Hola, mi gente maravillosa de La Fe de Cuto. Primero que nada, quiero agradecerle a Dios por este programa que me cambió la vida por completo y darle las gracias a Trome por ver esa luz y darme este espacio humilde, pero de corazón grande.

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Hoy estoy emocionado porque tengo a una invitada muy especial, una persona a la que amo mucho y que tenía que estar aquí. No fue fácil convencerla, le estuve dando vueltas, hasta que llegó ese momento. Y como la sangre es la sangre, no podía decirme que no. Les prometo que van a disfrutar de esta leyenda. Bienvenida, mi hermana, Charo Guadalupe.

Hermana, quiero que la gente sepa lo que has logrado como hija, como madre, como hermana y como amiga. Eso se refleja en mi sobrino Jefferson Farfán y en lo que consiguió cuando te compró esa casa soñada antes de irse al PSV Eindhoven...

Sí, siempre tuvo en mente salir de donde vivíamos en Villa El Salvador. Con su primer contrato en el extranjero pudo comprarme la casa. Me dijo: “Te voy a comprar tu casita con piscina”.

A él siempre le encantaba la piscina, porque en la casa de Villa se metía a bañarse en la posa de agua. Yo le decía: “Oye, esa agua es para cocinar”, pero él respondía: “A mí me gusta la piscina”. Y yo le decía: “Hijito, no tenemos piscina, somos muy pobres”.

¿Y él nunca se olvidó de esa promesa?

Así es. Me decía: “No te preocupes mamita, cuando yo crezca te voy a comprar una casa con piscina”. Gracias a Dios se dio, y antes de irse contratá a una corredora y consiguió la casa donde vivo ahora. Estoy feliz y agradecida con Dios y con él.

Yo también pude comprarle la casa a mamá Prince. Pero el asunto es seguir en la misma línea y mantener los pies en la tierra. Aunque a veces, nos desubicamos. Hermana, tú estuviste allí guiando a ese zambito hasta para peinarlo, había que echarle aceite de cocina.

(Risas) Su vaselina…

Ya pues hermana, a veces no había...

Le echábamos su aceitito. Había que encontrar con qué ablandarle su cabellito, su ‘pasita’.

Charo Guadalupe cuenta cómo se ha vuelto popular gracias  las fgrases de su hijo (Foto: GEC)
Charo Guadalupe cuenta cómo se ha vuelto popular gracias las fgrases de su hijo (Foto: GEC)

Hermana, yo recuerdo que tenías que trabajar duro.

Sí, yo bailaba en un grupo en Chorrillos, Mamá Upa. Empezábamos a las 10 de la noche y acabábamos a las 5 de la mañana. Prácticamente llegaba con el pan a la casa.

¿Y seguías de frente?

Claro, él estaba dormidito, pero ya dejaba en la noche sus chimpunes y su ropa en la puerta, todo listo. Tomábamos desayuno y nos íbamos desde Villa El Salvador hasta Cantolao (Callao). Eran como cuatro carros. En cada micro yo me quedaba dormida y mi hijo ya sabía el recorrido, él me despertaba.

¿Y alcanzabas a ver los partidos?

A medias. Llegaba muerta de sueño por la mala noche. Él hacía los goles y eran las otras mamás las que me despertaban: “Tu hijo ha hecho gol”. Al rato me volvían a depertar: “tu hijo ha hecjho gol” Y yo les respondía: “¿Sus hijos no hacen goles?” (risas).

Jajaja, tú querías dormir y él no paraba de meter goles.

Todas las semanas era lo mismo. Y cuando había campeonato, igual, tenía que acompañarlo.

Para que la gente entienda bien: Charo es mi hermana por parte de padre. Cuando yo tenía ocho años, en Corongo, nos dicen: “Esta es su hermana Charo”. Y después, estando ya en la ‘U’, llega mi compadre Roberto Farfán, sin yo saber que era tío de mi sobrino, y que su hermano Luis era el papá de Jefferson. Mi hermana tampoco me había contado… Eso para que quede clarito.

¿Cómo empieza tu historia de bailarina?

