¡Mi gente, mi sangre! Lo prometido es deuda y yo, Luis ‘Cuto’ Guadalupe, pago lo que debo. La semana pasada les comencé a relatar la historia de . Pero llegó un momento en que las emociones me ganaron y me quebré. No pude continuar escribiendo.

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Sin embargo, les hice la promesa de que terminaría la historia. Y aquí me tienen, renovado, sabroso y con ganas de seguir en contacto con todos ustedes. Porque a ustedes me debo.

El retiro profesional es algo a lo que nos resistimos por diversos motivos. No reconocemos que los años pasan y nos creemos insustituibles. Les había contado que en 2014 terminé jugando por Universidad César Vallejo. Venía jugando y una lesión me hizo perder el puesto, así que en los últimos partidos fui suplente.

Era titular, capitán, protagonista y pasé a ver y sentir cómo es ser suplente. Cuesta creerlo. No es fácil aceptarlo. La banca es un lugar, un rincón, en el que a ningún futbolista le gusta estar, todos queremos estar en la cancha.

Con el final de la temporada, se iba mi ciclo de futbolista profesional. Pero me resistía a aceptarlo. No lo podía creer. Entre diciembre de 2014 y enero de 2015 viví unos niveles de estrés nuevos para mí, los que crecieron aun más en la búsqueda de un equipo para seguir jugando. Ya estaba en los 39 abriles y no quería ver cómo se me cerraban las puertas y otras ni siquiera se abrían.

¿DÓNDE ESTABAN LOS QUE ME LLAMABAN SIEMPRE?

Hubo dos cosas que me pasaron factura. Ser líder, por mi personalidad, y la edad. Ya todos los equipos estaban armados. Y yo, terco, insistía. Recuerdo que llamé a los dirigentes de León de Huánuco y me aceptaron.

Fui a una reunión en la que estuvo el técnico paraguayo Rolando Chilavert. Pasó lo que alguna vez ustedes habrán escuchado. “Cuto, nosotros te queremos, pero el técnico no”, me dijeron. Caballero, nomás, me tuve que marchar.

Los días del 2015 pasaban. Nadie me llamaba. El celular, en silencio. Lo veía cada rato para ver y nada. Hasta pensé que se había malogrado. ¿Dónde estaban los que se peleaban por tenerme en sus equipos añas atrás? Ya entraba en la desesperación.

Todos los clubes empezaron a trabajar. Y uno, en nada, extrañando esos momentos de entrenamientos y concentraciones. No quise darme por vencido. “Tengo que estar preparado y listo para cuando me llamen”, dije, y me fui a realizar la pretemporada por mi cuenta en una playa con el profesor Ramón Vásquez. Pero nunca pude sumarme a un club profesional.

Empecé a mirar la Segunda. Algo tenía que chapar. Hasta que una brisa acarició mi rostro, apareció la rosa de Guadalupe y timbró el bendito teléfono.

‘EL CEMENTERIO DE ELEFANTES’ DEL FÚTBOL

Eran Los Caimanes que me pedían como refuerzo con la ilusión de volver a Primera. Arreglé y volví a Chiclayo, ciudad que siempre llevo en mi corazón por todo lo que me regaló en mi pasado con Juan Aurich.

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Y vi en el espejo una verdad dolorosa y real. Ya era parte del ‘cementerio de elefantes’ que termina siendo el último refugio para los que nos resistimos a dejar el fútbol.

El año se acabó sin mayores novedades, di lo mejor por el equipo ‘Lacoste’, pero nos quedamos cerca de regresar a la Profesional. Me quedé con la espina clavada. Por otro lado, la exposición mediática se había apagado. ‘Cuto’ Guadalupe, la figura, el capitán, caudillo, protagonista, ya no era más noticia en los medios y mucho menos portada en los diarios.

Mi foto ya no aparecía ni en los crucigramas. Me había convertido en un periódico de ayer, que nadie más procura ya leer.

Y es que en la Segunda no hay los reflectores que significa estar en Primera. Sinceramente, gracias a Dios, estaba entero físicamente, no tenía una lesión. Hay muchos casos de amigos, colegas, jugadores que una lesión a la rodilla, por lo general, los saca o los obliga a decir adiós. No era mi caso. Pero el tiempo nunca se detiene, el reloj avanzaba y ya tenía 40 años.

