Este Búho, con más de treinta años ejerciendo el oficio de periodista, es consciente de que uno de los pilares fundamentales en una democracia es la libertad de expresión. A raíz del fallecimiento de Arturo Salazar Larraín (94), uno de los pocos hombres que quedaba vivo de la llamada ‘Epoca de oro’ del periodismo nacional, puntal del desaparecido diario La Prensa, de Pedro Beltrán, a mediados del siglo pasado, me puse pensar en los atropellos y abusos que sufrió.
Cárcel y deportación por sus ideas y posición frente al gobierno militar del general Juan Velasco, luego de su nefasta ‘expropiación de los diarios’ en 1974, que en realidad fue el despojo por los militares de los medios de comunicación más importantes e independientes del país, como El Comercio, Correo, La Prensa, Última Hora, La Crónica, a sus legítimos propietarios.
Don Arturo y centenares de periodistas que protestaron por el atropello fueron despedidos y, desde esa fecha hasta 1980, en que retornó la democracia con Fernando Belaunde, los diarios se convirtieron en burdos pasquines ‘parametrados’ y a sus periodistas los transformaron en simples ‘volteadores’ de los comunicados de la siniestra Oficina Central de Informaciones.
Muchos hombres de prensa se sintieron vejados, pero lo aceptaron por no perder el trabajo. El Perú sufrió un atraso de dos décadas de progreso durante esos doce años de oscurantismo militar. Se vivía una economía de guerra y los paros nacionales paralizaban al país, pero para los periódicos ‘amordazados’ nada de eso existía. La prensa estatizada era una vergüenza. No existían las Unidades de Investigación.
Solo revistas independientes como Caretas, de otro gran luchador por la libertad de expresión, Enrique Zileri, desnudaba las podredumbres del régimen y, al toque, era censurada. Periodistas de izquierda, al ver que les censuraban también sus publicaciones, optaron por lanzar una de humor político, la recordada ‘Monos y Monadas’, que desconcertó a los censores y permitieron su circulación, pero al final, después de una portada que ridiculizó a los generales en el poder, también fue censurada.
En esos tiempos grandes periodistas terminaron haciendo taxi o emigrando a otros países, porque no soportaron que los ‘censores militares’ llegaran a las redacciones a mandonear como si fuera su cuartel. Los jóvenes periodistas que hoy trabajan sus propios portales con total independencia, al margen de los grandes medios, deben darle gracias a profesionales como Arturo Salazar Larraín, Enrique Zileri Gibson o Humberto Damonte Larraín, entre muchos otros, quienes sufrieron cárcel y deportación en esas épocas oscuras, solo por ejercer la libertad de expresión.
Con la devolución de los medios a sus legítimos dueños regresó la pluralidad en la información y, con ello, la prensa escrita y televisiva a inicios de 1980 recobró su nivel, su amplitud y dio a luz programas culturales brillantes como ‘La Torre de Babel’, conducido por Mario Vargas LLosa o ‘Pulso’, donde justamente el fallecido Arturo Salazar Larraín se desempeñó como acucioso panelista.
Se pudo discrepar con las posiciones políticas o ideológicas de don Arturo, pero no se puede negar su condición de maestro de periodistas, sobre todo desde su dirección de La Prensa, en 1980, donde apadrinó a una generación llamada ‘Los jóvenes turcos’, integrada por su hijo Federico Salazar, Mario Ghibellini, Juan Carlos Tafur, Jaime Bayly, Enrique Ghersi, Freddy Chirinos, Carlos Espá, entre otros. Apago el televisor.