
El miedo venció a la fe. Diez monjas carmelitas descalzas abandonaron el país tras recibir amenazas de muerte en su convento de Manchay, en Lima Este. Extorsionadores y traficantes de terrenos les exigieron dejar la zona y las amedrentaron con bidones de gasolina, advirtiéndoles que serían quemadas vivas si no se retiraban.
La comunidad religiosa llegó a Perú en 2012 y se instaló en el monasterio San José y Santa Teresa de Jesús, donde durante más de una década vivieron en clausura, oración y trabajo manual. Sin embargo, la ola criminal en la zona acabó con su vida contemplativa y las obligó a pedir refugio en España.

La diócesis de Segorbe-Castellón confirmó que el grupo llegó el 12 de agosto pasado a Onda, en Castellón, donde fueron recibidas en el antiguo monasterio de la Purísima Concepción, cerrado desde 2022. Allí iniciaron una nueva etapa tras lo que calificaron como una situación “imposible de sostener” en el Perú.
AMENAZADAS CON GASOLINA
Los problemas empezaron hace cuatro años, cuando invasores se apropiaron de parte del terreno del convento, que estaba destinado a una obra social. Desde entonces, las hostilidades crecieron: primero fueron advertencias, luego amenazas directas y finalmente la extorsión con bidones de gasolina. “Lárguense o las quemo vivas”, escucharon las religiosas de boca de los delincuentes.
Vecinos de la comunidad 24 de junio, en Manchay, fueron testigos de la brutal intimidación. “Ellos llegaron con gasolina y les decían que se retiren, que si no las iban a quemar”, contó una lugareña. El convento, hoy vacío, quedó como un símbolo del poder del crimen organizado en Lima Este, donde, según cifras municipales, se registran un promedio de 40 asesinatos por encargo al año.

El propio arzobispo de Lima respaldó la decisión de las carmelitas y el Vaticano dio su aprobación definitiva el pasado 4 de julio, autorizando su traslado. El obispo de Segorbe-Castellón, Casimiro López Llorente, calificó su llegada como un “don de Dios”, en un contexto en que varios conventos en España habían cerrado por falta de vocaciones.
En España, las monjas reabrieron el histórico convento de Onda, dando nueva vida a la tradición contemplativa en la zona. Para la Iglesia europea fue una bendición, pero en Perú quedó la herida abierta: las religiosas que dedicaron su vida a la oración y al servicio en una de las zonas más pobres de Lima fueron expulsadas por la inseguridad.
La historia de las carmelitas refleja que hoy “nadie se salva” de la ola criminal que golpea a la capital: no lo hacen comerciantes, transportistas, ni siquiera las monjas. El miedo, una vez más, doblegó a la fe.
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