
Hola, mi gente maravillosa de La Fe de Cuto. Quiero agradecer a Dios porque esta cuarta temporada me hace muy feliz. Hoy tenemos un invitado al que le hemos estado haciendo seguimiento. Primero conversamos con su hermano, pero hoy toca con el mayor. Son de la casa, la casa crema, así que le doy la bienvenida a mi hermano del alma, Paul Cominges.
¿De qué barrio eres, Paul?
Aunque no lo creas, soy del Callao. Tenemos varias cosas en común, Cuto. Nací en Los Pilares, pero no sé por qué la gente no me asocia con el Callao. Viví allí hasta los diez años, después mi papá compró una casa en Ventanilla, en la “Ciudad del Deporte”, y nos quedamos diez años más. Ahí debuté y me hice jugador profesional. La primaria y secundaria las hice en el Callao, siempre.

¿Cómo eras de muchacho?
Lo que pasa es que siempre fui un chico al que no le gustaba aparecer mucho. Cuando iban a escoger jugadores en el barrio, a mí nunca me elegían. Seguro veían a otros más astutos, más habladores o con mejores condiciones. Yo jugaba campeonatos en el Callao y decía: “¿Por qué no me llaman?”. Siempre tuve perfil bajo, trataba de ser respetuoso. Eso me ayudó a lograr muchas cosas, aunque también me cerró otras puertas. Pero estoy orgulloso de ser así.
¿Alguna anécdota de tu colegio que recuerdes?
El fútbol siempre ayudaba. Te ganabas a los compañeros porque tú armabas el equipo. A veces te daban la mano con las tareas porque sabían que necesitabas jugar para que el salón gane. Siempre la pelotita estaba presente.
¿Cómo empieza tu historia en el fútbol?
Jugaba en el barrio. Había gente que iba a los campeonatos de Chacarita, en la cancha del “Maracaná”, a buscar jugadores. Yo no era la figura principal, acompañaba a los que tenían más condiciones. Un día llegué al ‘Sector Agrario’, que era una categoría mayor en la Copa AFIM. Ahí, la familia compraba rifas para pagar las camisetas. Nos tocó un partido contra la “U” en el Claretiano y nos metieron 8 goles. Yo ni entré, tenía ocho años. Estaba muerto de frío en la banca, pero miré a la tribuna y vi a mi viejo. Y me dije: “Por este hombre tengo que ser jugador”.
¿Y cómo llegas a Universitario?
Fue gracias a un tío, Pepe, que en paz descanse. Tenía una tienda de mayólicas en la avenida Brasil. Un día llegó un profesor de la “U”, Julio Gómez. Mi tío le hizo una rebaja y le dijo: “Tengo un sobrino para que lo pruebes”. Me citan al Lolo. Estaba la categoría 73, donde jugaban Chemo y el Chino Pereda, pero yo era 75.

Me hicieron jugar un tiempo y luego me mandaron a la banca. Recuerdo que tenía un buzo amarillo al que le había cosido una etiqueta Adidas. En un momento me dicen: “Tú, el del buzo amarillo, entra”. Justo antes de entrar me dieron ganas de ir al baño. Me mandaron por el túnel de menores y era larguísimo. Me demoré tanto que no regresé. Me dio vergüenza y no volví al campo.
¡No me digas que no regresaste!
Nada. Y lo peor es que mi familia me preguntaba: “¿Cómo te fue?”. Y yo solo les dije: “No pude… será para otra oportunidad”. Después, ya en mi categoría, me probaron en San Isidro con Percy Vílchez como entrenador, una gran persona a la que quiero mucho. Él confió en mí, jugué y me quedé con 10 años.
¿Cómo se da tu debut en Primera División?
Yo vivía en Ventanilla y podía ir a Fertisa, en el Callao, pero me gustaba ir al Lolo a ver a la barra, a los periodistas y a los jugadores de Primera. A veces nos llamaban para completar en los entrenamientos. En el 93 debuté porque se jugaba un campeonato intermedio, y como los titulares no lo jugaban, nos dieron la oportunidad. Fue un logro enorme. Después, en el 95, me fui a Cienciano con un grupo de chicos como el Chino Pereda y Coco Menezes. Nos pagaban 100 dólares quincenales, pero como éramos menores de edad, no podíamos cobrar. Entonces Tamariz decía: “Yo lo cobro por ustedes”, y así lo hacía con varios.
¿Había confianza en ese tiempo, no, Paul?
