En 22 años como cargador del Señor de Los Milagros, Juan Huiza Veramendi nunca le falló. Pero este año, el Cristo de Pachacamilla no saldrá en procesión debido a la crisis sanitaria por la pandemia. Eso ha dejado entristecido al devoto de 62 años que este mes lo seguirá solo de manera virtual.
Don Juan, ¿cuándo ingresó a la Hermandad del Señor de los Milagros?
Ingresé en el año 1998, son exactamente 22 años, pero como aspirante y postulante estuve dos años antes. No se entra así nomás. Te presenta un padrino y pasas una serie de evaluaciones.
¿Qué cuadrilla integra?
Cuadrilla de cargadores Nro. 19 de las Nazarenas.
Este año no cargará las andas, ¿cómo se siente?
Me entristece mucho, pero hay que cumplir las disposiciones del gobierno por nuestra salud. Todos quisiéramos estar con el Señor en este mes tan querido. También extraño a mis hermanos nazarenos.
¿Cómo vivirá este mes?
Lo seguiré vía virtual. También veré procesiones pasadas, desde casa, que se transmitirán por los canales de la hermandad y en el HN de Las Nazarenas.
¿Cómo se hizo cargador?
Mi padre también fue cargador. De niño siempre lo veía cargar y esperaba el mes de octubre con mucha fe y devoción. Por eso en el 96 decidí postular.
¿Qué se siente cuando se lleva en hombros las andas?
Es una sensación indescriptible. La primera vez que lo cargué hasta lloré de la emoción. En ese momento te pones a pensar en todos tus errores, y ver a ese mar de personas nos enseña a estar unidos.
¿Hay alguna preparación especial para esta labor?
El Señor pesa alrededor de 3 toneladas. Cada hermano carga entre 80 y 70 kilos durante dos cuadras. Cuando te estás preparando te enseñan a caminar, el ritmo que debes seguir y cómo debes cargar. Es una gran fuerza mental.
Dicen que mientras más pesa el anda, más pecados tienes, ¿es cierto?
(Risas) Es un refrán nada más. Cuando el hermano que está adelante es más alto que tú, a ti te pesa menos, pero si es más bajo, te pesa más.
¿Le ha cumplido un milagro especial el Señor?
Sí, salvó a mi hermano Walter. Él estuvo muy mal, ningún médico atinaba con lo que tenía, solo le daban calmantes y él se hinchaba. De tanto rogarle a mi Cristo, un domingo por la noche apareció un médico que le diagnosticó perforación de intestino y lo operó. Nunca más volvimos a ver al doctor. Para mí fue un milagro.
Tendrá que esperar al próximo año para cargar las andas…
Sí pues, yo seguiré cumpliendo mi promesa de acompañarlo siempre.