Crimen Y Castigo PARTE 1
Crimen Y Castigo PARTE 1

Aquel sábado 16 de febrero de 2029, Nicoll Milagros del Carmen Flores Cuya, una joven estudiante de gastronomía de apenas 18 años, llegó al hotel de la calle San Martín, en Pueblo Libre, acompañada de su expareja Juan Carlos Álvarez Infantas, de 23 años. Entraron abrazados, como si lo que venía fuera una despedida en buenos términos. Pero lo que ocurrió en la habitación 202 fue un crimen premeditado que indignaría al país entero.

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Horas después, su cuerpo yacía sobre la cama. Tenía múltiples cortes y una herida mortal en el cuello. El asesino ya no estaba. Se había cambiado de ropa, dejó sus lentes y salió como si nada. En menos de 24 horas, Álvarez Infantas cruzaría más de 300 kilómetros con un solo objetivo: desaparecer.

Crimen con nombre propio

El parte policial y su propia confesión reconstruyen un asesinato cargado de celos, obsesión y planificación. Juan Carlos, estudiante de Economía, llevaba días dándole vueltas a la idea de matar a Nicoll. La noche anterior al encuentro, compró el cuchillo en el mercado de la avenida Bolívar y guardó ropa extra para evitar ser identificado por las cámaras del hotel.

Cámaras registraron que ambas personas ingresaron a las 10:25 a.m. de aquel sábado al hotel Pueblo Libre. (Foto: Latina)
Cámaras registraron que ambas personas ingresaron a las 10:25 a.m. de aquel sábado al hotel Pueblo Libre. (Foto: Latina)

Ya en la habitación, compartieron cereal en la cama, conversaron, tuvieron relaciones. Pero según el testimonio del asesino, todo cambió cuando salió del baño y vio a Nicoll enviando fotos íntimas a otro joven. Lo que siguió fue una explosión de violencia.

“Le dije que tenía una sorpresa de despedida. Ella empezó a temblar. Le empujé a la cama, forcejeamos. Le tapé la boca y le clavé el cuchillo en el cuello”, relató sin inmutarse a los peritos de Criminalística.

Crimen Y Castigo PARTE 2

Huida, transformación y confesión

Tras asesinarla, Álvarez pidió un taxi por aplicativo. Se dirigió primero a Lurín, luego a Chilca y más tarde tomó un bus rumbo a Ica. En el trayecto se rapó el cabello, cambió su aspecto e intentó borrar su rastro. Pero lo que no logró fue silenciar su conciencia.

Desde Ica, ya instalado en el hostal ‘El Embrujo’, uno de los más caros de la ciudad, se metió en el jacuzzi de la habitación 202 y con hojas de afeitar se cortó las venas. No murió. Antes, había enviado mensajes de despedida por WhatsApp a su hermana y a una tía: “Solo quiero acabar con todo esto… no estoy enfermo, solo tomé la salida de los cobardes”.

También confesó el crimen a una joven con la que tenía una relación paralela: “La maté ayer en Lima. El cuchillo lo compré un día antes. En el hotel decidimos terminar… y la maté”.

El cuerpo de Nicoll Milagros del Carmen Flores Cuya fue encontrado por la Policía en el segundo piso del hotel Pueblo Libre. (Fotos: Juan Ponce/GEC)
El cuerpo de Nicoll Milagros del Carmen Flores Cuya fue encontrado por la Policía en el segundo piso del hotel Pueblo Libre. (Fotos: Juan Ponce/GEC)

La captura

Cuando los bomberos forzaron la puerta del hotel ‘El Embrujo’, encontraron al joven desangrado en la tina. Fue trasladado en camilla al hospital regional de Ica. Sorprendentemente, recibió el alta voluntaria y regresó a Lima con un familiar. La Policía no lo detuvo hasta el martes siguiente, cuando lo hallaron en el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado, en San Martín de Porres, donde había ingresado por “problemas emocionales”.

El coronel PNP Marco del Águila, jefe de la División de Homicidios, aseguró que Juan Carlos estaba lúcido y comprendía la gravedad de sus actos: “Tenía conciencia de la realidad al momento del crimen”.

Juan Carlos Álvarez, asesino confeso de Nicoll Flores, dice estar arrepentido. (Shirley Ávila)
Juan Carlos Álvarez, asesino confeso de Nicoll Flores, dice estar arrepentido. (Shirley Ávila)

El Poder Judicial dictó en ese momento nueve meses de prisión preventiva para Álvarez Infantas, acusado formalmente de feminicidio. Mientras tanto, la familia de Nicoll lloraba su pérdida y exigía justicia.

“Que pague con la pena máxima. No queremos excusas ni diagnósticos psiquiátricos”, dijo uno de los familiares mientras velaban el cuerpo en Chilca.

La historia de Nicoll, como la de muchas otras víctimas de feminicidio, nos recuerda que el amor no mata. Que detrás de cada crimen machista hay señales que fueron ignoradas. Y que la justicia no solo debe castigar, sino prevenir.

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