En el momento más sublime de su vida, Stefano Peschiera, tuvo un gesto que dejó sorprendido a todos los que acompañaron su hazaña en París 2024 en las aguas de Marsella. Cuando por los altavoces de la competencia oficializaban que Perú había logrado la medalla de bronce, los ojos de nuestros veleristas se inundaron de lágrimas.
En esos segundos, con la visión borrosa por la emoción, abrió automáticamente el bolsillo de su chaleco salvavidas y buscó mirar una vez más la foto de su abuelo Alfonso, un experto velerista que le inculcó el amor por esta disciplina cuando recién había aprendido a caminar.
El ‘viejo lobo de mar’ como lo llamaban en la familia, pidió el permiso de su padre para empezar a enseñarle a dominar los vientos y saber dirigir una vela cuando había cumplido los siete años.
Cada verano el pequeño Stefano Peschiera esperaba los fines de semana para llegar hasta la casa de su abuelo en Ancón y aventurarse junto el al océano. Una imagen que enlazó con el momento más feliz en las costas de Marsella. La mirada al cielo y el dedo extendido al mismo lugar fue la dedicatoria del hoy deportista más querido por el Perú.
El administrador de empresas nunca dejó su pasión y también tiene que ver con la promesa que le hizo a su vuelo de conseguir una presea olímpica y de esta manera rendirle honores a cuatro generaciones de veleristas en su familia.
Contenido GEC