En los bolsillos de Eugenio La Rosa solo habían 5 soles. Hay mil maneras de gastar esa cantidad. En una hamburguesa. Viajar ida y vuelta en el Metropolitano. Poner una recarga o jugar la Tinka. En 1996, el exdelantero de Alianza Lima y la selección peruana perdió todo su dinero en un negocio que no prosperó. Un año antes había colgado los chimpunes. La escasez y necesidad lo agobiaban.
Caminaba pensativo por las calles de San Borja. Se paró frente a un quiosco de periódicos: ‘Real Madrid en Lima para jugar amistoso con Alianza’, decían los titulares. El club español concentraba en el ‘Sheraton’ del Centro de Lima y le dijo al canillita: “Por favor, préstame cinco soles, es urgente, luego te pago”.
Tomó un bus hacia La Victoria que le cobró un sol. Desde allí caminó hasta el hotel donde se alojaba el cuadro español. En el trayecto recordó imágenes.
En 1987, La Rosa había llegado a Argentinos Juniors como figura y en ese equipo un jovencito Fernando Redondo aparecía en la pelotita. ‘Chispeao’ se convirtió en su hermano mayor, lo llevaba en auto desde su casa a los entrenamientos y siempre lo aconsejaba. Ahora, en ese Real Madrid estaba Redondo como todo un rankeado.
Entró a la recepción del Sheraton y pidió que lo comuniquen con la habitación del volante. El chileno Iván Zamorano, que compartía habitación con el argentino, contestó y La Rosa fue directo: “Dile a Fernando que su hermano negro está abajo”. El argentino lo hizo subir de inmediato. Se abrazaron y recordaron anécdotas. “Bam Bam, este señor es uno de los hermanos que me dio el fútbol”, comentó ‘Fer’.
Los tres bajaron a desayunar. Los minutos pasaban y Eugenio no sabía cómo contarle su mala situación. Hasta que se armó de valor: “Fernando, nunca pensé hacer esto, pero te voy a decir la verdad. Me fue mal en un negocio, perdí mucho dinero y estoy en cero”. La respuesta le dio esperanzas: “No te preocupes, sabes cómo te estimo. Ven por la noche y vemos cómo te ayudo”.
En el bolsillo de ‘Chispeao’ solo quedaban 4 soles. Decidió guardarlos y regresar a pie hasta San Borja. Horas después volvió tal lo acordado. Se anunció y el volante le dijo que lo espere a que termine de cenar con el plantel: “Pide lo que desees, yo invito”.
Cuando La Rosa estaba terminando de comer apareció Fernando con una bolsa llena de ropa deportiva, zapatillas y un sobre en la mano: “Hermano, te apoyo con esto, sé que no es mucho, pero te doy mi número. Si falta me llamas para mandarte lo que necesites”. Con la emoción contenida, se despidieron.
La Rosa ni siquiera miró el regalo. El gesto de un amigo significaba más. Le restaban dos soles y los gastó en tomar el micro hacia su domicilio. Recién en casa abrió el sobre: habían cinco mil dólares y una tarjeta con los teléfonos y dirección de Redondo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Todo da vueltas y el destino le daba otra oportunidad. Al día siguiente fue a ver al canillita y le pagó los 5 soles mejor invertidos de su vida.