¿Inocente o culpable? Hace más de 60 años, Jorge Villanueva Torres fue injustamente condenado a muerte por el supuesto homicidio de un niño de tres años. En aquella época, mediados de los años ‘50, la presión popular y mediática pesaron más que las pruebas y fue fusilado el 12 de diciembre de 1957. Tiempo después, diversos especialistas pudieron demostrar su inocencia y el verdadero responsable quedó envuelto en un velo de misterio. Esta es la historia del llamado ‘Monstruo de Armendáriz’, cuyo recuerdo sigue atormentando al país, más de medio siglo después.
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Antes de ser inmortalizado con su tristemente célebre apodo, Villanueva Torres era conocido como ‘Negro Torpedo’, un delincuente de poca monta que robaba billeteras y carteras en los tranvías y que ya había pasado por la legendaria cárcel de ‘El Sexto’, que se ubicaba en el centro de Lima. De niño había sido ‘piraña’ o ‘pájaro frutero’, como se llamaba a los ladronzuelos de aquella época. En el año de 1954 contaba con 32 años y malvivía en una covacha en la ladera norte de la quebrada de Armendáriz, por entonces vía de acceso a las recién ganadas playas de Barranco.
EL DESCUBRIMIENTO
La mañana del 8 de setiembre de 1954, los estudiantes Marcelo Rojas Pérez y Alfonso Navarro Vilca caminaban entre la maleza de la quebrada de Armendáriz cuando se toparon con una terrorífica escena. Dentro de una covacha abandonada hallaron el cuerpo sin vida de un pequeño niño. Estaba boca abajo y con huellas de haber sido golpeado en la cabeza. Inmediatamente pidieron ayuda y el lugar poco a poco fue llenándose de curiosos.
Entre las personas que observaban atónitas apareció un hombre delgado, de mediana estatura y de bigotes ralos, era Abraham Hidalgo, quien buscaba a su hijo desde el día anterior. Se abrió paso entre la muchedumbre y, al reconocer a su pequeño Julito, dio un grito desgarrador. Los demás lo miraban con compasión y comenzaron a extender el murmullo por toda la ciudad: había que encontrar al culpable.
APARECE EL MONSTRUO
Debido al estado de conservación del cuerpo y a las huellas de mordeduras de roedores que tenía, las autoridades estimaron que la muerte había ocurrido en las 24 horas previas al hallazgo. Las conclusiones del protocolo de necropsia fueron: “traumatismo en la cabeza”, “conmoción y contusión cerebral (sic), dejando inconsciente al menor en cuestión” y muerte por “asfixia por sofocación”.
Al día siguiente, las portadas de todos los diarios divulgaban con grandes titulares el crimen de la quebrada. Era una Lima en crecimiento, que en pocos años había pasado de tener medio millón de habitantes a superar el millón y los periódicos en formato tabloide acababan de nacer y estaban en pleno auge. La noticia se comentaba en todas las esquinas y bodegas. Los padres temían por la seguridad de sus hijos y todos clamaban justicia, exigiendo a la Policía la rápida captura del homicida. Hubo redadas en bares, billares y en cantinas del hampa limeña. La población y los medios presionaba: quería un culpable.
En ese contexto, un turronero que trabajaba en la calle Atahualpa, donde vivía la familia de la víctima, afirmó que el homicida le compró dulce para el niño y se lo llevó de la mano. “Era un sujeto negro y alto... me compró 20 centavos de turrón para el niño. yo lo puedo reconocer”, le dijo Ulderico Salazar a los detectives. Comenzaba así la cacería de brujas.
Villanueva calzaba con la descripción y además vivía cerca al lugar donde se halló al niño. Fue intervenido y el turronero lo identificó entre varios detenidos. “Logré identificarlo porque, cuando me compró el dulce, me pagó con 20 céntimos y tenía un dedo torcido”, le dijo Salazar a la prensa.
El 14 de setiembre, un grupo de detectives filtró a la prensa que el ‘Negro Torpedo’ había admitido ser el autor del crimen. Fue confinado en la Penitenciaría Central, una cárcel situada en aquel entonces en el Paseo de la República. Los diarios y las radios seguían azuzando el fuego del odio colectivo contra Villanueva y el racismo empezaba a jugar también un rol protagónico. El ya bautizado ‘Monstruo de Armendáriz’ empezaba a ser juzgado más por su apariencia. “Es el crimen más cruel de todos los tiempos y merece ser castigado por la muerte”, titulaba ‘La Crónica’, el 15 de septiembre de 1954.
EL JUICIO
Solo dos elementos vinculaban a Villanueva con la muerte del niño: la cercanía de su domicilio con el lugar del hallazgo del niño y el testimonio incriminatorio del turronero Ulderico Salazar. El joven abogado sanmarquino Carlos Enrique Melgar, quien después fuera senador y dirigente del Partido Aprista Peruano, tomó la defensa del acusado y logró que se le retire el cargo de violación, puesto que no había pruebas de la misma. Sin embargo, la prensa aún seguía tildándolo de depravado y violador. “Con indicios no se condena a muerte. No hay convicción, miente el turronero. En caso de duda hay que estar a lo favorable al reo, ¡In dubio pro reo!”, gritaba Melgar ante los tribunales.