Mis inicios fueron porque acompañaba a una amiga a sus ensayos con un grupo de baile en Chorrillos. Tenía 16 años, hasta que el director me pidió que pasara un casting. A la segunda vez me hizo bailar y, como mi mamá había sido bailarina también, me defendí y quedé. Después me enseñaron coreografías y pasos de festejo, zamacueca y alcatraz. Me gustó.

A los 18 años seguía bailando, pero salí embarazada de Jefferson y dejé de bailar hasta que él nació. Cuando mi hijo tenía cerca de un año, regresé. Mi meta era ser bailarina, pero ya con un hijo debía estar con él todo el día y trabajar de noche. Luego formé mi propio grupo de tres bailarines, justo el 1 de enero, el día de mi cumpleaños.

¡Claro pues! Tú eres del mismo día que Paolo. Ese era el dilema de Jefferson: no sabía si ir donde Paolo o pasarla contigo. Yo le decía: “Primero cumples con tu madre”. Además, en ese tiempo él no tomaba nada.

Claro él ha venido a tomar recién a los 28 años.

¡Menos mal! Porque si empezaba antes, lo perdíamos, jajaja…

Recuerdo un Año Nuevo, cuando nos llevaron a la inauguración de un local en Lurín. Te vi bailando y se me hinchaba el pecho de orgullo. Lo tuyo ha sido de madre coraje, porque después de ese desgaste ibas igual a los entrenamientos...

No es solo el baile, también eran los ensayos, muchas horas que te agotaban.

¿Y quién te ayudaba cuidando a Jefferson?

Si doy nombres, muchos se van a molestar porque fueron varias personas. A veces tenía que pagarle a una chica. Pocas veces lo llevé a las peñas, siempre buscaba organizarme.

Pero también tuviste ángeles en el camino que te ayudaron...

Por ejemplo, cerca estaba la casa del profesor Óscar Montalvo. Él a veces se lo llevaba desde el parque zonal Huayna Cápac a su casa. Me presentó a su familia, a su esposa, su hija Paola y sus sobrinos, todos muy sanos.

Los sábados se lo llevaba y yo, que llegaba de madrugada a la casa, podía descansar un poco más. Me ayudaba bastante. También se los llevaba a Carlitos Fernández y Jair Céspedes. Toda la familia de Óscar atendía muy bien a Jefferson.

Yo siempre digo que la clave es que los padres sienten buenas bases. Los chicos pueden llegar lejos, pero con control, porque no es que por aportar puedan hacer lo que quieran.

Exacto. Había que encaminarlo y darle valores, porque la vida del futbolista es corta. Le ponía horarios. Cuando bajaba a la canchita en Villa El Salvador tenía permiso de 4 a 6. Si no llegaba, yo iba con mi correa.

Cuando bajaba a verlo, me veía, corría y me abrazaba porque no quería que lo castigara en la calle. Llegaba a la casa y se encerraba en el baño y me decía: “Mamá, no me pegues. Yo quiero ser futbolista”. Yo le respondía: “Desde la casa tienes que ser disciplinado, porque si haces lo que quieres ahora, imagínate el día que ganes dinero”.

Charo Guadalupe junto a su hermano Luis Guadalupe (Foto: GEC)
Charo Guadalupe junto a su hermano Luis Guadalupe (Foto: GEC)

Como bailarina también aprendí disciplina. No podía subir de peso porque era una falta de respeto al público. Y le decía a Jefferson: “Tienes que cuidar tu cuerpo, porque esa es tu herramienta de trabajo. Tienes que llevar una vida sana y disciplinada”.

Cuéntame esa anécdota cuando te fuiste a trabajar a Estados Unidos y Jefferson se escapó de la casa hogar de Barranco.

Había viajado ocho horas hasta allá y me llaman de Alianza Lima: “Señora Charo, Jefferson con un par de amigos se ha ido a La Ley, a una fiesta por la tarde”. Yo les ordené a los diretivos de Alianza que mi hijo no saliera de la casa hogar, solo para ir al estadio La Unión. Que no vaya a Villa El Salvador, donde estaba su abuelita. Que se quedara encerrado hasta que yo llegara.

Él me lloraba: “Mamá, quítame el castigo, quiero ir donde mi tía, donde mi abuelita, quiero ir al Callao”. Y me pedía: “Mamá, tráeme unas zapatillas Nike”. Yo le respondía: “¿Naik? ¡Nai nada para ti!”.

