
Hola, mi gente maravillosa de La fe de Cuto. Quiero agradecer a Dios por esta entrevista que va a quedar en la historia de este programa. Estamos en un hogar maravilloso y me siento agradecido de todo corazón, especialmente con mi invitada, que nos ha recibido en su casa, un lugar donde se respira paz. Es una locura estar acá. Hemos esperado su tiempo, pero finalmente llegó el día. Ella es una persona que significa mucho para mí: comentarista del deporte rey y pionera en su rubro. ¡Bienvenida, Alexandra Del Solar!
¿De qué barrio eres, Alexandra?
A ver… Nací en Lima, mi mamá vino a dar a luz acá, pero nosotros vivíamos en Chimbote. Ella venía, daba a luz y, a los tres días, regresábamos. El único que nació en Chimbote fue Fernando; todos los demás nacimos en Lima. Sin embargo, nuestra infancia y adolescencia las vivimos allá, excepto Chemo, que se vino con mis abuelos maternos a los 12 años.
Mi barrio es Buenos Aires, cerca del restaurante de Zubzuck —muy buena carne, por cierto—. En mi casa era una obligación hacer deporte y competir. Chemo es once meses mayor que yo, así que éramos muy parejos. Solo que yo era flaquita y él, gordito y panzón. Siempre hacíamos carreras hasta la tienda, y yo le ganaba al gordito. Él era picón y me jalaba el pelo.
Para mi papá todo era competencia. Nos levantaba a las seis de la mañana y, antes del colegio, nos sacaba a correr en fila. Después íbamos caminando al cole. Por eso, desde chicos, fuimos bien competitivos, no solo en el deporte, también en los estudios.Nunca en mi vida he sacado un rojo. Antes se calificaba con números, ahora con letras. Jamás tuvimos un rojo ni en el colegio ni en la universidad. Estaba prohibido tener malas notas o no hacer deporte.
¿Cómo era Chemo de chiquito?
Cuando era niño, mi papá era entrenador de su equipo en el colegio y le decía: “Mira, Chemo, tú vas a jugar de defensa. Esta es tu zona y de acá no te vas a mover”. Empezó el partido y él, obediente, se quedó parado, no se movía. Mi papá le gritaba: “¡Cómo no le vas a quitar la pelota!”. Y él respondía: “Tú me dijiste que me quede acá, bien parado”. ¡Se quedó ahí como una estaca! Todos nos matábamos de risa.
¿Y cómo le ponen ‘Chemo’?
Yo le puse ‘Chemo’, pero no sé muy bien por qué. Mi hermano es José Guillermo. Él también me decía ‘Tatana’. No tenía nada que ver. Uno, cuando es bebé, balbucea, y a mí me salió “Chemo” y a él “Tata”. En casa me dicen ‘Tata’ o ‘Tatana’.Él fue el primer nieto por parte de mamá, el engreído de mis abuelos. Por eso se lo trajeron a Lima. El hermano menor de mi mamá tenía solo diez años más que él, así que andaban juntos y eran bien futboleros. Lo llevaba a los partidos de la ‘U’, porque era fanático, mientras que mi papá era hincha de Alianza Lima.

Recuerdo que eso lo mencionó Phillip Butters...
Eso lo dijo “La Flaca” Butters, porque esa era su chapa en el colegio y en la universidad. Yo lo conozco porque era amigo de Chemo, de Álvaro y de todo ese grupo. Él estudiaba en el colegio Santa María, y Chemo, en la Inmaculada. Álvaro y Chemo se conocen desde los 12 años y han crecido como hermanos.
En el grupo de Álvaro estaba “La Flaca” Butters, todos enfermos de la ‘U’. Luego me lo encontré en la universidad, en la facultad de Derecho, y paraba metido en mi casa con Chemo. Era muy gracioso y simpático. No entiendo de dónde saca que Chemo es hincha de Alianza, si todos somos de la ‘U’, excepto mi papá.