NO ME LLAMABA NI EL ECO

Empecé el 2016 con mucha nostalgia. La luz en mis ojos se apagaba, la alegría ya no era la misma. Ahora sí, el celular dejó de sonar. No me llamaban ni para ofrecerme una tarjeta de crédito, una ‘master daster’. Ni por número equivocado.

Antes, en mis mejores momentos, recibía cientos de llamadas de amigos, conocidos, familiares, equipos, directivos y hasta había jugadores que me timbraban para que sea su ‘padrino’ y los recomendara a algún equipo. Cada llamada con una historia distinta. Pero ya no había eso. Pasé a ser un ser uno más, un mortal común y corriente en este mundo. En ese momento, ya ni el perro te ladra. Pero me seguía resistiendo a esa realidad.

Hasta que un día entró una llamada del profesor Roberto Chale, que era el técnico de Universitario. La vieja ilusión volvió a mí. Se infló mi pecho y me dio hambre de triunfos, gloria y sopa seca. ¡¡Retirarme en el club de mis amores!! ¡¡Qué gran broche de oro a mi carrera!!

“ME CORTARON LAS PIERNAS”

Chale con el ‘Puma’ Carranza y Paolo Maldonado estaban dirigiendo a la ‘U’. No lo dudé ni un instante. Al día siguiente fui el primero en ponerme a las órdenes del cuerpo técnico y empezar la pretemporada.

Fue lindo reencontrarme con la gente, con ‘Pajita’ y cada uno de los trabajadores del club. Una vez más con la camiseta crema. Todos esos días pude compartir con , y , entre muchos más.

Todos fueron muy respetuosos. Pero había algo que no me cuadraba. Lo bueno de ser veterano es que ya conoces lo que pasa fuera del camarín, de la cancha, hueles el peligro como el tiburón a la sangre. Me di cuenta de que los administradores de la ‘U’, los Leguía, no me querían. A lo largo de la pretemporada demostré que estaba intacto físicamente, sin lesiones, bien profesional. Otra vez pasó lo que suele ocurrir cuando estás en esta etapa de tu vida: el cuerpo técnico me quería, pero no los dirigentes. No era tema de dinero.

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En ese momento solo esperaba, con las ansias de un chiquillo, la hora de jugar por última vez luciendo la camiseta de mis amores. Los Leguía solo debían tener la predisposición para hacerme un contrato simbólico. Pasé las pruebas médicas y físicas. Pero le buscaron la quinta pata al gato. Pese al pedido del entrenador, nunca me dieron la oportunidad.

Todo se acabó cuando un día fui a los entrenamientos y ‘Pajita’, el histórico utilero crema, me dijo que le habían dado la orden de no darme ropa de entrenamiento. Era el momento de tener dignidad. “Esto se acabó, no puedo terminar mendigando jugar. Si no respeto el nombre que construí, entonces no logré nada”, me dije. El club de mis amores no me quería.

Me fui en silencio, como se van los grandes, sin pedir explicaciones, sin despedirme de nadie. Chapé mi auto y volví a mi casa.

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ME DIO ‘LA PENSADORA’

En el camino de regreso, las lágrimas me ganaron. Sinceramente me había ilusionado con despedirme del fútbol en la crema de mis amores. Pero el problema de fondo seguía latente, no estaba resuelto. Pasaron los días, las semanas, los meses y a mitad de año se abrió la posibilidad de vestir la camiseta de Sport Boys. Una opción más de terminar en un grande.

Comencé a entrenar y lo hice muy bien. Lamentablemente, el club rosado ya no pudo contratar más jugadores por un impedimento de la Federación Peruana de Fútbol. Mi destino ya estaba escrito. El final de mi carrera había llegado hace rato y no me quedó otra que aceptarlo.

Se me vino la depresión, terrible. Ahora que pasaron varios años, lo puedo escribir. Es una cosa que no se la deseo ni a mi peor enemigo. Me dio “la pensadora”, eso de filosofar y de chancarte la cabeza con una idea y otra, y ninguna te hace bien. ¿Ahora qué hago para vivir, para seguir viendo por los míos? Miles de preguntas sin respuestas me invadieron.

El apoyo de mi familia fue clave, importante. Pero en especial, el de mi corazoncito Charlene. Ella fue mi principal soporte para salir de ese hoyo. El retiro y las lesiones son las cosas más temidas de un futbolista. Como dice la canción: “Todo tiene su final, nada dura para siempre…”. Se apagó la luz del fútbol profesional, pero Dios, me tenía algo reservado para mí. Porque . No lo olviden. Nos vemos el próximo lunes.

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