Claro. Mira, en mi casa, hasta ese momento, nunca habíamos comido pizza. Solo la habíamos escuchado nombrar. Era el año 93. Antes, cuando cobrábamos, nos íbamos caminando del Lolo hasta Polvos Azules a comprar. Con 90 dólares te sentías rico.
Un día, en la Plaza San Martín vi Pizza Hut y quise llevarle a mi familia. Compré dos pizzas grandes, pero yo no sabía que se comían calientes. Subí a la combi y me fui hasta Ventanilla... ¡las pizzas llegaron heladas! Jajaja. Pero son recuerdos y cosas que la “U” me permitió vivir.
Eso era lo lindo de Universitario.
Es verdad. Después de jugar en Universitario, sientes la confianza de que puedes hacerlo en cualquier lado. Yo estaba convencido de eso. Era joven, quería jugar. Me decían que tenga paciencia, pero uno solo quería estar en la cancha. En la “U” estaba Markarián, era difícil, y me decía: “Tienes que esperar”.
Entonces apareció la oportunidad en Cienciano con Freddy Ternero, que había sido asistente suyo. Llegamos al Cusco a ciegas. El jueves hicimos un amistoso con Melgar, pateé un penal, anoté y nos fue muy bien.
¿Ese año la rompiste?
En el 95 hice 15 goles. Ese fue el año en que Alfredo Gonzales, presidente de Universitario, me fue a buscar a una Sub-23 que viajaba a Tandil. Estaba en la Videna y apareció con Miguel Silva y un contrato para que regrese a Universitario. Me dijo: “Mira, tú eres de la casa, tienes que volver”.
Todo bonito hasta que en un momento me dice: “Pero si no quieres, yo tengo al mejor nueve del Perú: Luis Guadalupe. Si no quieres, no regreses”. Yo me molesté. Sentía que estaba en mi derecho, porque desde los 10 años hacía 30 goles por año. Guadalupe había llegado a los 16 y no era delantero. Mi relación con Alfredo nunca fue buena.

¿Te arrepientes de esa decisión?
Con el tiempo pensé: “Debí haber regresado y pelearla”. El ego a veces nos hace equivocarnos, pero también te ayuda a salir de muchas situaciones. Decidí quedarme en Cienciano. El Chino regresó y se fue a Boca Juniors. Yo dije: “Después regresaré”, pero me demoré un montón. Eso sí, Alfredo siempre me ponía arriba y me tuvo fe.
Después te vas a la Copa América y te sale una propuesta, ¿verdad?
Sí, me salió lo de Grecia. Jugué en el Veria, a media hora de Salónica. Yo llegué antes que Percy al PAOK. Lo recibí, fuimos los primeros en llegar. Después llegaron Martín Rodríguez y Juan Carlos Bazalar.
¿Cómo aprendiste griego?
El técnico no me quería, así que tenía que aprender, si no cómo hacía. Mi ilusión era jugar en Europa y asegurar a mi familia. No podía regresarme sin eso. Firmé cuatro años de contrato, aunque no los cumplí por una situación injusta.
Los primeros seis meses fueron duros, pero a los cuatro ya me comunicaba. No lo escribía mucho, pero podía entender al entrenador. Hice 15 goles en seis meses. Fue clave aprender el idioma.
El que se quedó allá fue César Rosales, ¿no?
Sí, él se quedó, puso un negocio. Lo que pasa es que Grecia era lindo… y las mujeres muy guapas.
¿Alguna anécdota de allá?
Creo que no aproveché al máximo para aprender más de su cultura. Hoy me gustaría volver para agradecer a personas que se portaron bien conmigo y yo no correspondí como debía.
¿Y te juntabas con Percy Olivares?
¡La figura! Él tenía diez años más que yo, estaba casado y llegó con su familia. Yo estaba solo. Percy no es fácil, pero una vez que lo conoces es una linda persona. A veces venía entusiasmado y me decía: “No me hables en español”.
Lo hacía para protegerme, porque en otros lugares no la había pasado bien. Quería que los griegos no sospechen si hablábamos en otro idioma. Percy tenía más mundo que yo.
Luego juegas en OFI de Creta.
Creta es la isla más grande de Grecia. Tenías el mar por todos lados. Estaba bien, yo estaba solo, pero me hubiera gustado apreciar ese tipo de situaciones. Salí del PAOK porque el presidente me dijo que los resultados no acompañaban y que ocupaba cupo de extranjero. “Quiero darle a la gente un poco de calma. No es tu culpa, ni nada, vete a este equipo por seis meses y regresas. Vas a cobrar lo mismo, no te preocupes. Ese equipo está peleando por quedarse en Primera. Voy a traer al ‘Tren’ Valencia, que ha jugado dos mundiales”.
