Hola, mi gente maravillosa de La Fe de Cuto. Como siempre, agradezco a Papalindo y a mi diario Trome por creer en mí. Hoy les traigo a un invitado muy especial, un hombre que quiero mucho y que considero como un padre. Él también me tiene ese cariño, me ve como a un hijo. Fue mi entrenador, me enseñó mucho y marcó mi carrera. Les presento con todo mi corazón a don Claudio Techera.

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Claudio, cuéntanos cómo fue tu infancia.

Soy hijo de un arquero. Mi padre era arquero profesional. Yo, en realidad, no jugaba de arquero, pero como era el hijo de un arquero conocido, Tito, todos me daban los guantes. Hasta que llegó un momento en que mi viejo ya tenía más de 40 años... ¡y terminé siendo su suplente!

¿Y te dejó jugar alguna vez?

¡El hijo de su madre no me daba el puesto! (risas). Era una pelea constante en las comidas de fin de semana. Pobre mi vieja, estaba en el medio de todo eso. Mi viejo atajaba muy bien, y no me dejaba ni un minuto. Un día tuvo que viajar por trabajo y me dejó el arco. Me hicieron cuatro goles. Cuando volvió, me dijo: “¿Ves por qué no te dejo atajar? ¡Te meten cuatro goles!”. Me liquidó. Luego jugué en la selección de Durazno y más adelante me llevaron al Nacional de Montevideo.

¿Llegaste por mérito o por ayuda?

Mira, estaba uno que había sido suplente de mi viejo en la selección de Uruguay, y él fue quien me llevó. Pero no porque yo fuera bueno, sino por amistad con mi padre. Yo era un arquero de cinco puntos… con mucho humo. Las que iban adentro las sacaba, y después hablaba tanto que evitaba que me patearan. ¡Me odiaban todos los defensas!

¿Recuerdas tu debut?

Claro, fue en una Copa Regional con Nacional. Estaba tan nervioso que, cuando se lesionó el “Oso” Pereyra, no pude sacarme el pantalón y terminé atajando con pantalón largo (risas). Recé los 40 minutos que quedaban para que no me patearan al arco. Después jugué en Miramar, Santa Teresa, Guaraní de Paraguay, Colegiales, The Strongest de Bolivia, volví a Santa Teresa y luego al Táchira. Y ahí, de la nada, me dio una locura. Tenía 31 años y le dije a mi mujer: “No juego más al fútbol”. Nadie me creía.

Claudio Techera y Cuto Guadalupe se vuelven a juntar en divertida entrevista (Foto: GEC)
Claudio Techera y Cuto Guadalupe se vuelven a juntar en divertida entrevista (Foto: GEC)

¿Qué fue lo que te pasó realmente?

Con el tiempo lo analicé con un psicólogo. Me dijo que toda mi vida jugué por dinero, no por pasión. Que solo lo hacía con amor cuando era amateur. Me dolió, pero era la verdad. Jugué por plata. Tenía pasión, sí, pero lo mío era un trabajo. Tal vez por eso no sufrí el retiro. Me llamaban para volver, y fui a probarme… me tiré una vez a la derecha, otra a la izquierda, me paré y le di los guantes al entrenador. Le dije: “Gracias, me voy”. Regalé toda mi ropa, no quería saber más del fútbol.

Y sin embargo, el fútbol te volvió a encontrar…

Sí, estando en Nacional, Markarián era mi técnico. Un tipo muy exigente. Me inscribió sin avisarme en el curso de entrenador cuando yo tenía 24 años. Me dijo: “Usted va a ser entrenador. No le diga a nadie cuando se reciba”. Así fue. Después ni quería dedicarme a esto porque tenía un negocio de muebles en Paraguay. Pero me llamó Miguel Alzamendi, que había agarrado Central Español, y me pidió que lo ayudara. Ahí empezó todo.

¿De qué barrio eres?

De Durazno. Cuando llegué a Uruguay no fui a Montevideo, sino directo a Durazno. Soy de la Plaza Artigas, con orgullo.

¿A quién admirabas de chico?

A mi papá, aunque te parezca mentira. Santiago Ramón Techera. Tiene 88 años y todavía creo que podría jugar (risas). Fue un arquero reconocido en la selección uruguaya, pero muy perfil bajo. Mis amigos recuerdan cómo me llevaba siempre con él. Ahora tienen 75 años y aún lo recuerdan con cariño.

¿Qué otro viejo era tu amigo, Claudio?

