Lo que más le apena de la migración a Estefany Germán, de 13 años, es que cuando regrese a Venezuela no estarán Keyla ni Samantha, sus mejores amigas del colegio. “Ellas también salieron del país”, dice.
Junto a sus padres, Estefany Germán partió de Caracas a Lima hace dos años. Un día de viaje por carretera de Cúcuta, ciudad colombiana fronteriza con Venezuela, a Bogotá. Y desde ahí, en avión hacia la capital peruana.
Cuando mis padres dijeron que nos iríamos del país, me dio miedo.
Mudarse de país no es únicamente hacer las maletas y subir al bus, también es dejar atrás un pedazo de la historia personal.
“Al principio, cuando mis padres dijeron que nos iríamos de Venezuela, me dio miedo. No es normal que salgas de tu país donde has crecido toda tu vida, pero mi papá me dijo que nos íbamos por un tiempo para poder mandar dinero a la familia”, cuenta Estefany Germán.
Entonces tenía 11 años y recuerda con emoción aquel viaje por tierra. A su edad inocente, evoca aquel recorrido como una aventura. “El viaje por carretera fue bonito, mucho paisaje”.
Atrás dejaban una Venezuela convulsionada, en donde las cifras de criminalidad se disparaban y las económicas se desplomaban. Adelante les esperaba la idea de una vida mejor.
“¿Cómo era Caracas? Percibía muy poco, porque no me dejaban informarme, no querían preocuparme. Algunas veces era difícil el trabajo de mamá, el dinero alcanzaba para pagar el colegio, la comida. Había muy poca comida”, cuenta la adolescente venezolana.
Según el documento realizado por el INEI ‘Condiciones de vida de la población venezolana que reside en el Perú’, el 4,5% del total de la población venezolana en nuestro país son adolescentes entre 12 y 17 años, cifra a la que pertenece Estefany Germán.
En Lima se asentaron en el distrito de Villa María del Triunfo, uno de los más poblados y pobres de la capital peruana. Aquí iniciaron los proyectos que tenían planificados. Uno de ellos era que Estefany Germán continúe sus estudios.
Del total de adolescentes venezolanos que llegaron a nuestro país hasta 2018 -informa el mismo estudio del INEI- apenas el 40% tiene acceso al sistema educativo. Los motivos son varios: escasez económica, falta de información o no cuentan con los documentos necesarios.
“Incorporarme al colegio ha sido fácil. Al principio, cuando llegué, no hablaba mucho. Luego empecé a hacer amigos. Mi profesora me ayudó y me orientó”, dice la joven venezolana, quien es alumna del colegio estatal ‘Julio César Tello’, ubicado en el mismo distrito de su residencia.
Nunca me sentí discriminada
Consultada si alguna vez se sintió discriminada, Estefany Germán asegura que nunca, que siempre recibió un trato amable de sus compañeros.
“Nunca me sentí discriminada, siempre los noté interesados y curiosos por conocer mi cultura”, afirma.
Aquí retomó sus clases de vóley y aprendió a jugar yaces, pero sigue extrañando a Keyla y Samantha, sus dos mejores amigas del colegio ‘Ave María’ en Caracas.
“Solo hablo con Keyla, con Samantha perdí contacto. Yo me siento mal cuando mis amigos se dispersan a otros países, porque cuando vuelva a Venezuela no los volveré a ver”, afirma Estefany German, quien sueña con ser diseñadora gráfica porque ama el dibujo.
“EL SUELDO DE MAMÁ SOLO ALCANZABA PARA DOS DÍAS”
Leonelis Chourio, de 13 años, ya se lo advirtió a su tía Ubaina: “El día que regrese a Venezuela tiene que prepararme costilla en coco, ¡pero en una paila!”.
Hace dos años, junto a sus padres, partió de Maracaibo, capital del estado de Zulia, hacia Lima. Fue un viaje agotador de ocho días, recuerda.
“Salí del país porque la estaba pasando mal. Fue por necesidad, en realidad. Mi mamá dijo que su sueldo de la quincena apenas le alcanzaba para dos días”, recuerda Leonelis.
No pude despedirme de mis amigas.
Ante esa situación, sus padres decidieron que la única salida era migrar. Y lo hicieron de un momento a otro. O eso es lo que recuerda Leonelis, porque ni siquiera pudo despedirse de sus amigas Darismar y Cristina.
“No pude despedirme de mis amigas, no me dio tiempo. De pronto mi mamá me dijo que teníamos que empacar. Empezamos a vender las cosas. Y como en ese tiempo no había luz en mi ciudad, no me pude despedir”, precisa.
Es paradójico. El estado de Zulia durante muchos años fue el principal productor de petróleo en Venezuela. Incluso, a Maracaibo se le consideró la ciudad más importante después de Caracas. Sin embargo, y es a lo que Leonelis Chourio se refiere cuando dice que ‘no había luz’, desde la última década es una de las más golpeadas por la corrupción, la inflación y la ausencia de servicios básicos en Venezuela.