¿Y qué hiciste?
De nuevo me salió el ego y le dije: “¿Qué Tren Valencia? Yo puedo ser mejor que Valencia”. Yo le decía: “He hecho tantos goles en este equipo, cómo me vas a decir eso”. Hoy lo entiendo: la hinchada se iba a calmar, porque no tenían nada contra mí. “No te vayas”, me dijo.
Esas malas decisiones, como dices, duelen…
Sí, hermano. Si no aprendes, estás perdido. La idea es que lo analices después y aprendas. A veces ese ego me ayudó para respetarme, pero otras veces no, como la que te cuento. Si yo le decía: “Me voy, pero hazme dos años más de contrato”, me los daba. Ya había pasado lo peor de la adaptación. Pero no, me fui sin nada. Pensé que me iban a llamar de otros lados y no pasó. Cuando se empezaba a cerrar el libro de pases, me contactaron, y el más serio fue el OFI. Fue el único equipo en el que no hice gol. Solo estuve seis meses y no me fue bien.
Paul, aquí hay un problema… Me han puesto que en el 99 jugaste en Alianza Lima.
Sí, hermano. Alianza había vendido a Claudio Pizarro y en Grecia no salía nada ni en Segunda. Universitario estaba con Chemo y habían contratado a Holsen. Me hacen la propuesta de venir y fue complicado, porque mi familia estaba identificada con la ‘U’. A los 14 años juras cosas como “yo nunca jugaré ahí”… y la vida después te enseña. Yo lo tomo desde el lado del aprendizaje.
Uno nunca puede decir nunca.
Eso es verdad. Uno no debe decir nunca. La vida me puso en una situación y lo que yo había dicho en el barrio no lo pude cumplir. Fue una situación personal, porque no deseo faltarle el respeto a Alianza Lima. Tanto el camarín como los directivos me trataron muy bien.
¿Qué número usabas?
No me acuerdo. El día que debuté hice gol y le ganamos 4-0 a Municipal. Salí el mejor de ese partido. Después no jugué más, para los minutos que tuve. En el 99 ganamos el Clausura, que fue definición con la ‘U’, ese 3-0. Campeonamos con un gol mío ante Cienciano. Regresa Pinto y me quedo tres meses más. A la barra mi presencia no le agradaba mucho y al técnico se le hizo fácil sacarme.
En el 2000 te vas a El Águila de El Salvador.
Ahí la vida nuevamente me pone en una situación difícil. Me fue muy bien, hice un montón de goles, pero la verdad es que fue complicado. Dos años antes estaba jugando con el PAOK la Champions y en El Salvador la situación era precaria, y eso que el Águila es el más grande de allá. El ‘día a día’ era difícil. No me gustó, pero me hizo valorar cosas esenciales. Esos bajones en la carrera te hacen reaccionar.

Luego regresas a Cienciano…
Claro, hermano. Ahí estaba Freddy Ternero. Antes pasé por Cristal, donde compartí delantera con Bonnet. El pelado hacía dos o tres goles por partido. Yo solo hice siete u ocho goles, me suena poco, pero ahora que entreno pienso: “Ojalá me llegue uno que haga ocho”.
Jugaste en Estudiantes de Medicina.Hicimos historia con Franco Navarro. Fue un renacer en mi carrera y un claro ejemplo de que no todo es salir campeón, sino también quedar en el recuerdo de la gente. Allí Franco inicia como entrenador. Era una banda, nos quedamos por muy poco. Estaban Germán Carty y ‘Chiquito’ Flores.
Después vuelves a Grecia.
Me aparecieron algunas opciones con 26 años. Creo que el Basilea me hizo una oferta, pero también salió una de Grecia. Yo opté por cobrarme una revancha. El Panaiki era un equipo chico, celebraba un empate de visita, pero me equivoqué.
Luego regresas a la ‘U’ con la gestión de Aspauza.
La ‘U’ estaba en una situación complicada y quería darme el gusto de jugar ahí. Ya estaba más tranquilo con la plata y decidí regresar. Hice esa mitad de año y no nos fue bien. Hice varios goles y eso me permitió quedarme para el 2003, cuando regresa Alfredo González.
Ese año me fue bien, pero no campeonamos y vino el tema de la huelga. No tenía buena relación con Alfredo; no nos faltamos el respeto, pero no era de su grupo preferido. Igual se me cumplió el sueño de jugar con mi hermano, y eso me hizo muy feliz. Compartí con un chiquito que vi crecer y que sacaba como mascota. Fue algo importante.