El letrado argumentaba que el niño podía haber sido víctima de un “indolente chofer”, quien luego de atropellarlo lo habría dejado en una de las covachas del desfiladero. Además, aseguraba que la confesión de Villanueva se había realizado bajo presión policial. El reo seguía gritando que era inocente y que fue obligado a confesar. Pero nadie le creyó y, por el contrario, su actitud rebelde y conflictiva hacían que la sentencia se haga más fácil.
Finalmente, después de dos años, la sentencia fue emitida el 8 de octubre de 1956 declarando a Villanueva Torres culpable de rapto y delito contra la vida en agravio del niño Julio Hidalgo Zavala y condenándolo a la pena de muerte.
La lectura de la sentencia se escuchó a medias. Villanueva desahogó toda su ira, intentó agredir a los magistrados y tuvo que ser maniatado a la fuerza. “Yo he cometido muchos delitos…he sido un hombre malo…pero este crimen no me pertenece”, dijo ya sin fuerza, un hombre muerto en vida.
“Enfurecido como una fiera el ‘Monstruo de Armendáriz’ insultó groseramente a los jueces y rompió algunas lunas del tribunal, pocos minutos después que le leyeran la sentencia en que era condenado a muerte”, describió Última Hora.
Aquella sentencia de primera instancia tuvo su confirmación el 9 de diciembre de 1957. El fallo escribía: “con inequívoca certeza de que es agente responsable de excepcional peligrosidad y conducta inmodificable se reclama la más severa sanción”.
EL FUSILAMIENTO
La fría y nublada mañana del 12 de diciembre de 1957, a las 5:30 a.m., Jorge Villanueva fue arrastrado a punta de golpes al patio de la Penitenciaría de Lima, donde hoy están ubicados el Hotel Sheraton y el Centro Cívico. Vestía unos jeans azules gastados y andaba descalzo. “Usted es el culpable de mi muerte”, le gritó al juez. Ocho miembros de la Guardia Republicana apuntaron sus fusiles hacia el condenado, solo siete armas estaban cargadas según la costumbre, solo tres impactaron en el condenado. Fue suficiente. Su cabeza se inclinó suavemente hacia adelante. El jefe del pelotón propinó el tiro de gracia. El director de la Penitenciaría se dirigió a los asistentes y con solemnidad afirmó: “señores, se ha hecho justicia. Eran las 5:40 a.m.
Juan Bautista Caspari, el párroco que lo acompañó en sus últimos minutos de vida, detalló que Villanueva afirmó su inocencia hasta el final, incluso en su confesión.
Días después, los diarios cambiaron su discurso y comenzaron a hablar de la posibilidad de que se haya cometido una injusticia. El diario La Prensa informó que el turronero Ulderico Salazar se había contradicho más de 30 veces durante el proceso.
Se comenzaron a oír también voces que denunciaban que mientras en primera plana se hablaba del ‘Monstruo de Armendáriz’, en el fondo de los periódicos aparecía el nombre de Zenón Noriega Agüero, el brazo derecho y colaborador más cercano del General Odría, el mismo que fue detenido organizando un golpe de Estado. ya era demasiado tarde.
EPÍLOGO
Víctor Maúrtua Vásquez, que fuera director de la Morgue Central de Lima y fue testigo de la ejecución del reo, daría a conocer en el año 2004 una reinterpretación de los hechos que acabaron con la vida del niño. Tras analizar detenidamente las pruebas, Maúrtua proponía que el pequeño fue víctima de un atropello vehicular, que causó una lesión en la pierna derecha. El pequeño se deslizó por la ladera, se golpeó en la cabeza y se desvaneció. Fue colocado boca abajo en una covacha y eso le produjo una muerte por asfixia por sofocamiento.
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Pero el infortunio persiguió a Villanueva hasta después de su deceso. En 1996, un periodista buscó su tumba en el cementerio Presbítero Maestro y descubrió que sus restos tuvieron que ser incinerados por falta de pago, en 1964.
Su historia dio origen a un mártir entre los presos, una canción del grupo ‘Nosequién y los Nosecuéntos’ de 1991 y una película de 1977 de Francisco Lombardi, Muerte al Amanecer, pero aún hoy, a más de 60 años de su fusilamiento y a pesar de todas las pruebas de su inocencia, Jorge Villanueva Torres sigue siendo el ‘Monstruo de Armendáriz’.
Monstruo de Armendáriz (bis)
Divino arquetipo
Que el imperialismo (bis)
Quiso sojuzgar
Repetiré las palabras
De nuestro mesías
Dejad que los niños vengan a mí
Monstruo de Armendáriz, Nosequién y los Nosecuántos
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