Tocache y Uchiza, los otroras emporios del narcotráfico y el terrorismo, ya no huelen a pólvora ni a sangre. Ya no se escuchan disparos por doquier, ni vuelan por los aires locales de comisarías. Tampoco aparecen regados los cuerpos acribillados de policías y civiles en el monte, calles y plazas. Ni se escuchan los motores y el carretear de las avionetas, que cada minuto entraban y salían repletas de millones de dólares y toneladas de pasta básica de cocaína rumbo a Colombia.
Ya no hay las ruidosas fiestas. Ni los lujosos bares y burdeles donde los grandes capos del narcotráfico daban cinematográficas bacanales con jóvenes y despampanantes vedettes, contratadas en Lima. Muchas de ellas recién se iniciaban en el mundo de las lentejuelas y terminaron convertidas en leyendas y en figuras de la televisión, con harta plata en sus libretas de ahorros.
Catalino Escalante, ‘Calavera’; Demetrio Chávez Peñaherrera, ‘Vaticano’; Cachique Rivera, ‘Picuro’; ‘Lunarejo’, ‘Polaco’, los Zamora Melgarejo, ‘Eteco’ y el jefe senderista ‘Artemio’ fueron despiadados narcotraficantes y terroristas que durante más de tres décadas martirizaron a esos poblados, enclavados en la selva cocalera del departamento de San Martín.
Hace dos semanas, ¡después de 21 años!, volví a esos lugares invitado por Devida a dar una charla para periodistas. No lo podía creer. Hoy son unas ciudades modernas y prósperas.
La lucha contra el narcoterrorismo (basado en trabajos de inteligencia más que de represión) y los programas de sustitución de cultivos (principalmente del cacao) han tenido un notable éxito, que este gobierno ha impulsado y consolidado.
Como si retrocediera una película, recordé dos casos que ocurrieron en los años 80. Uno sucedió en el aeródromo de Tocache. Agentes antidrogas recibieron información que de ese lugar saldrían varios vuelos simultáneos de avionetas con droga.
Unos veinte agentes salieron en un helicóptero de la Base de Santa Lucía. Cuando la nave estaba a pocos metros del suelo y los policías descendían en sogas, un misil lanzado de una bazuca la hizo volar en pedazos. Solo dos efectivos sobrevivieron.
El otro, también sangriento y conmovedor, fue el asesinato del periodista estadounidense Todd Smith, del periódico ‘Tampa Tribune’. En 1989, cuando apenas tenía 28 años, Smith llegó a Uchiza. En el aeródromo fotografió los embarques de droga, que en aquel entonces se hacían a vista y paciencia de la gente.
Cuando estaba esperando su vuelo de regreso a Tarapoto, fue secuestrado. Al día siguiente, su cuerpo apareció en la plaza de armas, desnudo. El joven periodista había sido estrangulado, su lengua arrancada y sus dedos cortados.
Tiempo después, un testigo narró que fueron varios narcotraficantes, encabezados por Fernando Zevallos, ‘Lunarejo’, quienes ordenaron su muerte.
Esto sucedía en aquellos lugares hace 21 años. Es lo mismo que ahora ocurre en el Vraem. Ojalá que la paz y el progreso, algún día, también lleguen a ese lugar.
Nos vemos el otro martes.
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