“Cuando era camarera, llevaba un vestido blanco, mira cómo conseguí esto”, canta Lana del Rey en el tema de apertura de “Chemtrails Over the Country Club”, la colección de canciones más personal de la enigmática artista que, por primera vez, se adentra en la América profunda.
La continuación del aclamado “Norman Fucking Rockwell” se estrena este viernes con un sonido parecido al de su predecesor, aunque con giros al country desde los que la autora repasa su lugar en la música entre referencias a iconos como Joni Mitchell y Joan Baez.
“He luchado mucho para ser entendida como una persona y no como una moda”, explicaba Del Rey en una entrevista reciente para la portada de Music Week Magazine.
Considerada una de las mejores cronistas musicales de la época, Lizzy Grant (su nombre auténtico) ha ido narrando el devenir de Estados Unidos, su gran musa, con una iconografía repleta de referencias a la cultura popular.
Su séptimo disco llega una década después de que “Video Games” sirviera como carta de presentación de una artista que recuperaba el imaginario del siglo XX (el Hollywood clásico, Elvis Presley y la promesa del sueño americano) cuando el país se precipitaba a una crisis de identidad que aún no ha superado.
Menciones al Brooklyn de Lou Reed (“Ultraviolence”), al Art Deco y el neo-noir (“Honeymoon”), al espíritu hippie de 1968 (“Lust for Life”) y a la decadencia actual de California (“NFR”) son las piezas con las que construyó su universo.
Ahora, lejos de ese “Born To Die” (2012) citado como influencia por artistas de la talla de Taylor Swift y Bruce Springsteen, Del Rey viaja a las zonas rurales del país para enumerar los motivos por los que rechazó la popularidad y apostó por una carrera de largo recorrido.
Así lo expone en “White Dress”, un recuerdo de que con 19 años trabajaba de camarera buscando una oportunidad en noches de micrófono abierto o en “conferencias de hombres de la música”. El siguiente corte, que da nombre al álbum, celebra los momentos cotidianos, “lavarme el pelo, lavar la ropa / televisión tarde en la noche, solo te quiero a ti”, como rechazo total a la vida de celebridad.
Ese recelo continúa en “Let Me Love You Like a Woman” y “Wild At Heart”, donde Del Rey confiesa que necesitaba abandonar su adorada Los Ángeles para adentrarse en nuevos territorios.
La compositora ha recorrido ese país que tan preocupada le dejó en su anterior disco por el cambio climático (“Los Ángeles está en llamas), el populismo de Trump (”Kanye West es rubio y se ha ido”) y el narcisismo de las redes sociales (“espero que se esté retransmitiendo”).
Y de esta manera, las 11 canciones del álbum están repletas de citas a Arkansas, Nebraska, Louisiana, el country de Texas y Tennessee, con arreglos entre el rock, el folk y el funky que envuelven la voz de una cantautora que, a bordo de su camioneta, se analiza a ella misma.
“La cosa de estar en la carretera es que hay demasiado tiempo para pensar”, dice en “Not All Who Wander Are Lost”.
¿Y qué piensa? Pues que no está tan mal, a pesar de todo. “He estado haciendo versiones de Joni y bailando con Joan. Stevie me llama por teléfono”, razona en “Dance Till We Die” como recordatorio de que, más que tener de referencia a Joni Mitchell, Joan Baez y Stevie Nicks, ahora es una más del grupo.
A modo de contraste, la artista cierra la colección con una versión de “For Free”, el clásico en el que Mitchell celebraba que solía tocar gratis antes de “hacerlo por fortunas”.
Del Rey ha contado siempre que su sueño cuando trabajaba de camarera era rodearse de un círculo de músicos como lo hicieron Bob Dylan, Joan Baez, David Crosby y compañía en los años 60 y 70. No lo encontró así que, según confiesa en “Chemtrails Over the Country Club”, tuvo que imaginarlo.