Cuando en septiembre de 1945 se le dio fin a lo que se conoció como la Segunda Guerra Mundial, nadie imaginaría en ese entonces todas las barbaridades que con los meses y con los años se llegarían a destapar, dejando a la luz del mundo entero un sin fin de atrocidades perpetuadas por los nazis, y comandadas por uno de los peores genocidas de la humanidad como fue el alemán Adolf Hitler. Si bien su suicidio en abril de ese año no significó el final de la guerra, fue el augurio de que pronto Japón y sus aliados tendrían que rendirse. Y así fue.
De la Segunda Guerra Mundial, lo más atroz de todo, incluso de millones de pérdidas humanas, fue la capacidad y ensañamiento que un hombre como Hitler,tuvo para llevar a cabo los crímenes de millones de judíos ancianos, jóvenes, niños, mujeres embarazadas, hombres, negros, latinos, homosexuales, discapacitados, etc. Lo mismo daba que fueses judío o africano, tu destino sería el mismo. Esa determinación de aniquilar a toda una raza, o un grupo étnico ha sido motivo de incontables estudios científicos durante décadas, porque en la cabeza del ciudadano común no cabe tal hazaña (si así puede llamarse a tan nefasto episodio de la historia universal).
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Décadas más tarde, vimos desde diferentes partes del mundo otra muestra humana de maldad, cuando un 11 de septiembre de 2001, unos aviones impactaron sobre las Torres del World Trade Center (o mejor conocidas como ‘las Torres Gemelas’) en Nueva York. El mundo nuevamente se quedó atónito ante el ataque terrorista. Miles de personas murieron inocentemente. Todo porque un sujeto, por allá en el Medio Oriente, con una deformación extremista de su religión y sus creencias radicales consideró que debía matar a miles de civiles por no estar de acuerdo con un país, con una cultura y con su sistema de gobierno.
Nuevamente, los estudiosos, analistas y expertos trataban de explicarle a los mortales como usted que me lee (y como yo). ¿Cómo puede un ser humano ejecutar a otros seres humanos de manera tan irracional, tan desconectada de todo remordimiento? Aún no lo entiendo.
Recientemente, la cara del mal en el Perú, Abimael Guzmán, dejó de existir. Y con este hecho se mueven los recuerdos de quienes vivieron y vieron de cerca la cantidad de muertes que dejó su triste paso por nuestra historia contemporánea.
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Un personaje siniestro que daba lecciones y ejemplos de vida, dejando cadáveres regados como papas en plazas y zonas campesinas. Guzmán y su séquito del mal, dejaban terror por donde pasaban y ese terror hizo que miles de peruanos de diferentes partes del país, migraran y huyeran de los continuos ataques terroristas que azotaban principalmente, a la capital limeña. Durante los años en que Sendero Luminoso estuvo activamente operante en el Perú, se estiman que al menos provocó la muerte directa de entre 31000 y casi 38000 personas, según datos entregados por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Nuevamente nos asalta la necesidad de entender qué pasa por la mente de una persona como Abimael Guzmán o cualquiera de los que conformaban su grupo terrorista.
La brutalidad con la que operaba esta organización terrorista no encontraba límites a la hora de enviar su mensaje al pueblo peruano: campesinos pobres, dirigentes sindicales, autoridades elegidas popularmente y democráticamente; o incluso políticos de izquierda que no estaban de acuerdo con las prácticas de Guzmán, así como ataques a los bienes privados e infraestructuras del Estado como las continuas voladuras de torres de alta tensión o la destrucción con explosivos de carreteras, puentes, ferrocarriles y refinerías, amén de los coches-bombas en diferentes puntos de la ciudad y ataques a la población civil más pobre, en el que numerosos policías y militares perdieron la vida.
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Entonces, haciendo retrospectiva en este tema de nuestra historia contemporánea, recordando que el terrorismo mutiló a familias enteras, separó forzosamente a quienes se quedaron en un país en tinieblas, y los que migraron a otras latitudes (como fue el caso de mis padres que migraron a Venezuela) en búsqueda de un mejor futuro; parece inconcebible que, ante el fallecimiento de este personaje malévolo y siniestro, haya políticos o congresistas que aboguen por la piedad y compasión a los restos mortales de Guzmán. Sencillamente, inconcebible. Y es que parece hasta ofensivo, intentar ser compasivo con alguien que en vida dejó tanto dolor.
Definitivamente, cada cierto tiempo hay que repasar la historia de un país, de una época, de un continente, para no repetir las malas decisiones que pueden entorpecer el futuro de una nación. Como bien lo dijo el poeta y filósofo estadounidense de origen español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana “Quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Una frase que permanece escrita en la entrada del bloque número 4 de lo que fue uno de los peores destinos de millones de judíos: el campo de concentración de Auschwitz.
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