POR: Johnny Valle
El hombre con la cabeza rota es Jonathan Sánchez Condori. Al igual que miles de peruanos, Jonathan decidió salir a las calles a buscarse el plato de comida de manera honesta y honrada: vendiendo mesitas para laptops. Ser vendedor informal no fue una decisión que tomó por voluntad propia, las circunstancias lo obligaron. Antes tenía un trabajo fijo. Y un sueldo fijo. “Yo trabajaba en un almacén. Cuando llegó la pandemia me sacaron del trabajo porque no había ventas. Ahora tengo que buscar sustento para mis dos hijos”, dice el hombre de 31 años.
Ayer miércoles, para Jonathan Sánchez Condori iba a ser un día como todos, o como lo es desde que el coronavirus destruyó la frágil economía de los sectores más vulnerables: plantarse en un jirón de Mesa Redonda para ofrecer sus productos. Pero una medida que ejecuta la Municipalidad de Lima, y con mayor severidad durante esta pandemia, cambió sus planes. Agentes de fiscalización, del municipio que lidera el alcalde Jorge Muñoz, lo golpearon en la cabeza con una vara contundente, generándole un corte que requirió 12 puntos de sutura.
Según los vendedores ambulantes, con quienes este diario pudo conversar, los operativos municipales son cada vez más violentos y rozan con lo delincuencial. Además de las agresiones físicas, los productos incautados nunca son recuperados. Los ‘cascos’ -como llaman al personal de fiscalización- son acusados de robar la mercadería de los vendedores informales. Desde juguetes hasta prendas de vestir.
Lo evidente, a simple vista, es que esta medida –la de patrullar por los jirones del Centro de Lima para levantar en peso a los comerciantes y sus productos- en vez de reordenar la ciudad, generan caos y desorden. Tumultos y enfrentamientos. Esta solución, absurda e inútil, no soluciona.
La reubicación para ellos no es una salida justa en plena campaña navideña. Ahora es mandarlos al desierto, cuando lo único que desean es que “llueva para todos”, explican. Tampoco tienen propuestas claras, ni soluciones concretas. Mientras llegan a un acuerdo, una jauría salvaje los maltrata y les roba.
La doctora que atendió a Jonathan Sánchez Condori le recomendó que guarde reposo algunos días. Él, con la impotencia de quien no puede darse esos lujos dijo: “Me han dicho que tengo que descansar, pero si descanso quién me va a pagar. Nadie. Tengo que seguir trabajando. Necesito trabajar porque no he recibido ningún bono, ni canasta. Me golpearon con su vara. Me han dado esta receta. No sé de dónde voy a sacar dinero”.
Y así, con el polo ensangrentado, la cabeza rajada y la dignidad pisoteada, Jonathan Sánchez Condori regresó a esa actividad tan satanizada, tan denigrada, tan señalada, para juntar algunas monedas que puedan alimentar a sus hijos.