Penal de Lurigancho. (Fotos: César Campos / @gec)
Penal de Lurigancho. (Fotos: César Campos / @gec)

“Si en queremos acabar con el tráfico de drogas, la prostitución, la corrupción y otros males que existen, ese día habría un motín general, nadie saldría vivo. No les puedes quitar eso a los presos. Es una cárcel inmanejable”.

Eso fue lo que me dijo en 1993 un alto funcionario del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), cuando lo fui a entrevistar por un reportaje de investigación que había hecho en aquel año cuando integraba la Unidad de Investigación del diario El Comercio.

Dicho comentario lo he recordado como si fuera ayer, a raíz de la escandalosa fuga de ese centro penitenciario del venezolano John Kennedy Javier Sebastián, lo que provocó el miércoles la renuncia del jefe del INPE, Javier Llaque.

Dicho escape es una afrenta para cualquier agente penitenciario que se respete: el delincuente trepó dos paredes y luego se lanzó al exterior. Cuando cayó al piso se tomó un respiro y luego partió raudo gritando “¡aleluya!”, mientras los vecinos del lugar grababan con sus celulares y transmitían la huida por las redes sociales en tiempo real.

Han pasado ¡32 años! desde aquel reportaje de investigación que elaboré junto con mi amigo Javier Ascue Sarmiento, el legendario periodista del decano, y nada ha cambiado en Lurigancho. Sigue siendo un antro de la corrupción y —ojalá me equivoque— lo seguirá siendo por siempre.

En aquella oportunidad nos sumergimos en días de visita, sin decir que éramos periodistas. Nuestro contacto era un preso uruguayo que estaba en el pabellón de los narcos. Para llegar hasta él teníamos que pasar siete controles y en todos ellos nos pidieron coimas. En total pagamos 14 soles en ese número de controles. ¿Se imaginan cuánto recaudan los policías y agentes del INPE en los tres días a la semana de visita que reciben los más de diez mil presos hacinados allí?

Lurigancho era lo más parecido a un mercado persa: encontramos ron, cerveza, whisky y para los ‘misios’ chicha de jora. Salíamos ebrios después de cada visita. Era parte de nuestro trabajo. Pero eso no era nada, también se ofrecía cocaína, pasta y hasta pastillas de éxtasis.

La prostitución estaba a vista y paciencia de todos. Mujeres y homosexuales se paseaban por los pabellones en busca de clientes. Varios pasadizos parecían restaurantes con mesas, sillas y vistosos manteles. Los platos de comida se exhibían y vendían a precios altos. Allí comí el cebiche de conchas negras más rico de mi vida.

En aquellas visitas identificamos a los policías, agentes del INPE, los ‘taitas’ y los narcos que manejaban todo ese gran negocio. Lo que vimos con Ascue fue fotografiado con una cámara que nos alquiló un policía, sin saber que éramos reporteros.

Cuando se publicó el reportaje, hubo una razzia de todo el personal policial y civil. Fue en ese momento cuando dicho alto funcionario del INPE me dijo que esa prisión era inmanejable. Allí viven más de diez mil presos cuando solo deben haber tres mil. Lurigancho, señores, es la cárcel de la corrupción. Nos vemos el otro martes.

*Los artículos firmados y/o de opinión son de exclusiva responsabilidad de sus autores.

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