Los dirigentes de Alianza Lima también me apoyaron, me decían que desde temprana edad tenía que aprender. Lo bueno fue que en Navidad, cuando brindábamos, le daban champagne y no le gustaba el sabor. Y cuando se fue de 17 para 18, siguió igual

¿Qué te decía Jefferson cuando llamaba desde Holanda?

Me decía: “Extraño, mamá”. Y yo le respondía: “Tú elegiste esta profesión, tienes que aguantar allá, trabajar para salir adelante”. Él me contaba: “Mamá, me patean”. Y yo le decía: “Tienes que aguantar. Si quieres hacer goles, es normal que los otros te busquen y te peguen. Todo está en la cabeza, tienes que ser hábil y saltar pues”.

Yo ya lo había visto jugar en un campeonato en Chile, por eso lo llevé a la ‘U’, pero Alianza Lima me lo arrebató. Aunque él dice que yo no lo apoyé… ese siempre quiere difamarme, jajaja.

¿Cuál fue la propuesta que te hizo Alianza Lima para convencerte y sacarlo de Deportivo Municipal?

Lo que pasa es que Jefferson siempre fue hincha de Alianza Lima. Tenía amigos en Barranco y, cuando eran chiquitos, se pintaba la cara de blanco y azul. Como era negrito, se veía gracioso.

Ahí me di cuenta que lo jalaban esos colores. Cuando estaba en menores de Municipal y se enfrentaba a Alianza, con Jair Céspedes y Carlos Fernández, siempre sobresalía porque hacía los goles.

Los jugadores llevaron la información al profe Cholo Castillo: “Hay un morenito que corre rápido, no lo podemos alcanzar, juega bien, hay que traerlo”. Hasta que Castillo lo fue a ver a otro partido y se enteró de que yo era bailarina de música negra. Preguntó en Matute “¿Quién es peñero acá? ¿A quién le gustan las morenas?”. Y todos dijeron: “¡Carlos Carpio!”. Él era mi amigo, pero nunca le había contado que mi hijo jugaba.

¡Mira cómo es el destino!

Yo no quería entusiasmar a mi hijo. Siempre decía: “Si es bueno, llegará solo”. Hasta que Carlos Carpio me habló: “Charo, ¿por qué no me dijiste que tu hijo jugaba bien? Alianza quiere conversar contigo”. Y así fue. Se dio la gestión con Alberto Masías. A Jefferson le daba pena dejar el Muni, pero el corazón por Alianza le ganó.

Quedaron conmigo para firmar documentos y me preguntaron: “¿Qué quiere, señora?”. Yo les dije: “En Villa El Salvador hay un módulo donde se junta toda la barra de la ‘U’ y, como saben que mi hijo es de Alianza Lima, ya empezaron a molestarlo. Yo quiero mucho a Villa, pero en ese momento se había vuelto peligroso para él. Me gustaría que nos saquen de ahí”.

Hablaron con el ‘Churre’ Hinostroza, que tenía un convenio con Alianza Lima y en un edificio que era de él nos alqilaron un departamento en Caminos del Inca.

¿Cómo era Jefferson en el colegio?

Primero estuvo en Villa El Salvador. Luego estudió becado en Santa Anita y ahí conocí a Donny Neyra, que es mi ahijado de bautizo. Se bautizó ya de grande, con hijo y todo, jajaja. Después, Alianza lo llevó al colegio Reyes Rojos de Barranco.

Cuéntanos de ese Jefferson confianzudo, que ya venía fallado de fábrica, jajaja.

Ay, ese muchacho… Venía a la casa con 14 años, me saludaba: “Mamita, ¿cómo estás?”. Y un día lo trajo ‘Cucurucho’ y me dijo: “Usted se llama Charo, ¿no? Hola Charo, ¿cómo estás?”. Y yo lo cuadré: “¿Cómo que ‘hola Charo’? Un poco más de respeto, hijito”. Y él me contestó: “No, señora Charo no, yo le voy a decir Charo”. Y hasta ahora me dice: “Hola Charo”. Nunca me dijo “señora Charo”. Yo pensaba: “¿Qué tendrá en la cabecita este chiquillo? Ya vino fallado de fábrica”, jajaja.

