
A plena luz del día, la avenida Salaverry se convirtió en el escenario de una fuga descontrolada. Todo comenzó cuando una minivan negra dedicada al servicio informal de colectivos ignoró la señal de alto de un efectivo de tránsito y, en cuestión de segundos, lo atropelló con violencia. El impacto dejó al policía tendido en el pavimento, mientras el conductor aceleraba decidido a perderse entre las calles.
Los gritos, el motor forzado al límite y la sorpresa de los transeúntes marcaron el inicio de una persecución que no tardó en escalar. Las motocicletas policiales encendieron sirenas y emprendieron la cacería, intentando detener a un hombre que parecía dispuesto a arriesgarlo todo con tal de no enfrentar sus responsabilidades.

Durante la huida, el colectivero cruzó semáforos en rojo, zigzagueó entre autos y dejó tras de sí una estela de peligro e incertidumbre. Los agentes intentaban acortar distancia, pero cada maniobra del fugitivo complicaba la intervención.
Un momento crítico se vivió cuando, sin aviso, el conductor frenó abruptamente. Las motocicletas policiales trastabillaron y los agentes cayeron aparatosamente al asfalto. La vía despejada evitó una tragedia mayor y permitió que la persecución continuara sin pérdidas que lamentar.
El policía atropellado fue trasladado de inmediato a un hospital cercano para recibir atención médica. En tanto, los demás agentes no soltaron la pista del fugitivo, que seguía avanzando por calles cada vez más congestionadas.
HUIDA HASTA UNA CLÍNICA DE JESÚS MARÍA
La minivan avanzó sin pausa hasta llegar al estacionamiento de una clínica en Jesús María. Allí, el conductor creyó que había encontrado un escondite seguro. Ingresó con aparente calma y dejó que la puerta se cerrara, convencido de que los agentes no lo alcanzarían.
Pero no pasó mucho para que las patrullas y motocicletas rodearan el lugar. El eco de las órdenes policiales comenzó a llenar el estacionamiento, mezclándose con el llanto de algunos pacientes y el desconcierto del personal que presenciaba la escena.
“¡Pon la mano atrás, pon la mano atrás!”, gritó uno de los agentes mientras intentaba reducir al conductor, que todavía forcejeaba, resistiéndose a la intervención. Entre el olor a caucho quemado y el ruido del motor apagándose, finalmente lograron inmovilizarlo y proceder con la detención.
Los testigos observaban en silencio cómo el hombre era esposado y conducido a la comisaría del sector. La tensión acumulada durante varios minutos se disipó recién cuando la situación volvió a una calma relativa.

UN CONDUCTOR CON MÁS DE DIEZ PAPELETAS
Poco después, la identidad del detenido quedó al descubierto: Luis Antonio Maldonado Rojas. Según el reporte de papeletas, acumulaba más de diez infracciones, desde excesos reiterados de velocidad hasta faltas menores como dejar una puerta abierta.
Varias de estas papeletas estaban catalogadas como “muy graves”, evidencia de un historial que mostraba riesgos constantes en la vía. Aun así, Maldonado seguía al volante, transportando pasajeros y desafiando normas fundamentales de seguridad.
Las autoridades sostienen que este tipo de reincidencias no es ajeno al mundo del colectivo informal. La falta de controles efectivos y sanciones rigurosas convierte a muchos conductores en amenazas permanentes en las principales avenidas del país.
La captura de Maldonado Rojas vuelve a poner sobre la mesa la fragilidad del sistema de fiscalización. Mientras el policía atropellado se recupera y la ciudad intenta retomar su ritmo, queda claro que historias como esta revelan un problema profundo: la impunidad con la que operan quienes, desde un volante, ponen en riesgo a cientos de personas cada día.