Así conocí al Maño Ruiz. Cuando lo acompañaba, me llevaba a la mesa de Coco Basile, de Menotti, del Bambino Veira... ¡imagínate ese grupo! Pero yo no podía hablar, solo escuchaba calladito. Ahí también estaba el ‘Cabezón’ Cubilla. Cuando me metía en alguna conversación, me decían: “Usted no puede hablar todavía”. Pero lo que escuchaba en esas mesas era una locura. Eran señores que veían el fútbol de otra manera, con sabiduría y picardía.

Hoy el fútbol se ve con tres máquinas a cada lado. Uno que todavía entiende el juego con esa vieja escuela es Pipo Gorosito. Nadie te puede venir a decir cómo marcar a un delantero; eso se aprende jugando. Pero ahora hay mucha soberbia. Los chicos ya no te aceptan la experiencia. En la Hebraica, por ejemplo, los jóvenes te googlean para ver “qué hiciste”, no para conocer tu experiencia.

¿Cómo ves el trabajo de los entrenadores hoy en día?

Nos hemos vuelto un poquito robots, un poquito soberbios. Creemos que sabemos más que todo el mundo, y no es así. El que realmente sabe es el jugador de fútbol. Nosotros podemos orientar, pero el que resuelve dentro del campo es el futbolista.

Claudio Techera llegó con Maño Ruiz a la San Martín (Foto: GEC)
Claudio Techera llegó con Maño Ruiz a la San Martín (Foto: GEC)

Mencióname a tres arqueros que hayan evolucionado mucho.

Pedro Gallese, sin duda. Era tercer arquero en la San Martín porque el Maño no quería saber nada de él. Pero se lesionaron Leo Butrón y Óscar Farro, y no había más opción. Lo pusimos contra CNI. El Maño odiaba el color verde, y justo el utilero le dio un buzo verde. Le dije al utilero: “Saca otra ropa, porque el Maño no lo va a hacer jugar”. Debutó igual… ¡y tapó un penal! Después volvió a ser tercero, pero ya sabíamos que tenía un futuro bárbaro.

También destaco a Diego Morales, que lo tuve en el Aurich. Tuvo una etapa espectacular. Y Martínuzzi, que tenía un nivel altísimo. Fischer Guevara también fue un gran arquero, igual que Jhonny Vegas, un señor dentro y fuera de la cancha.

En Melgar tengo una anécdota muy linda. En mi carrera tuve a dos jugadores a los que ayudé a reactivar su carrera: tú, Cuto, y José Carvallo. A él lo convencimos de ir a Cristal por un salario menor. No fue por la plata, fue por la gloria. Y mira la carrera que hizo. En ese tiempo, mi ayudante era la ‘Macha’ Zevallos.

En Bolivia te pasó algo curioso, ¿no?

Sí (risas). En esa época usaba el cabello largo. Un día me hacen una entrevista y me doy cuenta de que tenía un lamparón (un hueco) en la cabeza. Me lo tapaba con el pelo, pero ya no daba más. Así que me pelé. Mi señora me rapó la cabeza y al día siguiente fui a entrenar. El utilero, el Grillito, no me quería dar la ropa. No me reconocía. “Soy yo, Claudio”, le dije. “¡Uy, uruguayo!”, me respondió y me la dio con duda (risas). Todos los demás estaban igual. En ese tiempo nadie usaba la cabeza rapada.

¿Cómo te fue en Central Español en 1998 con Antonio Alzamendi?

Fue una experiencia buena, aunque ninguno sabía nada (risas). Éramos un desastre. Nos preguntábamos si lo estábamos haciendo bien, pero sabíamos que no. Uno hace el curso de entrenador, pero eso no te prepara del todo. Antonio había sido un crack, pero como técnicos estábamos verdes. Copiábamos cosas del entrenador de Miramar Misiones, que trabajaba antes que nosotros. Ahí le encontré el gusto a dirigir. Después agarramos la Selección B con Antonio, ya con un poco más de experiencia. Luego llegó Pasarella a la selección mayor y todo cambió.

En México estuviste con el Maño Ruiz…

Un crack. Tenía mucha espalda allá, era amigo del alcalde de la ciudad. Pero nos fue muy mal. Cuando la hinchada quería que te vayas, comían sus papas fritas en una bolsa de papel, la terminaban, le hacían dos huecos y se la ponían en la cabeza. Cuando volteábamos a ver la tribuna, todos estaban con la bolsa puesta. ¡Una locura! Eso fue en 2007, antes de llegar al Aurich.

