Son otros tiempos en la pelotita. Por el mundo, la gente anda con mascarillas y muchos hasta lucen ‘looks de cuarentena’. Carlos Zambrano no ha escapado a la tendencia y desde la tranquilidad de su hogar, en Buenos Aires, nos cuenta su nueva forma de ver el fútbol, esa que está llena con una pasión azul y dorada. Un sentimiento xeneize que no puede ocultar en cada una de sus respuestas.
Ja, ja, ja. Hace como tres semanas que no me afeito, pero lo del ‘profe’ ya es abusivo.
Como paro encerrado, no me arreglo. Las peluquerías no funcionan y en ocasiones me he cortado el cabello yo solo, porque parecía loco.
Es espectacular. Una cosa es que te cuenten y otra vivirlo. El aliento se siente de las cuatro tribunas. Hay mucha presión. En Europa el espectáculo es distinto y la gente toma cerveza en el estadio, pero en Sudamérica es otra cosa.
Habla cuando lo tiene que hacer. Siempre pide la palabra, te motiva, siempre nos pide rompernos por nuestras familias.
Aún no, recién tengo tres meses en Argentina, de los cuales unos días los pasé en la clínica y dos meses en cuarentena.
Al principio decía no, después le agarré el gustito. Parece un té verde sin azúcar. Con tal que sea bueno para la salud y no salga en doping, ja, ja, ja.
Todos la escuchan, en el bus, entrenamientos y camarín, que ya se me pegó. En casa sí escucho mi salsa y reguetón.
De todas maneras. Los hinchas te mandan mensajes, te quieren conocer, hasta te dicen que irán al aeropuerto a recibirte para tomarse fotos o les des un autógrafo.
Ja, ja, ja. Así seas bonito o feo te escriben cosas bonitas.
De vez en cuando, pero ahora hay que tener mucho cuidado porque si es una mujer al toque dicen que estás echando maicito.
Es opcional. El que quiere lo hace después de los entrenamientos. Nunca me ha vacilado eso.
Nada. Tengo mi ritmo, no soy un robot como (Aldo) Corzo y ‘Orejitas’ (Flores), pero no lo he practicado. En el colegio bailaba saya, pero era por mi nota.
Pasó a unos metros de mí. Su presencia fue todo un espectáculo en ‘La Bombonera’. Todos saben lo que significa él para el fútbol mundial.
Ja, ja, ja. Vivíamos juntos en Alemania y él me decía: ‘Papi, anda compra a McDonald’s. Iba y me quedaba con su vuelto. En ese tiempo era joven y todo sumaba para el bolsillo.
Sí, le mandé mi apoyo. Mi ‘causa’ es fuerte, de chibolo ha comido tierra en su barrio y un virus no lo va a tumbar.
Decir que sí, sería mentira. Acá todo está parado en transferencias. Escuché eso por las redes peruanas y sería lindo tener aquí a él u otro compatriota.
Nos hemos juntado dos veces a cenar.
En son de broma me lo dijo. Le respondí que estar en Boca es otra sensación. Pero lo que gana en Europa es demasiado.
Cuando tenía 20 años inauguramos juntos una cancha que lleva su nombre, en San Miguel. Nunca lo vi jugar por mi edad y cuando llegué a Boca me di cuenta de que la idolatría que sienten por él es cinco veces más de lo que pensaba. Es todo un orgullo como peruano.
Ja, ja, ja. Eso es inevitable. Los ‘carajeos’ son parte del futbol. A veces para motivar y otras para desfogar la rabia.
En Grecia, con Paok. Habían suspendido al club con seis fechas y nunca jugué con el apoyo de los hinchas, ja, ja, ja.
Soy tan despistado que prefiero dárselas a mi madre. Sé que son logros importantes, pero los dejo por cualquier lado y después no me acuerdo.
Yo he aprendido a preparar postres. El bizcocho de chocolate me salió rico, también las empanadas de carne, con ayuda, pero las hice.
En Europa he marcado a delanteros como Ribéry, Lewandowski y tuve buenas actuaciones. El nombre no importa, pero en los clásicos hay que estar bien preparados.
Me llaman Carlos, porque Carlitos es Tevez. Cuando juegue más, muy pronto lo harán.
Saludos a toda la gente del Trome y que los peruanos se cuiden mucho por esta pandemia.
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