En la Línea de la Concordia, en la frontera entre Tacna y Chile, la incertidumbre se ha convertido en una rutina diaria para cientos de migrantes venezolanos, colombianos y ecuatorianos que esperan regularizar su situación o regresar a sus países. Las carpas improvisadas y las largas jornadas bajo el sol son el escenario de una crisis que no deja de escalar.
Cada día llega un nuevo grupo a la zona fronteriza, pese a la presencia de 30 miembros de las Fuerzas Armadas del batallón de la Tercera Brigada de Caballería de Tacna. Del lado chileno, carabineros y militares patrullan la pampa, atentos a cualquier intento de cruzar sin documentos. Sin embargo, detrás del control formal se mueve un circuito clandestino que ha ido ganando fuerza.
Los migrantes conviven entre el polvo, el calor y condiciones sanitarias mínimas, dependiendo de ambulantes que llegan para vender comida. Muchos trabajaron durante meses en Chile, pero tras las declaraciones del candidato presidencial José Antonio Kast —“quedan 103 días para que salgan voluntariamente de Chile”— decidieron huir como puedan.
Aun con el resguardo militar, algunos grupos han optado por rutas más peligrosas. Según América Noticias, los llamados ‘coyotes’ están cobrando entre 100 y 300 dólares para ingresar al Perú por Bolivia, específicamente por el hito 11. El trayecto supera los 169 kilómetros bajo temperaturas que alcanzan los 25 grados, un recorrido que varios califican como mortal.
El Gobierno declaró en emergencia por 60 días los distritos fronterizos de Palca, Tacna y La Yarada – Los Palos, buscando frenar la criminalidad y el ingreso irregular. El canciller Hugo de Zela reiteró que “el Perú no permitirá la migración irregular”. Pero la realidad en la frontera cuenta otra historia.
Camioneros peruanos han denunciado que algunos policías estarían cobrando para facilitar el paso de migrantes. Alejandro, uno de los conductores, aseguró que los agentes de la PNP “cobran hasta cien dólares para pasar” y que no sabían exactamente cómo lograban cruzar, pero lo hacían. Otro chofer agregó un detalle inquietante: el flujo de migrantes coincide con la presencia policial. “De repente hay corrupción con la policía también, porque desde ahora, 10, 11 horas, pasan de cantidad. Al día siguiente ya no se ve nada, está vacío. ¿Dónde están?”, cuestionó.
El dato que más alimenta las sospechas es la variación repentina del número de migrantes en Chacalluta. A inicios de semana había cerca de cien personas; para el fin de semana solo quedaban catorce. Una desaparición tan rápida como inexplicable, si se toma en cuenta el fuerte control militar.
Mientras tanto, los migrantes insisten en que su intención no es quedarse en Perú, sino cruzarlo para volver a Venezuela o Colombia. La precariedad en la que sobreviven también agrava la tensión. “No tenemos dónde bañarnos, dónde hacer nuestras necesidades”, contó la venezolana Yajaira Rivas a Teletrece.
Algunos migrantes, como Miguel Ángel Herrera, aseguran que regresan por motivos de salud pero no tienen los documentos necesarios. “Voy para Colombia, para Pereira. No me dan la salida porque no estoy registrado”, dijo el joven, explicando que había ingresado por vías informales.
Del lado chileno, las autoridades también exigen cumplimiento de la ley. Eduardo Thayer, director del Servicio Nacional de Migraciones, fue claro: “Las personas tienen que cumplir las normas que rigen los distintos países”.
Frente a esta crisis, hoy se realizará una reunión del Comité Binacional de Fronteras entre Chile y Perú, con el objetivo de establecer mecanismos más efectivos de control y asistencia. La expectativa es alta, pues la frontera se ha convertido en un terreno donde convergen desesperación, corrupción y mafias que aprovechan cada vacío.
En medio de este panorama, los migrantes piden algo tan simple como concreto: un bus que los ayude a cruzar el Perú de manera segura. “No queremos quedarnos en ningún lado... Si no, nos movemos por otro lado, pero ¿por dónde vamos a pasar? Hay niños aquí”, dijo uno de ellos a RPP.
La crisis continúa, mientras los coyotes y algunos policías encuentran en la desesperación ajena una oportunidad de negocio que el Estado aún no logra cerrar.
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