De sus últimos años en Maracaibo, Leonelis Chourio evoca las tardes en que a partir de las cuatro jugaba kikimbol en la puerta de su casa. “¿has jugado béisbol? Es igual, pero con los pies”, explica la muchachita venezolana con algo de nostalgia, pues intentó enseñarles a sus amigos peruanos, pero no se engancharon.
Acaba de ingresar a Segundo de Secundaria. Desde que llegó, asegura, nunca se sintió discriminada ni rechazada por sus amigos de colegio en Carmen de la Legua, Callao.
“Aquí nunca me molestaron por mi nacionalidad, son respetuosos. Siempre me preguntan por mi cultura, por mi país. Mi mamá preparaba arepas o también pollo mechado y guiso y siempre lo compartía con ellos. Y les gustaba”, dice Leonelis Chourio entre risas, quien pertenece a ese grupo de 96 613 jovencitos venezolanos migrantes y refugiados que tuvieron acceso a la educación en 2020, según el Ministerio de Educación de Perú.
Ya va aprendiendo el himno nacional y ya conoce algo sobre la Guerra del Pacífico, pero su rama favorita es la ciencia. El motivo es simple: Su mamá es enfermera y ella quiere ser doctora, “aunque aquí la universidad cuesta muy caro”
Antes de terminar la entrevista, Leonelis Chourio confiesa que otras de las cosas que más extraña de su país son los famosos tequeyoyos. “Son como los tequeños, pero les ponen plátano frito, carne mechada, queso y jamón. Esas no las encuentro acá”.
Más adelante, cuando la situación en Venezuela mejore y cuando las posibilidades económicas se lo permitan, asegura, volverá a Venezuela, porque allá, en medio del caos y la angustia, aún viven sus hermanos, sus abuelas, sus primas y su tía Ubaina. Sí, la que prepara las mejores costillas en coco de toda Venezuela.
“MIGRAR HA SIDO DIFÍCIL”
Era tan insostenible la situación de su familia en Venezuela que Rodolfo Zavala, de 16 años, se puso feliz al enterarse que migrarían a Perú.
Desde entonces, junto a sus padres, se convertirían en parte de la diáspora de los al menos 5,4 millones de venezolanos que abandonaron su país a consecuencia de la crisis humanitaria.
“Cuando me dijeron que nos íbamos, me sentí feliz. En ese momento estábamos pasando por momentos difíciles. Para mí fue una felicidad, una gran alegría porque sería una nueva vida”, cuenta el joven venezolano a Trome.pe.
Tenía 13 cuando armó la maleta y partió por tierra, con sus padres, desde Valencia (estado Carabobo), hasta la capital peruana. Era la primera vez que salía de su país.
“Migrar ha sido difícil porque dejas tu comodidad, tu zona de confort. Empezar desde cero es muy difícil”, dice Rodolfo Zavala.
Para graficarlo, da un ejemplo que habla por sí solo. En Venezuela vivía con su familia en un departamento en donde él tenía su cuarto propio, tenía la privacidad que un adolescente a su edad necesita. “Aquí comparto la habitación con mi mamá”, se lamenta.
Tampoco ha sido fácil porque en Venezuela se quedaron sus amigos, con quienes cada tarde salía a jugar, aunque luego uno se mudó a Colombia y otro a los andes peruanos. Además, en Perú no encuentra esos patacones deliciosos que llevaba a la paradisiaca playa de Patanemo en fechas de vacaciones.
Además, su migración tenía una cuota de motivación especial: encontrar tratamiento médico a su problema cardiaco. Aquí aún sigue haciendo los trámites para ingresar al sistema de salud.
Todos mis compañeros de mi salón me trataron bien.
Rodolfo Zavala está a un paso de acabar colegio. A su memoria no salta ningún episodio de discriminación durante todos los años que viven en Perú.
“Todos mis compañeros de mi salón me trataron bien. También había otros muchachos venezolanos y ellos también me recibieron bien. A veces, cuando hacían algunas travesuras, me culpaban, pero nada más”, afirma Rodolfo Zavala.
Su curso favorito es Historia del Perú, porque le parece más interesante que la venezolana. En cambio, su plan luego de acabar la escuela es “producir”, o sea, trabajar. La carrera de sistemas que quiere estudiar tendrá que esperar, dice.
Su papá se quedó en Venezuela y es a quien quiere ayudar económicamente y para eso “debo trabajar muy duro”.
Aunque luego de trabajar, le gustaría viajar a otros países. A varios países de Latinoamérica, cuenta. Y entonces, cuando por fin se sienta “cómodo” quedarse a vivir allí.
POLÍTICOS Y XENOFOBIA
El día de la publicación de esta historia, uno de los candidatos presidenciales insultó a quien sería un ciudadano venezolano. En una calle de Lima, Daniel Salaverry, aspirante a la Presidencia calificó de delincuente y amenazó con devolver a su país a la persona que lo increpó por haber lanzado amenazas contra extranjeros en anteriores ocasiones.
Más allá de que el hecho haya sido espontáneo o premeditado, a fin de levantar a Salaverry en las encuestas (es uno de los que aparecen en “Otros”), lo que se puede apreciar es el factor de discriminación o xenofobia como recurso para ganar popularidad.
Aquí, el video de Daniel Salaverry:
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