Yo vine al Aurich porque el Maño había jugado en Tumán, con Pitín Zegarra y el papá de Calín La Rosa. Le comenté que me estaban llamando de Perú, del Aurich, y me dijo: “¡Uy, Chiclayo es hermoso! Yo jugué en Tumán”. Le pasé el contacto al empresario y él habló maravillas, dijo que yo era Guardiola (risas). Lo que pasa es que el Maño ya tenía en mente agarrar la selección peruana.

¿Qué te pasó en Cusco? Se dice que tienes una anécdota inolvidable allá…

Sí, con Los Caimanes le ganamos a Cienciano y había un tipo atrás que no paraba de gritarme: “¡Cállate, cebolla!”. Me decía una sarta de barbaridades, y otra vez: “¡Cebolla!”. Pensé que me conocía o que me confundía. Termina el partido y me acerco a darle la mano, y le digo: “Está bien, dime por qué me dices cebolla”. Y el tipo me responde: “Porque tienes más pelos en el cul… que en la cabeza” (risas). ¡Un crack! Lo abracé por su ingenio.

Techera drigió a Sport Boys en su etapa más complicada (Foto: GEC)
Techera drigió a Sport Boys en su etapa más complicada (Foto: GEC)

También dirigiste al Sport Boys…

Llegué en uno de los peores momentos del Sport Boys, pero dejé grandes amigos, gente muy buena. Me pasó algo raro: ya no dábamos más, empatábamos en Chiclayo y no teníamos ni para el hotel. No debería decir esto, pero no quería dar mi tarjeta… eran como 1800 dólares. Llamo a Carla Bozzo para agradecerle y me dice que no había pagado, que estaban buscando la plata. Cuando pregunto, me entero de que fue Edwin Oviedo quien había pagado, porque un periodista le pasó la voz. Ese día empatamos 1-1, y esa misma noche decidí irme.

Luego te vas a la San Martín…

Sí. Antes de eso me fui a Punta del Este con mis hijas, y la gente de la San Martín me pidió que los dirigiera, pero me dijeron que no tenía “la espalda tan ancha”. Querían un técnico top. Les dije: “¿Y si quieren a Maño Ruiz?”. Y me respondieron: “¿Qué va a querer venir un mundialista?”. Justo el Maño estaba sin trabajo. La San Martín pagaba una fortuna, casi un millón de dólares por un año de contrato. Cuando le conté la cifra al Maño, casi nos vinimos el mismo día (risas).

Álvaro Barco me pidió que viniera con él, porque no iba a saber cómo era el medio peruano. Hicimos un campañón y trajimos a Pablo Vitti, que tenía más noches que la luna (risas), Germán Alemanno, el Chino Contreras... un equipazo.

Después diriges a Los Caimanes…

Así es. Fernando Noriega me llamó. Yo no quería, hasta que me dijeron el número (risas). Fui y le dije: “Yo no bajo de categoría”. Me respondió: “Si usted no baja, le doy cuatro sueldos”. Terminamos cuartos en el torneo. Al único que no pudimos ganarle fue a Universitario.

Y ahora, en “A Presión”, te vemos más relajado

Sí, me molestan un montón. Cuando salgo a correr por la playa, me gritan, me dicen de todo, pero tú sabes, Cuto, que eso a mí me divierte. A Presión me ha expuesto, sí, pero está bien. Me hace reír y recordar muchas cosas del fútbol. Después de todo, esto también es parte de la vida: reírse de uno mismo.

Claudio Techera no pudo decirle que no a  oferta de Los Caimanes (Foto: GEC)
Claudio Techera no pudo decirle que no a oferta de Los Caimanes (Foto: GEC)

¿Por qué ya no diriges más, profe?

Decidí dirigir en la Hebraica porque quería alejarme del estrés y disfrutar de ver crecer a mis hijos. A mis dos hijas mayores prácticamente no las vi crecer, y sentí que en un momento eso era injusto conmigo mismo y con ellas.

Gano menos que en el fútbol profesional, pero lo hago con paz. A Presión es como una caricia para mí: me divierte, me desestresa y me mantiene cerca del fútbol sin las presiones del día a día.

Además, te soy sincero, ahora no voy a encontrar gente como ustedes si quisiera volver a dirigir. Hoy hasta los jugadores ganan más que los entrenadores, y eso ya es jodido. Pero bueno, uno aprende que en la vida no todo es plata ni competencia; también hay que saber disfrutar de los momentos que el fútbol te regaló y de la familia que muchas veces se sacrificó por esos sueños.

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