Por: Fernando ‘Vocha’ Dávila
Ser ‘Maradoniano’ significa amar a Diego como futbolista y persona. El hombre que siempre hizo del límite la avenida pro donde transitar se fue un día del cual ya se tiene como un recuerdo histórico.
Se fue un 25 de noviembre, exactamente a un mes de la Navidad, como para no quitarle protagonismo a Jesús. El mismo día que murió su gran amigo, el cubano Fidel Castro.
En 1986, cuando Argentina enfrentaba a Inglaterra, en casa todo estaba complicado, los viejos estaban peleados, parecía irreconciliable y la palabra divorcio era un eco en las paredes de mi hogar. Ese día, anotó dos goles. Uno con la mano y el otro que después fue calificado como el mejor del mundo.
La distribución para ver el partido fue la siguiente. Mi viejo en el sillón, mirando de frente al televisor. Mis hermanos jalaron sus sillas y se ubicaron a la izquierda de mi viejo y yo me senté en el piso y a su derecha.
Cuando llegó la ‘Mano de Dios’, mi mamita, que estaba en la cocina, salió apresurada a preguntar de quien fue el gol y grité: ‘De Maradona’.
Cuando ‘Pelusa’ paró el balón por el mediocampo, mi mamá cruzaba por el medio de la sala, iba con un trapo húmedo en las manos y se dirigía con dirección al baño.
El ’10′ burló a 2 ingleses y mi viejita se detuvo y empezó: ‘Sigue hijito, sigue hijito’ y él siguió, se llevó a 5 más y la mandó al fondo del arco.
Obviamente grité: ‘Gollllll’ y mi viejo se paró, mi mamá, que estaba ubicada a la espalda de él, gritaba emocionada y fue que mi papá giró hacia atrás, se encontró con mi mamá y la besó.
Desde ese día, no se separaron, hasta el 9 de diciembre del año pasado, que él murió de diabetes y la vieja aún se preocupa porque al ‘Pibe de oro’ le vaya bien.
Desde entonces en casa siempre los partidos de Argentina eran vistos con fervor, con esa emoción de ver a tu mejor amigo defendiendo sus colores.
Por eso fue festejo total cuando ganó el Mundial de México 86. Mi papá, que no lo amaba como la vieja y todos nosotros, decía que era muy bueno, el mejor después de Pelé.
En el Mundial de Italia 90, con un tobillo hinchado, lo pusimos de ejemplo de coraje y valor.
En aquellas épocas, la energía eléctrica se cortaba constantemente y los muchachos el barrio solíamos conseguir una batería que acoplábamos a un pequeño televisor, y lográbamos ver los partidos.
Una derrota triste en el debut, ante Camerún, provocó que los ‘herejes’ de siempre salgan a decir que ya no era el mismo del Mundial pasado. Yo, terco a mi fe, seguía creyendo, como hasta ahora, que él iba hacer algún ‘milagro’ y sucedió.
Los ‘Albiceleste’ enfrentaban a Brasil para seguir avanzando en el torneo. Todos coincidían en lo mismo: ‘Los ‘auriverdes’ pasarían por encima a Diego y sus muchachos’.
Muy temprano, el querido Jhon Cuba, amigo de parrandas y toda la adolescencia, me retó: ‘Te apuesto que tu ídolo se regresa a su casa’.
El orgullo maradoniano me afloró y respondí que no había problemas. El perdedor le entregaría al otro la suma de 50 millones de intis, moneda que había impuesto Alan García. Al cambio, cincuenta soles de hoy.
Éramos dos estudiantes universitarios y no manejábamos esa cantidad, pero la garantía era dejar encima del viejo aparato los DNI, en realidad la Libreta Electoral y los documentos se los llevaba el ganador y devolvía cuando cancelen la deuda.
Ocurrió lo esperado. Los brasileños dominaban, creaban situaciones de peligro, los palos impedían que la pelota entre. Pero con Diego en la cancha, los ‘milagros’ parecen siempre aparecer y ocurrió en el segundo tiempo. Se llevó a uno, dos, tres y pase con pierna derecha. Claudio Caniggia quedó solo ante el arquero, lo burló y marcó el gol.
Cuando culminó el partido, el rostro de mi retador estaba compungido, con rabia y apareció ese maradoniano que siempre me acompañó y me va a acompañar. ‘Tona tu documento, está apuesta no es justa. Si tengo a ‘d10S’ en mi equipo, siempre voy a afanar’.
Así lo quiero y lo voy a recordar. Por eso, cuando salían noticias sobre sus excesos, sus errores y malacrianzas, me ponía triste, como cuando un amigo muy cercano, estaba en problemas.
Moriré maradoniano, siendo su fiel admirador. Por lo que me regaló en un campo de juego y esa rebeldía contra los poderosos.
Ser hincha del Diego es una manera de vivir.