¿Qué pasará por la mente de una mujer que está siendo ajusticiada por su pareja en presencia de sus hijos? ¿Qué pasará por la cabecita de una criatura que está siendo abusada por quien debería ser su mayor héroe y no su verdugo?
En las ultimas décadas, América Latina se ha convertido en un escenario macabro de violencia machista. La llegada a nuestras vidas del COVID-19 no hizo mas que acentuar la tragedia, condenando a convivir con el agresor, haciendo interminables la violencia psicológica y física en esos hogares evidentemente, disfuncionales.
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Estando en Venezuela, la percepción de violencia hacia las mujeres pasa por debajo de la mesa. En los noticieros muy poco se habla de casos de feminicidios, y esto se debe a la censura mediática que hay con respecto a temas de violencia. Pero eso no significa que no ocurran. Las estadísticas son pocas y a veces no son coherentes con la realidad. Tal vez, por esta razón, Venezuela no figura en el ranking de países latinoamericanos con alarmantes índices de violencia de género.
Dentro de Venezuela hay una sensación de vivir en un país con poca violencia de género, pocos abusos sexuales y menos feminicidios. Pero la realidad cae como balde de agua fría, cuando en Twitter se hacen tendencia los mas emblemáticos casos, y pareciera que se descubre el agua tibia.
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En 2020, salió a la luz el caso de una mujer llamada Morella, raptada durante 31 años por quien habría sido su pareja y posterior secuestrador. Este caso se hizo tendencia y abarcó gran titularidad en todos los medios de comunicación.
En la cabeza de todos los espectadores no se entendía, ¿cómo una mujer pudo aguantarse treinta y un años aislada, apartada de su familia y de toda realidad viviendo totalmente encerrada en un departamento en la ciudad de Maracay? ¿Por qué nunca pidió auxilio? ¿Cómo es que ningún vecino vio nunca nada?
VENEZUELA, COLOMBIA, PERÚ, MÉXICO, ARGENTINA, CHILE Y MÁS
En Colombia, uno de los casos más atroces y recientes de abuso contra una niña menor de edad, ocurrió en 2020 cuando una niña indígena de tan solo trece años fue abusada colectivamente por al menos siete soldados del ejército colombiano. El repudio nacional ante semejante ensañamiento fue tal, que logro agilizar y materializar en 2021 la cadena perpetua a violadores de menores de edad en ese país.
Esta realidad ocurre tan a menudo como en Perú, México, Argentina, Chile, etc. Sin embargo, pareciera que ha llegado una ola de violencia desbordada. No solo hacia las mujeres, sino hacia niños indefensos, incluso bebes.
Definitivamente, vivimos tiempos en los que pareciera que los valores en el hogar agarraron sus maletas y se fueron a otro planeta. No hay tolerancia, no hay respeto, hemos normalizado por años conductas que ahora entendemos que no son normales.
“SI NO ERES MÍA, NO SERÁS DE NADIE”
Cuando recién llegue al Perú, me alarmó sobremanera la cantidad de casos de feminicidios que a diario se ven y escuchan en la noticias. Hombres que se obsesionan con total facilidad de sus parejas y aplican una suerte de Ley del Talión que “sino eres mía, no serás de nadie” y terminan con la existencia de esa mujer, y en ocasiones, los hijos pagan con sus vidas los deseos enfermizos del padre.
De manera que la violencia y el abuso hacia las mujeres no ve nacionalidad, ni estatus social. Algo estamos haciendo mal como padres y como sociedad, a la hora de educar a nuestros niños y niñas.
Si a esta realidad le sumamos el letargo de las autoridades en el procesamiento de los casos de feminicidio, especialmente en las provincias, encontramos a una población totalmente vulnerable y poco asistida.
Existe un Ministerio de la Mujer en Perú, en Venezuela, en Colombia, y en la mayoría de los países latinoamericanos. Existen leyes que amparan a las mujeres ante la agresión y el abuso. Pero, se necesita un trabajo arduo de educación sexual. No estamos para tabúes, ni miradas indignadas por hablar abiertamente de sexualidad. No puede tratarse la sexualidad como un problema, como si fuese ese “temita” incomodo que a las sociedades más conservadoras les estorba y evitan a como de lugar, tocar y traer a la mesa.
La sexualidad o educación sexual debe ser vista como una manera de enseñar lo que está bien y lo que está mal en una relación; y entender que es mucho más que el acto sexual en sí, es enseñar a decir no y educar para respetar cuando una persona dice NO.
La violencia de genero no puede seguir siendo un numero rojo en las estadísticas anuales de la región latina, el abuso hacía infantes que a veces no alcanzan ni el año de vida, no puede continuar siendo el tema de la semana como si se hablase del precio del pan o el alza del dólar. Las leyes no pueden solo acelerarse cuando la victima es una personalidad publica o su agresor el cantante de cumbia más sonado.
No se puede continuar normalizando el maltrato y la violencia de genero, como una noticia más de la edición central. Madres, padres hablen con sus hijos sobre el abuso, la violencia, sobre la importancia de respetar a pesar de las diferencias. Como adultos, estamos en la obligación de hacer la diferencia para no continuar sumándonos a las listas de víctimas mortales, ni restarle futuro a las próximas generaciones.
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