¡Mi gente! Empezó un nuevo año y su amigo Luis ‘Cuto’ Guadalupe viene más embalado y sabroso que Paolo Guerrero bailando en su rumbón de cumpleaños. Estamos en el 2022 y espero que lo hayan recibido de las mil maravillas. Porque sí, porque nos lo merecemos. Y con fe, mucha fe, porque la fe es lo más lindo de la vida.
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En esta ocasión les voy a contar los años nuevos que viví en mi infancia en mi rico Corongo. Los años maravillosos. Me convierto en el Kevin Arnold de Corongo por un momento. Empieza la música.
La pandemia nos ha quitado un poco esa alegría que se vivía anteriormente. La gente salía a la calle a abrazarse, algunos salían con su botella de cerveza, vino y brindaban entre vecinos y amigos. Los tonos y la música se escuchaban en todos lados. Era una fiesta masiva. Los niños corrían de un lado para otro por las calles sin temor a que les pudiera pasar alguna cosa.
Eran tiempos en que la delincuencia no hacía de las suyas como ahora. Imagínense. Había códigos entre todos. Pero una de las cosas que más vida le daba al final del Año Viejo eran los muñecos.
EL AÑO NUEVO EN LOS AÑOS MARAVILLOSOS DE CORONGO
Aquellos tiempos en mi barrio se vivían muy distintos. Quizás sea verdad que lo de antes era mejor, pero no desmerezco lo que se hace ahora. Al contrario, muchos niños y adolescentes dirán lo mismo que yo más adelante. Pero volviendo a mis tiempos de infancia, los ochenta e inicios de los noventa, la llegada del Año Nuevo era una fecha muy especial.
A diferencia de la Navidad, en la que en mi casita no había monedas para mis regalos, el 31 de diciembre era un momento en el que ser pobre no me impedía expresar mis sensaciones, mi alegría, entusiasmo y mis ganas de renovar mi fe.
Deseaba con ansias que llegue ese 1 de enero, porque era una nueva oportunidad que da la vida para conseguir todo aquello que no pude en el año anterior: Mi bicicleta, zapatillas, ropa y lo que siempre anhela un niño. Esa semana, luego de la Navidad, venían días en los que eran ceremoniales, de mucha concentración y hermetismo a la vez, para mí y mis amigos del barrio.
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Se armaba una verdadera competencia. Armar el mejor muñeco lo era todo. Materia prima no me faltaba, tenía cualquier cantidad de ropita vieja en casa. Todo dependía de mi ingenio para hacer lo mejor. No importaba que al final se iba a quemar, lo que valía era el pecho inflado de orgullo de que todas las personas vieran y admiraran al mejor muñeco de toda la cuadra.
LOS BENEFICIOS DE SER “GRANDECITO” AL ARMAR MUÑECOS
Algunos usaban hasta llantas, cartones, plásticos, un poco más y hasta les ponían corriente para que corran y hablen. Bueno, es un decir. Empezaba a hacerlo en el techo de mi casa.
Siempre agarraba las telas más viejitas de mi hermano mayor y eso me daba la posibilidad de hacer el muñeco más grande que todos mis otros competidores. A eso le sacaba provecho.
La competencia era muy fuerte, cada muchacho, cada familia se lucía. Era una cosa impresionante. A partir de las 8 de la noche empezaban a ponerse, uno a uno, en la calle para que la gente los viera y empiece a admirarlos.
No existían los celulares para tomarles fotos ni el Internet. Si eso pasara en estos tiempos, sería una cosa de locos. Las redes sociales explotarían y los videos se harían virales.
Algunos muñecos los ponían parados, otros sentados en una silla vieja. Muchos hasta con un mensaje en el pecho y por qué los iban a quemar. Varios incluso hasta los paseaban en auto, con personas que pregonaban que el muñeco había sido infiel, dejó a sus hijos o no cumplió con sus promesas. ¡Imagínense cuántos tramposos y políticos se llevarían a la hoguera! Ja, ja, ja.
SONABA GABINO PAMPINI: “¡FALTAN CINCO PA’ LAS DOCE!”
El alumbrado público se iba, los postes se quedaban sin iluminación, era la señal de que la hora llegaba. Se le ponía los cuetecillos en los bolsillos del muñeco para que todo reviente. Dejabas la puerta abierta de tu casa y nadie te robaba. ¡¡¡Asuuu qué tiempos aquellos!!!
Antes de las 12 de la noche, una fila de ‘condenados’ esperaba su hora. Las personas recorrían y elegían al mejor. A las cero horas del nuevo año, el fuego iluminaba las calles, los cohetes, las luces, los abrazos, los brindis.
En estas fechas, cada vez que escucho los temas de Feliz Navidad y Prospero Año Nuevo, de José Feliciano, me pongo nostálgico. Otra canción infaltable era: “Faltan 5 pa’ las 12, el año va a terminar...”, de Gabino Pampini. Simplemente sensacional. De solo escucharlos se me escapan unas lagrimillas.
Soy grandazo, pero muy sentimental, ya lo deben saber a estas alturas. Con esos temas me traslado en el tiempo a esos años maravillosos, mis años maravillosos. Me siento el Kevin Arnold de Corongo. Sinceramente, muchas veces lloro recordando esas épocas. Era un niño muy pobre, pero muy feliz. Lo tenías casi todo.
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Así se iba el Año Viejo y se daba la bienvenida a un nuevo año. Hoy se han perdido muchas cosas sanas. Aquellos tiempos no volverán. La pandemia nos ha robado parte de esa alegría. Y nosotros mismos hemos olvidado la esencia de estas fiestas.
Lo peor de todo es que a pesar de lo que nos pasa, no hemos aprendido la lección. Ahora quiero desearles un feliz año 2022 a todos mis seguidores y siempre recuerden que la fe es lo más bonito de la vida, la que nos mantiene vivos y la que nos hace lograr cosas que parecen imposibles. Mi sangre, nos vemos el próximo lunes.
Ah, y no se olviden: este viernes estrenamos ‘La fe de Cuto’ temporada 2022.
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