Más de treinta años habían pasado desde aquel momento en el que, con un monito de felpa gris (que increíblemente aún conservo), tomé la mano de mi mamá y me embarqué en un vuelo directo de Lima a la ciudad de Caracas, capital de Venezuela. Por aquellos años, el futuro parecía prometedor: el país más empoderado de la región vislumbraba progreso, desarrollo y éxito a todo aquel que llegaba a sus costas.
Sin duda alguna, todo lo que hoy soy (como persona y como profesional) se lo debo agradecer no solo a mis padres, sino a un país que le permitió a esta familia de migrantes, surgir y progresar. Por ello, siempre trato de resaltar los valores positivos de mi gentilicio, de mis compatriotas venezolanos, porque definitivamente los buenos somos más. Aunque siempre los malos son los que se terminan llevando los titulares y la mayor atención mediática.
Pero no vine a dedicarles un poema a esos desadaptados que lamentablemente comparten la misma nacionalidad que yo. Hoy quiero compartir con ustedes un par de reflexiones acerca de lo que ha sido esta aventura que comenzó hace un par de años, cuando tomé la determinación de salir de tierras venezolanas porque, definitivamente, era la única manera de sentir que estaba haciendo algo para contrarrestar la crisis económica y social que hay allá.
Muchos han sido los aprendizajes que he podido tener desde entonces, aprendizajes que en ocasiones me quedo recordando cómo era mi vida por aquellos días, y me asombra todo el tiempo que ha pasado, o cómo ahora veo las cosas desde otra perspectiva a cómo las veía entonces.
Uno de los aprendizajes más importantes que necesitaba en mi vida era justamente esa capacidad de superar ciertos obstáculos (físicos y mentales) para seguir hacia adelante. Eso que muchos llaman resiliencia.
“A pesar de lo dura que nos pueda parecer nuestra existencia, somos capaces de avanzar y no quedarnos mucho tiempo en lamentaciones”
No sabía lo que significaba ser una persona resiliente hasta que, sin saberlo, me convertí en una. Una de las miles de personas que, por diferentes razones, se reinventan y le ponen ganas y empeño para no dejarse vencer por las dificultades. Como dice el dicho “no importa cuántas veces te caigas, lo importante es levantarte y volverlo a intentar”. Pero ¿Qué es la resiliencia?, ¿Qué significa ser una persona resiliente?
Pues bien, cuando tenemos la capacidad para superar ciertas dificultades que la vida nos pone, que a pesar de lo dura que nos pueda parecer nuestra existencia, somos capaces de avanzar y no quedarnos mucho tiempo en lamentaciones, sino más bien, buscar la manera de aprovechar ese obstáculo y utilizarlo como motor que nos impulse a continuar. Eso, podría decirse, es ser resiliente.
Y aunque suena muy sencillo, no lo es tanto en la práctica, porque nuestra condición de ser humano nos obliga a transitar por las emociones y nos mantiene en un constante debate entre lo políticamente correcto y las motivaciones personales de cada uno.
Cada acierto ha traído su cadena de satisfacción y alegría, he descubierto en los logros más pequeños, un sentimiento equivalente al de llegar a la cima de la montaña más alta. Sin embargo, con cada desacierto, el sentimiento de derrota se magnifica, porque estar en un lugar que poco a poco te va reconociendo, en el que no tienes el control o la noción de cómo resultarán las cosas, y que además tienes a tus seres más queridos, a kilómetros de distancia, puede ser desalentador.
Si bien mi cultura predominante viene de un país caribeño, en el que las dificultades se disfrazan de chiste, que a todo lo malo uno trata de verle el lado positivo, en el que la informalidad al tratar a los demás a veces se entiende como irrespeto en comparación a los códigos de conducta que hay en suelo peruano, uruguayo, argentino o chileno; una de las cosas que más nos caracteriza (y la que, en ocasiones, se mal interpreta) es el cariño y el afecto con el que tratamos a los demás. Esto definitivamente es muy venezolano.
Pero volviendo a la resiliencia, una muestra muy clara de este gran aprendizaje, son las incontables historias que uno recoge en el camino, personas que al igual que uno, han dejado todo atrás y se han embarcado a lo desconocido. Profesionales que dejaron de ser ese doctor, esa ingeniera o esa administradora de empresa, para ser ahora un mozo, una ayudante de cocina, la señora de limpieza o el chico del delivery.
Esa capacidad de aprovechar toda esa crisis que se vive en Venezuela, ese estrés constante de estar en un país en donde todo funciona al revés, esa fuerza que impulsa a tomar decisiones radicales de agarrar tu mochila y salir de ahí, y enfrentarte a un futuro que no planificaste así. Eso es ser resiliente.
Y el gran aprendizaje, o uno de los grandes aprendizajes de esa resiliencia es el aprender a soltar, el poder cortar ese cordón que a veces nos aferra a cosas, a personas y a circunstancias, pero que ya no nos permiten avanzar, que nos estancan y anclan al conformismo, pero de esa experiencia les cuento en una próxima oportunidad. Por lo pronto, les dejo esta frase de Steve Goodier: “Mis cicatrices me recuerdan que sobreviví a heridas muy profundas. Eso en sí mismo, es un gran logro”
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