Por: José Reynoso Alencastre
Amo el fútbol y no me importa que no haga ni cinco pataditas. Me apasiona jugar, estar en un campo sintético, grass natural o losa y disfrutar esas bromas de los amigos: ‘En tu mejor momento fuiste malo’ o ‘Te pateas los tobillos’. Soñaba de niño ser jugador profesional, pero mi talento estaba en el teclado. Decidí ser periodista deportivo, pero se me presentó un mejor futuro en España, donde radiqué quince años y fui corresponsal de varios medios peruanos.
Allí, en la Madre Patria, trabajé en mensajería, venta de motos, pero por mis venas corría el cronista. El 23 de mayo del 93, el Sevilla visitaba al ‘Santiago Bernabéu’ con Diego Armando Maradona para enfrentar al Real Madrid por la fecha 34 de la Liga. Era la oportunidad de mi vida para conocer a mi ídolo, al mito, a la leyenda, al barrilete cósmico. Así que junto a mi amigo Carlos Vizcarra nos acreditamos y llegamos temprano al estadio.
El partido estaba programado para las 5 de la tarde y ya estaba nervioso y ansioso. Mi intuición y olfato me decían que iba a ser mi día. Llegué tres horas antes a la ‘Casa blanca’ y el momento oportuno era cuando salían a reconocer el césped en buzo. Como toda estrella, el Diego se hizo esperar. Fue el último en aparecer, acompañado de Diego Pablo Simeone.
Los fotógrafos y reporteros se acercaron al ’10′ para arrancarle unas declaraciones, pero los ignoró y siguió su camino al centro del campo, justo donde me había colocado Dios. Me acerqué a saludarlo: “Hola, Diego, soy de Perú, nos tomamos una foto”. “Claro que sí”, me respondió el mejor de todos los tiempos. Agradecí su gentileza, le deseé suerte y mi acompañante se acercó para la postal del recuerdo. El zurdo lo observó y le dijo: “Contigo no, pibe” y se fue junto al ‘Cholo’. Cosas de genios. ¿El resultado? No viene al caso. Hoy esa foto para mí es mi mayor tesoro. Con el balón eras de otro planeta. Y cualquiera a tu lado es un negado.