Mi viejo era hincha de Perico León, de esa generación de futbolistas de Alianza, pero nunca logró que Chemo fuera blanquiazul. Le encantaba estar con mi tío Fernando. Eso sí, Chemo fue amigo de varios potrillos que fallecieron en el Fokker. No recuerdo si fue en un cumpleaños suyo, pero llegaron todos los muchachos de Alianza. La gente piensa que se odian, pero no es así. Chemo quería mucho a Caico, y mi mamá también.
¿Eras celosa con tu hermano?
Chemo, cuando estaba en su mejor momento, en su prime, siempre fue un hombre guapo. Tenía pinta, y muchas chicas lo seguían. Amigas mías me pedían que se los presentara. No era celosa; él era más celoso que nosotras. Lo acosaban las mujeres… ¡esas cosas no se cuentan!
¿Cómo te conoces con Álvaro?
Por Chemo. Él estudiaba en el Santa María y la casa de mi abuelo quedaba a tres cuadras, en La Planicie. Se tiraba la pera por las mañanas, y como Chemo estudiaba en la tarde, mi mamá los llevaba a entrenar.Lo conocí en una Navidad; nos quedamos conversando y, al mes siguiente, se fue a Estados Unidos a estudiar becado en una universidad.
Al año siguiente regresó de visita y, tras terminar su carrera, volvió a Lima para jugar por la ‘U’.Durante esos cuatro años mantuvimos contacto por cartas. Las tengo todas guardadas. En la universidad, varios amigos de Álvaro me vigilaban (risas). Si había fiesta, él se enteraba con quién bailaba o quién me afanaba.Cuando regresó, pudimos tener una relación más estable. Volvió a Universitario y, dos años después, nos casamos en diciembre de 1992. Luego nos fuimos a Chile, porque lo contrataron en Cobreloa.
¿Cómo convenció a tu papá, el tío Pepe Del Solar?
Uy, mi papi era una cosa de locos. Era bien fregado con nosotras, con cualquier chico que nos afanara. Pero con Álvaro tenía un cariño especial… aunque era amor y odio, porque una vez lo botó a patadas (risas).Álvaro era un chico tranquilo, no era de juergas, nunca había tomado. Éramos familias muy parecidas en valores y formación.
En mi casa había reglas: los enamorados se quedaban hasta las nueve de la noche; después de las nueve y media, se iban. Viajar, ni hablar. Me invitaron muchas veces, incluso a verlo a Nueva York, pero nunca me dejaron.Un día eran las 10 de la noche y le dije: “Ándate, porque mi papá viene y se va a molestar”. Chemo lo llamó y le dijo: “No te vayas, tengo que hablar contigo”. Pero Álvaro le respondió: “Tu papá ahorita llega y me va a botar”. “No te va a botar, ahorita salgo”, insistió Chemo.
Pero llegó mi papá antes, y gritó: “¿Tú qué haces acá?”. Álvaro respondió: “No, señor, estoy esperando a Chemo”. “¡Qué Chemo ni qué nada, fuera de mi casa!”, le dijo. Yo del miedo me fui a mi cuarto… y solo escuchaba empujones. Lo botó, y Álvaro tuvo que esperar a Chemo en la calle para apaciguar las cosas.
Cuéntame alguna anécdota del ‘Puma’ Carranza, que también para cerca de la familia.
Uy, el ‘Puma’ era la muerte. Primero me causó impresión cuando un día llegué al Lolo con el carro de Álvaro y lo vi calentando ¡en calzoncillos! El ‘Puma’ corriendo en calzoncillos y yo decía: “Ay, por Dios, ¿qué le pasa al ‘Puma’? ¡Que se ponga un short!”. Y se acercaba a saludarme y me decía: “Vámonos”.

¿Cuántos hijos tienes?
Tres. Álvaro, el mayor, de 31 años; Alexia, de 28; y ‘Fonchi’, de 23. Álvaro se parece mucho a mi suegra, a quien adoro, es como mi segunda madre. Él es quien me ha dado mi primer nieto, Cristóbal. Ha logrado que yo no entrene un día, porque yo entreno de lunes a sábado y solo descanso los domingos.Álvaro, cuando era jugador, era muy disciplinado, pero ahora tiene artrosis en las rodillas y está un poco fregado para hacer ejercicios. Ya le he dicho que tiene que operarse. Ha dejado el fútbol y trata de hacer pesas, pero desde las seis de la mañana está trabajando con la ‘U’. No solo con el primer equipo, sino también con todas las divisiones menores.