Charo Guadalupe  junto a su hijo y Cucurucho (Foto: Enfocados)
Charo Guadalupe junto a su hijo y Cucurucho (Foto: Enfocados)

Cuéntanos, ¿cómo era esa candela que tenía Jefferson desde chiquito, cuando bailaba para ganarse su propina?

Había una peña que se llamaba El Capitán, en Shell con Berlín. Yo lo dejé sentadito en un ladito y le pedí a mi amiga que lo cuidara. En el segundo baile nos fuimos a cambiar y de pronto escuchamos sonar un cajón. Pensábamos que era el animador, pero entra mi amiga Matilde y me dice: “Amiga, yo lo dejé sentado, pero como tenía que seguir atendiendo, este agarró un cajón de los hermanos Bolívar —que no habían ido— y se ha puesto a tocar.

¡La gente está gritando por él!”. Yo dije: “Uy, nos botan del trabajo”. Pero al contrario, lo cargaron los turistas, le llenaron los bolsillos de propina, hasta en la panza le habían metido plata. Y Jefferson feliz me dijo: “Vámonos, mamita, ya no bailes más ahora tengo bastante plata”.

Jajaja, qué personaje desde chiquito. Ahora, cuéntanos el día que Jefferson se cayó en un silo…

Eso fue en Villa El Salvador, cuando tenía siete meses. Había un pampón que lo estaban invadiendo y no había desagüe, solo silos. Una noche, al ir a visitar a un primo, no me di cuenta y me caí. Era un hoyo grande que me tapaba. Nos caímos los dos. Yo pensaba: “Si me toca a mí, caballero, ya viví bastante”. Aventé a mi hijo hacia afuera del hueco para wue se salve y gracias a Dios no lloró ni gritó.

Poco a poco fui sacando la arena y logré salir, no sé cómo. Cuando quería buscar a mi hijo no loveía estaba todo oscuro. Pero lo encontré por los ojitos que estaban bien abiertos, lo abracé y lloré como nunca.

Qué fuerte, hermana. ¿Qué otro recuerdo tienes de Jefferson de chiquito?

Los dolores de parto, jajaja. Yo aguanté una semana entera. Mi mamá me decía: “Este va a ser hombre y futbolista”. Y cuando nació, la partera, que era una japonesa, dijo: “Le nació un Cubillitas”.

Ya después, con tres meses, lo dejaba en un corralito para poder ir a trabajar. Le ponía juguetes y lloraba. Un día probé con una pelota y se acabó el llanto. Empezó a patearla con un pie, luego con el otro, alrededor del corral. Desde ahí ya se veía lo que iba a ser.

Hermana, cuenta cómo ibas a mi casa para pedir que lo cuidara cuando había un clasico entre Universitario y Alianza Lima...

Tú sabes que en el fútbol no hay familia, cada uno defiende sus frijoles. Yo te decía: “Hermano, es tu sobrino…”, y tú tranquilo: “No, hermana, tu hijo tiene lo suyo. Si se encuentran bien, sino, mejor”. El primer clásico lo jugó con el argentino Costas.

Yo escuchaba que le gritaba: “¡Márcalo! No porque es tu tío lo vas a dejar…”. Y pum, me mete un viaje. Claro, yo hice mi show, pero ahí entendí que un clásico es distinto...

Y después llegó el momento más duro: cuando se fue a Holanda y tú te quedaste ¿Cómo fue?

Me dio la noticia y me dio mucha pena, pero le dije: “Hijito, por mejoría, mi casa dejaría”. Le hicimos una despedida chiquita en casa. En el aeropuerto, afuera nomás, porque nunca me había separado de él.

Cuando volvió, regresó más fuerte, chapado. Me llamaba y me decía: “Mamá, hazme mi mazamorra cochina”, “Acá no hay cochina, ni morada”. Menos mal que nunca retornó antes de tiempo, porque él tenía que seguir creciendo.

Allá era otro mundo, se cuidaba mucho. Me contaba que si subía 50 gramos, la multa era de 5 mil dólares. Si se demoraba un día en volver, también multa. Por eso venía, se mantenía, y regresaba igualito. Así fue como fue madurando, a punta de disciplina y sacrificio.

