¡Mi gente! Les escribe Luis ‘Cuto’ Guadalupe, siempre con fe, y hoy voy directo a la vena para contarles uno de los procesos más difíciles de mi vida y de la de todo deportista. ¿Qué es lo más duro que vive un futbolista? Las respuestas a esa pregunta pueden ser variadas, pero tengo una teoría, la que baso en mi historia personal que les comienzo a contar.
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Esa pregunta me la han hecho varias veces. En entrevistas, entre amigos, con familiares, hasta yo mismo frente al espejo. Para la mayoría de los jugadores, son las lesiones. Yo creo que el momento más difícil es el retiro. El adiós al fútbol para uno que dedicó su vida y sus sueños, nunca es fácil.
En mi barrio, en una fiesta, en el auto, en la calle, siempre he escuchado la canción del gran Héctor Lavoe: “Todo tiene su final, nada dura para siempre. Tenemos que recordar que no existe eternidad… Como el campeón mundial dio su vida por llegar y perder lo más querido en la masa otro más… “. Hasta la he cantado y bailado. Pero nunca me hizo pensar tanto como cuando me llegó el momento de colgar los chimpunes.
Mientras trotaba por el circuito de playas de San Miguel hasta la bajada John Lennon, escuché a lo lejos aquella salsa. Bajé el ritmo de mi recorrido. Mi mente se trasladó de inmediato a los últimos años de mi carrera. La firme que por más que sabemos que llegará ese día, no estamos preparados para afrontarlo. Nos resistimos a una cruda realidad.
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Los números, que nunca mienten, lo dicen. Hace poco el sindicato de futbolistas Fifpro reveló una encuesta hecha a 282 jugadores, entre hombres y mujeres, activos y retirados de 33 países. El 67% no sabe con certeza qué hacer después del fútbol y un 54% nunca fue orientado en otra carrera. Yo me incluyo en esas estadísticas.
EL FÚTBOL, UN SALVAVIDAS
Muchas veces uno, como persona, encuentra en el fútbol una salvación. Una forma de ganarse la vida haciendo lo que más le gusta. Conozco a muchos que si no hubieran tenido ese don que les dio ‘Papalindo’, estarían en el lado oscuro. Otros, seguramente. tirados para el mal y a muchos ni siquiera se les conocería. Es la purita verdad.
Un gran grupo de jugadores venimos de estratos sociales muy pobres, de familias de bajos recursos. También hay otros que vienen de una economía algo acomodada. Sea como sea, el balón es mágico. Te da la oportunidad de poder ganar mucho más dinero y popularidad que en otro empleo. Y cuando destacas, te acostumbras a muchas cosas que a veces no sabes manejar.
Con el fútbol, llega el dinero, la fama, la popularidad, las mujeres, estar en los medios de comunicación, la vanidad, la buena ropa. A uno se le suben los humos.
Pasas de no tener nada a tenerlo todo. Las cosas como son. Los viajes en primera clase, buenos hoteles, todo de primera. Por lo general, así es la vida de un futbolista. Y eso se aplica, tanto para los del Barcelona, Universitario de Deportes, los de Segunda profesional, así como para los que juegan en Copa Perú.
Cada futbolista, de acuerdo con su realidad, vive un mundo muy distinto al de un ciudadano de a pie. Obviamente, la gente, la prensa, hasta las chicas se van a ocupar más de los mediáticos, de los más influyentes. Como se dice en el barrio, la pelotita te pone hermoso, te ven bonito y con dinero, pues ‘billetera mata galán’.
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Pero de pronto, los años pasan. Sin darte cuenta estás con un pie fuera de las canchas. A algunos los retiran las lesiones, a otros la edad y solo a algunos pocos, el estrés deportivo. Y la mayoría no sabe sobrellevarlo.
Recuerdo que el galés Ryan Giggs, un ícono del fútbol inglés, se retiró en 2014 y su vida dio un cambio de 180 grados. Hasta tuvo que acudir al psiquiatra para poder vivir sin el fútbol, sin esas 28 temporadas de éxito dedicadas al Manchester United.
