita: ‘Sí, estoy con el cholón, que tiene más de cien buses y me regaló este carro y se va a casar conmigo. Chato, no te hagas paltas, tú seguirás siendo mi amante’. Yo acepté solo para seguirle el amén. Pero la relación perdió su encanto. Cuando la llamaba: o tenía apagado el fono o me hablaba bajito: ‘Chato, no me llames, yo te voy a buscar, clic’.
O cuando yo estaba durmiendo como un bebito en mi casa me llamaba de madrugada, ebria de licor y deseo: ‘Mi marido se acaba de ir de viaje, te espero en La Posada’. Mi vida era un caos. Pero lo peor es que cada vez que se peleaba con su Cholón me hacía escándalos: ‘Deja a tu mujer, alquilemos un nidito de amor’.
Luego se le dio por llamarme de madrugada. Como apagaba mi celular, al día siguiente me quería arañar la cara. Se tomaba unos tragos en el hotel y se ponía a cantar ‘Amor mío, déjalaaaa’ de Yuri. Me mudé, cambié mi número de celular y nunca más pisé los salsódromos y discotecas donde paraba Adelita. Se volvió una loca obsesiva y peligrosa”. Pucha, qué tal historia del Chato, pero él tuvo la culpa por sacar los pies del plato. Me voy, cuídense.