Basta mirar sus manos para saber que hay una historia grande por contar. Dueño del arco peruano por casi una década, hoy juega con el tiempo para contar sus días que no pueden pasar al olvido. Miguel Miranda, portero de nuestras selecciones, hace un repaso a una vida deportiva llena de anécdotas que hoy se apagó debido a un infarto fulminante que acabó con su vida a los 54 años.
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En la Copa América de Bolivia, en 1997, tenía todo arreglado con Boca Juniors.
Venía jugando un gran torneo. Después de ganarle a Argentina 2-1 y días antes de enfrentar a Brasil, mi empresario me hizo una recomendación: ‘Está todo arreglado para que firmes por los xeinezes, no juegues’.
Primero es mi selección.
Se acabó la posibilidad de jugar por el club argentino.
Fueron los cuatro días que jamás quiero volver a vivir.
Después del triunfo ante los ‘albicelestes’ se hicieron cosas que ya no deseo recordar.
Uno que casi ahorco en el vestuario.
Ya pasaron muchos años. No es tiempo de dar nombres.
Perdimos ante Colombia y me iba al vestuario molesto y se acercó Óscar Córdoba, arquero de ellos, muy cordialmente me pidió el intercambio y lo hice.
Le saqué un tiro libre, tuve varias atajadas evitando el gol y también casi le atajo el segundo penal al ‘Muñeco’.
Muchos decían que solo fui arquero de club.
Ese plato solo existe en Perú.
El que te sirven con zanahoria y arvejita, pero sin pollo ni chancho y es para acompañar un guiso, nunca se come solo.
Vivía en una ciudad que en mis tiempos tenía 50 millones de habitantes.
Jugaba Romario y había estudiado todos sus movimientos.
Fue porque al ver que venía me quise adelantar a lo que siempre hacía, y él hizo una genialidad inesperada y la mandó al fondo.
Cocinar 42 días en mi casa, ja, ja, ja.
Todo el día, exprimo al cable y los videos.
Estos días deben servir a todos para leer, educarnos. Más a los muchachos del fútbol que tienen tiempo hasta para estudiar online.
Un abrazo a todos, a cuidarse y alimentar el espíritu.
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