Luis Guadalupe recuerda su primer clásico ante Jeffry  (Foto: GEC)
Luis Guadalupe recuerda su primer clásico ante Jeffry (Foto: GEC)

Hermana, ¿cómo lo ves ahora que Jefferson se ha reinventado?

Me mato de la risa, porque él siempre ha sido tímido, esquivaba por todos lados hablar. Yo le digo: “¿Qué te pasó que ahora te has soltado?”. Siempre fue movido, pero no lo demostraba tanto.

Ahora, con el podcast, ha hecho una buena dupla con Roberto y me siento contenta, porque hace lo que le gusta. Y mira, ahora cuando voy por la calle los mototaxistas que me conocen me gritan: “¡Amá Charo, dame luz!”. Yo volteo pensando que es mi hijo… pero ya quedó esa frase.

Hermosa anécdota, hermana. Y dime, ¿cómo viviste ese gol de Jefferson ante Nueva Zelanda?

Vino un amigo de Dominicana a mi casa para ver ese partido con mis nietos. Yo lo llamé a Jefferson y le dije: “Hijito, estoy con tus hijos. Hoy es el día o nunca. Ojalá que con un gol uno de ustedes nos lleve al Mundial y si es tuyo, bienvenido sea”.

Ese mismo día se me acerca Raúl Gonzales, que casi nunca iba al estadio, y me dice: “Charo, he traído a mi papá, porque tengo un presentimiento de que el gol que nos llevará al Mundial lo va a hacer tu hijo. Acuérdate de mí” y así fue.

Cuando Jefferson anotó ese gol, que se sintió como un temblor, un hincha loco me reconoció y se me lanzó me agarró del cuello para festejar. Me estaba ahorcando, gritaba: “¡Gol de su hijo, señora!”. No sé de dónde salió ese hombre. Casi me ahoga

Increíble. Gol de Jefferson Farfán en el Perú vs Nueva Zelanda provocó sismo en Lima. (Foto: Agencia Andina)
Increíble. Gol de Jefferson Farfán en el Perú vs Nueva Zelanda provocó sismo en Lima. (Foto: Agencia Andina)

Qué locura. Ahora, cuéntanos de ese café fuerte que le metiste a Jefferson después del escándalo en El Golf de los Incas.

Le hablé claro: “Hijito, en un país que lleva tanto tiempo sin ir a un Mundial, no está bien que tú ni ningún otro hagan cosas indebidas. Mejor no vengan, quédense donde juegan y den oportunidad a otros chicos.

Aquí no se trata de nombres, sino de hombres”. Le dije que ese error tenía que servir de ejemplo, porque todos nos equivocamos. Le recalqué: “Hace 36 años que no vamos a un Mundial, no toquemos más el tema. No es fácil llevar la fama”.

¿Te gustó la película El diez de la calle?

Sí, me gustó bastante, porque todo lo que conté fueron vivencias. No quise que hubiera nada ficticio. Si me caí en un hueco, si me regalaron pescado y lo compartí con los vecinos, todo fue verdad.

En Piura me tuve que tomar fotos con toda la gente que salía de ver la película. Al comienzo me asusté un poquito, pero siempre atendiendo a la gente con cariño.

Para cerrar, ¿Con qué técnico de Jefferson te quedas?

Con el profesor Óscar Montalvo, con César “Chalaca” Gonzales, con Jaime Duarte. También con Gustavo Costas, que le dio la oportunidad de seguir creciendo.

Recuerdo que después de su debut un dirigente le preguntó: “¿Qué te falta en tu departamento?”. Jefferson le dijo: “Todo, no tengo cocina, no tengo nada”. Entonces el directivo le propuso: “Hacemos un trato, por cada gol te vamos comprando cosas para tu casa”. Al comienzo no hacía, pero después no paraba de anotar. Le compraron su juego de dormitorio, refrigeradora, televisor, equipo de sonido… cada lunes llegaban más artefactos...

Gracias hermana por contar tu historia y que le sirva a todos los papás que desean ver s su hijos futbolista y si no lo consiguen, simplemete que sean personas de bien.

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SOBRE EL AUTOR

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