¿Qué sientes al tener hermanos futbolistas, esposo futbolista e hijo futbolista? ¿Seguirá la dinastía?
Ojalá que Cristóbal no sea futbolista (risas). Mis hijos han tenido la dicha de ver que nosotros hicimos de nuestra pasión, nuestro trabajo. Yo estudié Derecho, pero terminé siendo periodista. Álvaro estudió en Nueva York, pero fue deportista. Yo quería que Alfonso se fuera a estudiar a Estados Unidos, pero él me dijo: “Ese es tu plan, no el mío”.
Todos sus juguetes eran pelotas o chimpunes. Miraba los videos de Ronaldinho y me pedía clases de fútbol.Chemo le habló y le dijo que no iba a tener todo servido, que sería más difícil porque la gente lo iba a comparar y no le perdonaría una. También creo que los conflictos que tuvieron mis hermanos, Chemo y Álvaro, con algunas personas del fútbol, han repercutido en mi hijo. Le dije: “Te va a costar tres veces más que a otros. Presión, insultos... y pasó eso”.
¿Te afectó lo que le pasó a ‘Fonchi’?
Lo que le pasó a mi hijo en la ‘U’ fue durísimo. Tenía 20 años, era un niño, recién empezaba como jugador profesional. Era la época en que la hinchada se la agarró contra Chemo. Recién han hecho las paces en el centenario del club. ¿Y quién pagó el pato? Mi hijo.Después se fue a Uruguay, porque ya lo tenían mapeado. Los representantes le habían trazado una línea de carrera, pero todo se aceleró por esas amenazas de aquel momento. Al final te digo: él es un buen chico, muy noble, querendón, carismático y está tratando de hacer su propio camino.
¿Le pusiste Alfonso a tu hijo en honor a tu hermano fallecido?
Tengo un hermano que falleció. Jugaba de volante, era muy técnico, jugaba muy bonito. Hizo menores en la ‘U’ y era promoción de Marko Ciurlizza. Hoy tendría 53 años. Falleció en un accidente de auto y fue terrible. Esas muertes te golpean el alma. Chemo estaba en Tenerife y la noticia se la dio Diego Latorre. En esa época no era tan fácil viajar; se pasó un día entero volando para llegar.
Mi hermano venía manejando por la bajada de Armendáriz, casi a las tres de la madrugada. Allí fue el accidente. Los amigos sobrevivieron y fueron ellos quienes avisaron a mi mamá. Yo estaba casada y mi hijo tenía dos años. Mi mamá me llamó a las tres de la mañana; Álvaro estaba concentrado. Fuimos al lugar y vimos a los bomberos sacando el cuerpo. Lo único que nos ayudó a salir de ese momento fue la fe.
¿Qué título de la ‘U’ festejaste más?
El Apertura con Cappa, ese fue el que más disfruté. Solo nosotros sabemos todo lo que habíamos pasado. Un poco más y yo repartía los desayunos en el Monumental. Fueron seis meses durísimos. Ángel vivía a seis cuadras de mi casa, íbamos tres veces por semana a un restaurante en Primavera a hablar de los problemas de la ‘U’, que no pagaban. Chemo y Álvaro no cobraban.
Teníamos tres hijos. El ‘Puma’ hacía movilidad con su combi. Todo eso afectaba el rendimiento de los jugadores. Ángel renegaba, y Álvaro se peleó con el general Velásquez Giacarini porque favorecían descaradamente a Alianza Lima. Por eso se celebró tanto ese título.
¿Qué festejaste más: el título del centenario o el del 2003?
El del Centenario, sin duda. Ese era especial, porque si no se campeonaba, era una catástrofe. Había mucha presión sobre los jugadores y sobre Jean Ferrari. Nadie quería que la ‘U’ gane el Clausura porque, de hacerlo, se acababa el tema y Alianza Lima tendría que luchar por el segundo puesto.