Es que día a día, hora tras hora, su cabeza estaba ocupada con el balón. “Siempre tuve rachas malas cuando sufrí una lesión o estaba fuera del equipo. Con el retiro fue peor, por eso decidí acudir a un especialista”, contó una vez.
Y acá voy a hacer una confesión que nunca había hecho. A mí casi me dio locura, vi la depresión de cerca, sentí como caía y no llegaba a tocar fondo.
Y SIN DARME CUENTA, 38 AÑOS
No fui al médico, pero me costó. Tuve que buscar otras cosas que me alejaran de malos pensamientos. A lo largo de mi carrera había levantado copas, como campeón con Universitario (tres veces) y también con Juan Aurich. Jugué finales, con la adrenalina recorriendo tu cuerpo, defendiendo al León Huánuco y Real Garcilaso. Pasé tensiones con la selección peruana y lindos momentos en el extranjero: Argentina, Bélgica y Grecia. Y sin darme cuenta llegué a los 38 años.
Era el 2014 y estaba en la César Vallejo de Trujillo. Venía bien, siendo capitán y de pronto una lesión me sacó del equipo. Perdí el puesto por obvias razones. Cuando ya estaba recuperado me sentí sabroso otra vez, hambriento de sopa seca y de goles. Pensé que volvía como siempre. ¿¡Cómo siempre!? Como se dice en el barrio: Estaba pensando huev…
¡¡El tren se me estaba pasando y no me daba cuenta!! En el fondo, que no lo quería aceptar, no estaba preparado para ese momento. Ustedes se preguntarán “¿por qué Cuto dice esto?”. Yo estaba echando humo, poseído, molesto, rabioso, me sentí traicionado. Pero había confundido las cosas y no entendía las razones.
Un día me fui encima de mi ‘Coach’ -así llamo a mi amigo Franco Navarro- para pegarle. Me tuvieron que agarrar entre todos. Leo Rojas, Martín Bressan, los compañeros. Botaba espuma por la boca, los ojos se me salían.
Estaba más endemoniado que el ‘Increíble Hulk’ cuando se transforma. ¡¡Yo, el capitán, el caudillo, el experimentado, Luis ‘Cuto’ Guadalupe, el amigo del técnico y no me querían hacer jugar!!
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Me fui a mi departamento. Esa misma tarde, llegó a verme Jean Ferrari, que era gerente deportivo de la César Vallejo. Yo estaba destrozado. “Me regreso a Lima, no voy a seguir en un lugar donde no me quieren… Ya verán que ofertas no me van a faltar…”, recuerdo que le dije a Ferrari. Pero sus palabras me hicieron reflexionar, nunca las voy a olvidar. Venían de alguien que ya había vivido la crisis del retiro, sabía lo que decía y cómo me sentía. Fue tan profundo que en ese momento cambié de opinión. “¡Qué ch… estoy haciendo!”, pensé para mis adentros.
LOS HOMBRES TAMBIÉN SOMOS SENSIBLES
Al otro día fui a pedirle perdón a Franco Navarro y a todo el plantel por lo que había hecho. Había sido muy duro con mi ‘Coach’. Yo no me quiero pintar como un santo, pero es de varón reconocer errores. Lo mínimo que tenía que hacer era disculparme.
Ese día, sentado en su carro, Franco y yo conversamos con el corazón abierto, transparente, sincero, los dos lloramos. Porque los hombres también somos sensibles. No fue una disculpa de la boca para afuera. Gracias a Dios, el técnico me entendió muy bien, un hombre de fútbol que sin duda tenía clarito el momento que estaba pasando y por pasar.
¡¡A él, las lesiones lo alejaron de las canchas y cómo habría sufrido con el retiro!! Pude terminar la temporada en la César Vallejo, pero lo más importante es que salvé una relación de amigos con Franco Navarro, Leo Rojas y Martín Bressan. Fueron mis primeros pasos en el sendero del adiós. Fue tan triste, doloroso y dramático que, de solo recordarlo, asoman las lágrimas. Era el fin de fiesta y tocaba apagar las luces. Perdí la alegría. Así como en este momento he perdido las ganas de continuar. La otra semana seguiré. Lo prometo.
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