En tiempos de futbol, mucho recuerdo las caravanas que se hacían en diferentes calles y avenidas principales de la ciudad de Caracas en Venezuela. Recuerdo, por ejemplo, que los canales de televisión local no podían omitir partidos tan importantes para la fanaticada como los clásicos encuentros entre España, Italia, Portugal, Inglaterra, Francia o Alemania. Era casi un sacrilegio no hacer parte de alguna de estas banderas que, con bocinas, pitos y corneteos de los autos y motos esa atmosfera festiva que siempre acompaña un encuentro tan esperado como los mundiales de futbol, trae a cualquier país.
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De igual manera, me vienen a la memoria los vendedores de banderines para carros, que arriesgadamente, aprovechaban las horas pico y el tráfico en las autopistas para ofrecer una variedad infinita de banderitas de casi todos los países. Había autos que parecían la sede de la Organización de Estados Americanos o de la Organización de las Naciones Unidas, por la cantidad de banderas de diferentes países que llevaban ondeando en los costados de las ventanas. Realmente, tanto Caracas como el resto de ciudades del país, se impregnaban de alegría, color y espíritu deportivo.
Toda esa diversidad tiene su origen, y ese origen fue la llegada de innumerables migrantes europeos que luego de la post guerra, llegaban como fuese, a las costas venezolanas. Toda esta población, que anclaba en enormes embarcaciones, llegaba muchas veces sin saber ni una sola palabra en castellano y sin saber dónde se encontraban. Lo único certero que tenían era la posibilidad de rehacer sus vidas lejos de un continente devastado por la sombra de una Segunda Guerra Mundial que los dejó con casi nada para continuar sus vidas en sus propias tierras.
Esa generación post guerra europea se instaló en Venezuela y con mucho esfuerzo, se arraigó y se perpetuó. Muchos de ellos lograron surgir a la velocidad de la luz porque venían de otras culturas y con otras realidades. Lo mismo ocurrió, cuando décadas posteriores iban llegando pequeños grupos de ciudadanos chilenos o argentinos que escapaban de sus dictaduras, hermanos colombianos, peruanos, bolivianos o ecuatorianos que escapaban del terrorismo. Y más recientemente, hacia la década de los noventa, se podía ya percibir la llegada de sirios y turcos, que huían de las guerras en el Medio Oriente.
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Por esta razón, es tan normal ver tantos banderines de tantos países en una sola familia, porque cada uno tiene en su sangre un poquito de pizza y un poquito de arepa con queso, o pisco, o lasaña. Es decir, los venezolanos, en sí, son genéticamente diversos. Y esa diversidad es la que enriquece una sociedad.
En días pasados, todos pudimos disfrutar del encuentro entre Venezuela y Perú, en los previos para lo que será el Mundial de Qatar 2022. Y resultó llamativamente noticioso, que una sociedad extremadamente patriota como la peruana que es recontra hincha de su selección y siempre está presente en cada partido alentando a su equipo, ahora vea sus calles compartidas con una tricolor de siete estrellas. Pues eso, es la diversidad. Y lejos de asombrarnos o tomarlo como algo invasivo, debemos verlo como una oportunidad de enriquecimiento mutuo.
Todos sabemos que actualmente, la gran mayoría de repartidores de deliverys son venezolanos, y ante la llegada de la selección Vinotinto a la capital limeña, era de esperarse que un buen grupo de criollos llaneros le dieran la bienvenida a su equipo, porque no todos los días puedes disfrutar de un encuentro deportivo en el que uno de los contrincantes, representa al menos a un millón de ciudadanos que día a día hacen lo posible por salir hacia adelante, acá en el Perú.
Y aunque este gesto, fue motivo de numerosos memes, la verdad es que cuando una persona se siente orgullosa de su origen donde dejó sus querencias y sus más memorables recuerdos, siempre que tenga oportunidad de aprovechar ese ratito y sentirse cerca de su equipo de fútbol, o de beisbol, o cualquier deporte que lo represente.
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Si no, basta con recordar el reconocimiento que tuvo la hinchada peruana durante el pasado mundial de Rusia 2018. De manera que lejos de la burla, debería estar el reconocimiento y la empatía, porque tal vez todos lleguemos a ser el complemento de algún extranjero, y debamos abrazar una bandera diferente a la nuestra, y vitorear a un equipo diferente al nuestro, porque en la variedad también está el gustito.
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