Paolo Hurtado y Jossmery Toledo han sido la comidilla de los últimos días en las redes sociales. La parejita de moda, del momento. Los años me han dado madurez y ahora que estoy en mis cuarteles de invierno, creo que el volante del Cienciano se ha equivocado. Primero, porque está casado, tiene familia y tenía un hogar. Segundo, con mi experiencia vivida, le aseguro que la modelito sólo está jugando naipes con él, es su vacilón, así la presente a su familia y le dé posición de ‘oficial.
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Yo también tuve romances con modelitos y vedettes
Yo también he tenido mis romances con modelitos y vedettes, y es muy difícil llevar una relación sana. Yo lo he vivido y decidí que, en esos casos, solo fue tener un ‘dame que te doy’, ser un gustito, no llegar a mayores. En 1998 conocí a ‘Yesabella’ en una fiesta, en la casa de mi primera mujer. Eso fue mucho antes de los famosos casos de las ‘prostivedettes’ y que publicara su libro ‘Yesabella al desnudo’ que remeció el mundo de la farándula y el fútbol.
La encontré con la chilena Teresa Espinoza, quien era mi amiga y me la presentó. Besito en la mejilla y aquella noche solo intercambiamos números de celulares. Una semana después, estaba echado en mi sofá sin un sol en el bolsillo y, de pronto, sonó mi teléfono. Era ella. Me contó que estaba aburrida, con ganas de tomarse un traguito. No me hice de rogar y acepté.
Me duché y salí disparado donde un tío que vivía en Surquillo y le pedí prestado 50 soles. Me metí a un grifo y le eché 15 ‘mangos’ de gasolina 90 octanos a mi Mazda rojo. Luego, me detuve en una licorería y compré un ‘ronkola’ de 5 lucazas. Pasé a recogerla, bajó con el cabello mojado y nos dirigimos a toda velocidad a la ‘Costa Verde’. Le servía bien ‘cargadito’ y ella me dio una señal: “Víctor, tengo un problema”. Dímelo con confianza, le dije, y puse mi carita de inocente.
Una rubia de la tele
Cuando me mareo, un lado de mi pecho se me pone frío y el otro lado se me calienta, si quieres compruébalo”. Estaba en lo mejor, midiendo la temperatura, cuando de pronto me tocan la luna del carro. Era la Policía. Me pidieron documentos, no tenía brevete y me ordenaron que los acompañe a la comisaría. ¡Qué piña! Eso solo me pasa a mí. Prendí mi auto y pisé el acelerador, me estaba escapando por el túnel de La Herradura cuando dos patrulleros me interceptaron misma película de acción y, caballero, frené.
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Nos llevaron detenidos y, para suerte mía, el Mayor a cargo de la dependencia conocía a un familiar mío. Pero, para dejar que me vaya, se maleó. “Zambo, comparte pues”. Lo puse en su sitio, tomé de la mano a la rubia y me puse serio. Al verme así, nos dejó ir. Revisé mis bolsillos y no sonaba ni una moneda. Me acordé de un amigo de Lince, dueño de un hostal al frente del Hospital del Empleado que me fiaba.
Allí perdí la memoria. Volví a medir la temperatura y ya no hubo ‘sapos rabiosos’. Nadie nos ‘ampayó’ y tampoco me expuse a pasear con ella en la vía pública ni presentamos a nuestras familias. Las cosas estuvieron claritas. Con el tiempo ella se fue a vivir a los Estados Unidos y encontró la felicidad. Y yo me animé a contar una historia que la rubia no escribió en su libro. Nos vemos el próximo jueves…
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