
En un mundo donde la construcción ha sido históricamente dominada por hombres, Camilin Soria y Jennifer Siyo, madres solteras y trabajadoras incansables, decidieron romper esquemas.
Su trabajo en la construcción no solo es un acto de amor y sacrificio por sus hijos, sino también la prueba de que el amor de madre es inagotable y más fuerte que cualquier estructura.

AMOR Y SACRIFICIO
Camilin Soria (31) aprendió los secretos de la construcción a los ocho años, cuando acompañaba a su papá, maestro de obra, a sus largas jornadas en casas y edificios, y luego regresaba presurosa para ir al colegio. Nunca fui de jugar con muñecas, sino con tornillos, alicates y martillos.

“Cuando llegábamos a la obra, mi papá decía: ‘traje a mi tigrilla para que haga lo que ustedes no saben hacer bien’ y yo tenía que esforzarme el doble. Somos seis hermanas, yo soy una de las del medio y la única que trabaja en construcción”, cuenta muy orgullosa la mamita obrera, quien también estudió pastelería.
En un rubro liderado por hombres, Camilin ha tenido que esforzarse más para demostrar que ser mujer y mamá no es impedimento para dedicarse a la construcción.

“Cuando no tenía con quién dejar a mi hijito, lo llevaba a las obras. Armaba una camita con plástico y cartón, y allí se quedaba dormidito mientras yo trabajaba. Hoy tiene 10 años y es un niño muy juicioso”, comenta.
Su fuerte en la construcción es la colocación de porcelanato, en baños y cocinas, y todo lo referente a melamina. Pero, como ella misma lo dice, su trabajo más retador es el de ser mamá.

“Por Dylan (su hijo) puedo trabajar en lo que sea. Por él puse mi emprendimiento de construcción (Construya) para apoyar a otras mamás solteras. Mi hijo me motiva todos los días a salir adelante, él es la razón de mi vida”, dice muy emocionada.
CORAZÓN DE MADRE
Jennifer Siyo es mamá soltera de una niña de nueve años y todo lo que sabe de construcción lo aprendió por necesidad, con práctica y mucha maña. Ella sabe que es un trabajo difícil, pero nada es imposible si hay esfuerzo, compromiso y muchísimo amor.

“Yo estudié gastronomía, pero trabajaba como teleoperadora. Cuando me quedé sin trabajo, ya tenía a mi hija y había que sacar dinero de donde sea. Así entré al mundo de la construcción. Y entré para quedarme y ser una de las mejores”, habla con determinación.
Esta mamita de 31 años está dispuesta a comerse el mundo con tal de sacar adelante a su hija. No le importa levantarse a las 3 de la mañana para llegar puntual a un trabajo, ni cargar sacos de cemento sobre la espalda, hacerse heridas en los dedos mientras maniobra taladros o subir 20 pisos para pintar la fachada de un edificio. Ella se pone la camiseta y nadie la para.

“Conocí a Camilin por redes sociales, nos hicimos amigas y me invitó a ser parte de su empresa Construya porque soy una crack pintando y eso le faltaba en su negocio”, comenta.
“Valentina, mi hija, es igual de valiente que yo. Por ella soy capaz de todo. Mientras yo esté viva y con ayuda de Dios, nada le faltará. La vida de la mujer obrera es difícil, hay muchos prejuicios y peligros, pero por los hijos uno puede todo y más”, indica.

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