Fue emotivo porque no estaba Chemo y se dio la reconciliación con la barra, después de su paso por Cristal. Lo habían sacado de la banderola donde estaban Lolo, el ‘Puma’ y él. Siempre digo que el fanatismo no es sano.
Todo gracias a la gestión de Jean Ferrari.
Ahora todo está en paz. Fue un buen gesto de Jean con muchos jugadores, una decisión muy acertada.
Cuando vi esa foto de Chemo con el ‘Puma’ en Campo Mar...
El ‘Puma’ también se pasa (risas). Se resiente por tonterías, por algo que salió a decir no sé quién. Se peleó con Chemo por una bobería. Pero ya se amistaron, no hay ningún problema.
Ale, estuviste separada varios años de Álvaro (Barco). Cuéntanos, ¿qué pasó?
A ver, fue un paréntesis en mi vida. No me arrepiento, aunque por momentos sí. Nos casamos muy jóvenes: yo tenía 23 años y él 25. Tuvimos a nuestros hijos siendo muy chicos. Yo no sabía nada de la vida porque vivía en provincia y no hacíamos mucho. Yo quería casarme con él y que fuera el padre de mis hijos. Es un papá A-1. No es de hablar mucho, pero educa con el ejemplo. Éramos unos chiquillos, cometimos errores y decidimos separarnos.
Él se compró un departamento a cinco cuadras de mi casa. Siempre estuvo pendiente de los chicos. No les armó cuarto en su departamento para poder venir siempre a la casa. Venía a comer todos los días, solo no dormía. Siempre presente en las actividades del colegio. Estuvimos así separados unos diez años, tal vez un poco más.

Él tuvo pareja, yo también, pero pasaba algo curioso: trabajábamos en lo mismo y teníamos tres hijos en común. Cuando yo tenía algún problema, siempre acudía a él y no a mi pareja. Y él igual: cuando necesitaba un consejo, me lo pedía a mí. Al final, uno crece. Hice terapia y siento que soy otra persona.
Álvaro no cree en la terapia, pero también maduró mucho. En esta etapa de nuestra vida tenemos muchas cosas en común. Disfrutamos de lo simple: nuestros hijos, nuestros padres... Somos muy unidos. Tenemos una linda familia, y los hermanos de Álvaro son increíbles también.
Siempre admiré tu profesionalismo y tu objetividad en los medios.
Es imposible que yo diga que no soy hincha de la ‘U’, pero siempre he sido objetiva y nunca me he parcializado. Jamás hablo mal ni insulto algo que tenga que ver con Alianza Lima. Pero la tendencia es que la televisión desaparezca con los podcasts y los streamings. Hay tanto contenido que yo solo veo el de Cuto. La diferencia la hace la persona, por eso te sigo a ti.
Mis tíos, cuando fueron a comer al restaurante, me dijeron que si Chemo era raro... que después del COVID-19 quedó peor.
Yo lo entiendo. Soy parecida a él, aunque un poco más sociable. Entiendo su disciplina, sé cómo come. Yo soy más relajada. Creo que después de retirarse no se alimentaba bien, no tenía una dieta balanceada. Le dio COVID y se asustó muchísimo, porque le pegó fuerte. Era un hombre muy sano, nunca lo habían internado, y de pronto sintió que se moría.
A raíz de eso empezó a informarse, a comer mejor, con ayuda de un nutricionista. Está más flaco, pero saludable. Yo, en cambio, soy más relajada: el fin de semana me doy mis gustos... papa a la huancaína, arroz con pato o arroz con leche.

Chemo no come igual los 365 días del año. Cuando viaja, se da algún gusto, pero la mayor parte del tiempo se cuida. Yo también soy disciplinada: me acuesto temprano y me levanto temprano. No digo que esté “flaco”, le digo que está “saludable”.
No me acordaba de ese baile en la casa de Gisela.
Cada vez que te encuentro en algún lado, le digo a Álvaro: “Tengo que bailar con Cuto”. ¡Cuántos años tendrías! Era el cumpleaños de Gisela y se armó el baile. Y de pronto sale el morenazo, guapísimo. Yo dije: “¡Dios mío, tengo que bailar con el chibolo!”. Linda casa tenía Gisela en Las Casuarinas.
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