Esa foto debe estar en un cuadro…
Esa es la única foto que guardo en mi casa: festejando un gol conmigo en Matute. Creo que tú centraste en ese clásico y yo hago gol. Después nos empata Waldir 1-1. Antes la Trinchera podía entrar a Matute y lo gritamos con la Trinchera Norte. Eso quedó para toda la vida y se lo agradezco al fútbol.

Fuiste tú quien contó que te diste un lujito y te compraste un Rolex.
Sí, fue en el 2006. Eso pasó cuando regresé a la ‘U’. Ya estaba casado, con familia, y venía de jugar Copa Libertadores con Caracas FC, donde hice cuatro goles. En Venezuela campeonamos sobrado, pero ya empezaban los problemas políticos y el tema de los dólares.
Luego vino lo de San Martín, que peleaba el descenso, y me hicieron una buena oferta. Regresé, hice varios goles y salvamos el descenso. Después, en el 2005, pasé al Atlético Universidad de Arequipa con ‘Cachete’, Pajuelo y el ‘Cheta’.
Después regresas a la ‘U’ en el 2006.
Estaba Alfredo González y me llama. Sentí que me quería, así que decidí limar asperezas. Me hace un buen contrato y apuntábamos a ser campeones. Amador Sánchez me pide como referente. Ese día pasé por una relojería, sentí que era el momento de darme un premio y me compré el Rolex.
A los tres días arrancó la pretemporada. Entrené, pero me sentía raro, cansado. Pensé: “¿Será el reloj?”. A los días me hacen exámenes y el doctor Segura me dice: “No viajas, tienes hepatitis”. El contrato aún no estaba firmado.
¿Cómo te contagiaste?
Nunca lo supe. Me fui a mi casa sin contrato. Alfredo no era de mi palo. Pasaron tres meses. Me recuperé, me dieron el alta un miércoles y fui al club. Al día siguiente Amador salió de la ‘U’. Alfredo me dijo: “No hay contrato”. Me derivó a un doctor, me analizaron, vieron que estaba bien y finalmente me hicieron contrato. Regresé y pude jugar.
Te vas al Bolognesi de Tacna después.
Sí, me llamó Reynoso. Campeonamos. No era fácil, pero fue como reinventarme. Me fue tan bien que después me llamó Sporting Cristal.
¿De quién es la frase “hubiera preferido no conocer al ídolo”?
Es mía. Tuve técnicos como Jorge Nunes, Roberto Martínez, Juan Reynoso… y te digo la verdad: hubiera preferido quedarme con el ídolo y no tenerlos como entrenadores. Soy muy respetuoso. Para mí, Roberto era crack, yo lo imitaba en la cancha.
Pero en el vestuario la relación no fue igual. Una vez le decía al ‘Puma’: “El único estúpido que me dice tío es este huev…”. Todos le decían Roberto y yo, como gil, le decía “tío Roberto”, por respeto, pero él no lo valoraba. Como jugador lo tengo arriba, pero lo otro no, y no solo con él.
¿Y con Franco Navarro también?
Sí, yo tenía mi póster de Franco. Él es generoso y me decía “goleador”. Imagínate: Franco Navarro diciéndome goleador, cuando yo fui malcriado y rebelde con él. Siempre tuve esa alma de niño con los grandes. Al ‘Puma’, por ejemplo, le digo José, no le digo ni ‘Puma’ ni Carranza.

¿Te costó dejar el fútbol?
Yo tenía un plan y era ser entrenador. Con esa misma convicción que tuve de chico me siento capaz de ser técnico. Uno es como es, y lo mejor siempre es ser original. No me costó, porque mi hijo nació en el 2011 y lo hice pensando en tener a mi tercer hijo y disfrutarlo, no como jugador. Él no me ha visto jugar, pero se entera por la gente que me saluda y le cuenta.
¿Qué recuerdas de la selección peruana?
La Copa América de Bolivia, donde le ganamos a Argentina y a Uruguay. Estábamos entre los cuatro mejores de América. El espíritu era tan fuerte que pensaba en ganarle a Brasil de Ronaldo. Según yo, teníamos los mismos goles y soñaba con ser el goleador de esa Copa. Si uno no se la cree, no llega.
¿Cómo quién eres como técnico?
De todos los entrenadores siempre hay algo que captar. He escuchado muchos comentarios. Hay cosas de Simeone que me gustan, otras de Guardiola que me interesan, también de Fossati y de Gorosito. No hay un solo estilo. Para mí, hay que jugar para ganar, pero si el partido te pide cerrar espacios y manejarlo, hay que hacerlo. Lo que no se puede es no salir a ganar. Con mejores jugadores tod
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