Si Alden Whitman viviera, hubiera tenido material interminable y polémico para escribir el obituario del expresidente Alberto Fujimori, fallecido el jueves pasado. Whitman fue el redactor jefe de obituarios de The New York Times.
En su reciente libro ‘Bartleby y yo’, el famoso escritor Gay Talese relata que el trabajo de Whitman consistía en escribir obituarios, por adelantado, de célebres personalidades y de edad avanzada. Los entrevistaba antes de su deceso, sin decirles, obviamente, que lo hacía porque se acercaba su final. Lo llamaban ‘El espíritu maligno de The New York Times’. La reseña que escribía no era un ‘cherry’ publicitario. Por el contrario, el periodista hurgaba en el lado oscuro y controversial del personaje que, tras su muerte, lo publicaba. ¿Se habría sometido Fujimori a su pluma?
Y es que a lo largo de su vida política, Alberto Fujimori despertó admiración, adhesiones y agradecimientos, pero también, odios y rencores que no desaparecerán después de su partida. Su existencia es tan paradójica que murió el 11 de setiembre, el mismo día que falleció Abimael Guzmán, el líder senderista a quien persiguió y encarceló. Los dos murieron a los 86 años de edad.
En lo que sí coinciden los tirios y troyanos del exmandatario es que combatió con eficacia a la secta terrorista de Sendero Luminoso que desangraba al país, así como también al MRTA; y durante su gestión se sentaron las macizas columnas del modelo económico que sacó al país de una ruina económica y nos trajo prosperidad de la que nunca habíamos disfrutado.
Todo eso lo opacó, sin embargo, cuando de la mano de su siniestro asesor Vladimiro Montesinos su gobierno gestó violaciones de derechos humanos, la corrupción llegó a niveles jamás vistos, copó instituciones públicas y persiguió y acosó a los medios de comunicación, a muchos de los cuales los terminó doblegando con sobornos millonarios con dinero del Estado.
Esto último lo digo con conocimiento de causa. En los años 90, cuando integraba la Unidad de Investigación del diario El Comercio, Fujimori y Montesinos sometieron al diario a un acoso brutal en represalia por las investigaciones de corrupción que hacíamos, pero el medio jamás se doblegó.
Para alegría de unos y odios de otros, la figura de Fujimori perdurará. Las interminables colas de miles de personas que lo visitaron hasta el sábado cuando fue enterrado, llegadas de todas partes del país, es la mejor evidencia.
¿Qué ocurrirá en adelante? ¿Seguirá prevaleciendo el antifujimorismo que se impregnó en las últimas siete elecciones?
El editorial de El Comercio del viernes nos da una ruta razonable: “No se trata de olvidar o de barrer bajo la alfombra de las discusiones sobre el legado de Fujimori (…) De lo que se trata es de superar las fisuras y empezar a construir un país en el que los gobiernos lleguen al poder sobre la base de propuestas y programas, y no de rechazos. Treinta y cuatro años después, el Perú se lo merece”. Nos vemos el otro martes.
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